Buenos Aires, 2009.
Industrias Culturales Argentinas / Centro Betanzos Ediciones.
Poemas de Carlos Penelas y Luis Salvarezza.
Ilustraciones de Juan Manuel Sánchez.
Plaqueta.
Poesía.
Nadie regresa a la espaciosa y abandonada soledad
ni la palabra evocará la noche con los ojos abiertos.
En el parque dirán al ver sus sombras
que la tarde excede la monótona rosa
o que el verdor antiguo de los cedros
no logró cubrir su luz y su ternura.
Días perdidos, transparentes,
bajo las ramas de los jacarandáes.
Desde el aire dirán la nostalgia, la impaciencia
de la muerte que habitará el vacío.
Una calle del sur y el resplandor último
como un ciprés olvidado.
Y tú allí, en el vagar disperso de las nubes
imposible y callada,
morada ansiosa, levísima,
cuando la mirada es un dormir deshabitado
en la vigilia que desnuda pudor.
Tal vez alguien pregunte, ¿cómo fue?
Y el desgano desapacible acompañe el lecho,
unicornios cautivos por el rumor del mar.
Irán desdeñosos empujando la hierba
recogiendo la ceguedad del amor,
el desnudo y encendido ensueño de la nostalgia
que crece en la morada como un destello.
Se mece la noche
mojándome los ojos distraídos.
Carlos Penelas
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lunes, junio 22, 2009
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Buenos Aires, 2008.
Centro Betanzos Ediciones / Xunta de Galicia.
Ilustración de Juan Manuel Sánchez.
Prosa poética.
Hombre con cicatriz en la calva
Moncho me fue contando su vida en una cena. Era una mesa de ocho personas, él estaba a mi lado. Una paella nos brindaba la felicidad que otorgan el vino y el afecto. Cerca de cien personas comíamos esa noche en el salón. Un ambiente cargado de voces, de gaitas, de risas. Los niños corrían entre las mesas. Compartíamos platos de madera con pulpo, lo acompañábamos con pan. Había pequeños cuencos blancos donde bebíamos un vino muy similar al de la región, según Bernardo. En cada uno de los comensales un pequeño secreto guardado, un secreto que tenía relación con el exilio, con fusilamientos, con el hambre, con la vida que debieron recomenzar en estas tierras. Detrás de cada uno el esfuerzo, el sacrificio, la honra. Sin ir más lejos estaba el ejemplo de José. De niño nunca tuvo calzado. Descalzo a la feria, descalzo al bosque, descalzo cruzando el puente romano. En invierno apenas unas zocas rotas o un par de medias que se humedecían de inmediato. Por eso, cuando regresó a la aldea luego de treinta años, lo hizo con zapatos nuevos, de Guante, la mejor zapatería de Buenos Aires. Todos habían nacido en Betanzos, en Betanzos de los Caballeros. Ahora vivían aquí. Avellaneda, Sarandí, Remedios de Escalada, Lomas de Zamora… Los miraba en silencio y me sentía junto a mi familia, en la cocina de mis tíos, en el patio cargado de uvas de los primos.
Él me dijo que me sentara a su lado. Moncho me lleva dos décadas. Lo conocí poco tiempo después que edité mi primer poemario. Hace treinta y cinco años, en el semanario Galicia, se publicó un artículo de dos columnas sobre mi libro. Lo firmaba Arturo Cuadrado. Me abrió puertas, conocí gente vinculada desde siempre con instituciones gallegas, viejos republicanos, hombres honestos y de los otros. La mayoría gente de bien. Empezamos picando unos quesos y conversando de la galleguidad. Recuerdo que hice mención de Yunque, de Álvaro Yunque. En una oportunidad estaba con el poeta Lucas Moreno esperando a Yunque en un café de Corrientes y Maipú, un sábado por la mañana. Hablaron de poesía, de literatura, de política. Yo sólo escuchaba, era apenas un muchacho de veinte años. Entonces Yunque cuenta que de joven, con un grupo de amigos de Boedo, decidieron formar un equipo de fútbol. No sabían cómo llamarlo. Después de largas deliberaciones lo bautizaron Dostoievsky Football Club. Y fueron más lejos: las casacas serían negras, necesitaban transmitir la desigualdad social de la época de lo cual los escritores rusos daban ejemplo. Siempre me pareció maravillosa la anécdota, fantasmagórica.
Moncho se rió bastante. Le observé la cicatriz de la calvicie, recuerdo de un enfrentamiento policial en Buenos Aires. Bajo, vital, fornido, rubio, de ojos claros, sonriente. Un hombre noble, transparente. De joven bailaba en los centros gallegos hasta la madrugada y aún lo hace hoy con Lola, su eterna compañera de baile. Cumplió ochenta años y su esposa es una mujer inteligente y serena: Marta. Conozco a sus hijos, a su hermano. - Conocí a tu padre. Moncho, le dije, cada día que pasa te parecés más a él.
Sus manos son ásperas, encallecidas, y al mismo tiempo sensibles. Habíamos terminado de comer nuestro segundo plato de paella cuando me preguntó si sabía que por culpa de la religión no tuvo padre ni madre. Me sonreí y quedé en silencio mirándolo. No te rías, no te rías. Te voy a traer los documentos. De esto tengo que escribir algo, le respondí. Había sido marinero, conoció océanos y vidas prodigiosas. Vivió con intensidad, con pasión. Ha pasado largamente la medianoche. Abrazo a Moncho y me despido.
Ayer me acercó la Certificación Literal de Inscripción de Nacimiento de Cambados, provincia de Pontevedra. En ese escrito -amarillento, ajado- leo con emoción: a las ocho horas del diecinueve de noviembre de mil novecientos veintiocho nace un varón “hijo de padres desconocidos”. Lo inscriben con el nombre de Ramón Fuentes Torres. En diciembre de ese año el niño es reconocido “como hijo natural” por su madre, Carmen Fuentes Torres, de diecinueve años, soltera, labradora, natural y vecina de Vilariño. El 28 de febrero de 1952, en Buenos Aires, será reconocido “como natural” por su padre, don Evaristo Portas Núñez. A partir de ese momento se llamará Ramón Portas Fuentes.
¿Cuántas historias similares tenemos cada uno de nosotros? No sé dónde comienza la literatura ni dónde la naturaleza. Unimos sentimiento y lucha contra la opresión y el dogmatismo. Los sonidos de los cencerros invaden la memoria genética, los abrazos, los recuerdos. Miro la calvicie de Moncho con su cicatriz, ahora ligeramente burlona. Transmitimos de generación en generación la ironía, una socarrona mirada, un andar que nos caracteriza. Todos somos hijos naturales.
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Mujer con niño en el regazo
El rey suevo Witerici o Vitirico fundó una villa en el siglo VI. Con los siglos se transformó en Guitiriz, una localidad conocida por el balneario de aguas termales. Pertenece a la comarca de Terra Chá, Lugo, Galicia. Guitiriz procede de Witirici, en latín genitivo de Witiricus. Significa el lugar de Witiricus, en referencia al señor de la guerra, al rey suevo. Aquí se encuentra el Castillo de Parga, un castillo medieval. Las tierras de Guitiriz eran la antigua Trasparga. En el siglo XIV estas tierras pertenecieron a Fernán Pérez de Andrade, O Bó, caballero de Betanzos.
Ella me hablaba de O pozo da Campá, de la leyenda de la ciudad inundada de Boedo, en San Xoán de Lagostella. Me hablaba de Mesón de Cabra, su lugar natal, de las numerosas fuentes y manantiales, del clima oceánico. De toxos, de uces, de xestas. De carballos, de salgueiros, de ameneiros. Del hambre, de la Guerra Civil, de los fusilados.
Era pequeña, breve, inquieta. No se sentaba nunca. En su tierra había sido labradora. Pastora desde muy pequeña y bracera del campo en cuanto pudieron sostener la azada y manejar la hoz aquellas manos infantiles que en seguida crecieron. Sus manos, como las de mi madre.
Aquí trabajó como obrera en las bodegas Tomba, en Paternal. Llegó a la Argentina con veintisiete años, en 1949. Su mirada reflejaba ternura pero también nerviosismo. La recuerdo con su delantal azul, de flores, con una fuerza que ignoré siempre de dónde la sacaba.
Era toda energía, comía por lo general de pie. La ansiedad la devoraba. Se casó con un buen hombre, de Corrientes. Alto, grueso, callado. Daniel Sánchez se llamaba. Tuvieron una hija, Graciela Leonor Sánchez. La educaron como sólo ellos podían hacerlo. Con amor, con respeto, con decencia. Y con trabajo. Así es ella. Una mujer luchadora, sencilla, con generosidad.
Doña Pilar Freire era dueña de la casa. Todo lo ordenaba, todo lo controlaba, lo vigilaba. Había en su hogar olor a sopa, a lejía, a sobriedad. Los muebles declaman inocencia, la vulnerabilidad de la vida. Creía en Dios, en los mitos de redención y condenación. No en los curas. Cuando reía se echaba hacia atrás, de manera primitiva, inocente. Como si remolinos y turbulencias provocaran la avidez de esa risa. Despreciaba, naturalmente, la malicia y la imbecilidad. Apenas sabía leer y escribir. Pocas personas conocí con ese sentido vital, con una inteligencia intuitiva, con una rapidez mental como la de ella. Cuando el hombre llegó a la Luna no lo creyó.
Me vino a preguntar cómo era posible que engañaran así a la gente. Le expliqué, le dije que era cierto, le hablé de algunas novelas, le nombré científicos, experiencias en el espacio. “Pero, Carlitos, ¿tú también crees eso?” No volvimos a tocar el tema nunca más. Pilar era la encargada del edificio en el cual vivíamos. En el que aún vivo. Era hospitalaria con todo el mundo, atenta en el trato. Dicharachera, filosófica. Su voz resonaba desde la algarabía. Sin prejuicios, tal cual era. Tenía sentimientos fatales: blanco o negro. Y no entraba en razones.
Con los años fuimos intimando. Al poco tiempo de nacer Emiliano se convirtió en su abuela. Pasaba el día en su casa, lo llevaba a la plaza, le preparaba caldos gallegos. Disfrutaban de caminatas juntos. La calesita, las hamacas, los helados. Se transformaron en dos seres que flotaban independientemente del resto. Fue un amor idílico; por parte del nieto, por parte de la abuela. Ante ellos uno quedaba fuera, observando cariño, emoción, complicidad. Para ella, Emiliano era la perfección.
Lo llamaba Milianito. Y ahí quedó. “Pilar, le decía Rocío, se llama Emiliano, Emilianito”. “Sí, Milianito”. Se volvió obsesiva con su cuidado, con su amor desbordante, con su protección. Los observaba desde lejos maravillado, viendo crecer a mi hijo bajo su tutela, bajo sus principios. Le hablaba de Galicia, de su tierra, de su infancia. “Si alguien quiere lastimarte o insulta a tus padres, bájale los dientes de una trompada.” Así de precisa, de exacta. Transmitía la ética del terruño, la moral de siglos. Jamás le habló de religión, comprendía nuestra manera de ver el mundo. Su andar ligero no daba respiro. Emiliano la amaba y sabía que en ella podía confiar. Fue creciendo con esa abuela. Cuando se mudaron a Córboba y Pueyrredón, continuó viéndolo. Iba a buscarlo al colegio y le preparaba una taza de leche con pan y manteca. Le enseñó canciones gallegas, le enseñó a jugar al mus. Las cartas y las anécdotas eran todo. Y un poco la televisión. El patio de esta nueva casa se llenaba de chicos, de gritos, de juguetes. Pilar miraba y soñaba por los ojos de ese niño que protegía. Lo sentaba en su regazo contra la iniquidad. Había en cada acto una sensación de triunfo sereno, no exuberante, casi contenido. Envuelto en ese calor, en ese afecto, paseaba la vista mirando el agua humeante de la cocina. Allí se compartía todo: devenir, origen, dibujos. Lo visceral y lo inmediato. Esta mujer de cabello entrecano, rizado, pómulos salientes, nariz afilada, de manos pálidas y huesudas hablaba con entonación sentimental. A veces tenía expresión de tristeza, pero con un matiz fundamental: pena para llevarla dentro de sí misma, no para mostrarla a los demás.
La recuerdo pelando papas en la pequeña cocina, hablando con su hija, girando con rapidez sobre uno de sus talones y darse vuelta para dejar el mundo. Luego regresaba y se ponía a hacer otra tarea. Con los años también cuidó de Lisandro y de sus nietos verdaderos. Pero Emiliano generaba otro sentir. Estaba por encima de lo impensable. A veces le leía un poema y asentía con la cabeza como si su reconocimiento se estuviera transformando en gratitud. Le gustaba escuchar conversaciones, anécdotas, historias. La radio o la televisión le eran casi ajenas. Le gustaba enterarse de lo que pasaba por el cielo de cada uno.
Una vez la encontré llorando en soledad. Ante mi estupor y mi angustia me contaba que tenía miedo que “le quitásemos a Milianito”. La preocupación era arbitraria. Pero la simple duda, la sola idea, la perturbaba. Cuando me decía “Carlos, debo hablar contigo”, era porque algo serio pasaba. Seguramente me debía recriminar algún proceder o pensaba que era su obligación aconsejarme en la educación de mis hijos. Todo, allí, lo decía con calma, con sensatez. Se ponía feliz cuando aparecía en televisión junto al doctor René Favaloro. A veces le comentaba que estaba por publicar un poemario o que esa semana había tomado el té con Manuel Sadosky o que había conversado con César Milstein. Y le explicaba quiénes eran. Ella parecía escucharme desde lejos. Afirmaba con la cabeza pero de inmediato me hablaba de Milianito, de cómo se tiraba por el tobogán, de la hamaca, de lo rápido que hacía las tareas, del helado que tomaron juntos sentados en un banco de la plaza Rodríguez Peña. Solía hablarme de historias del terruño, de aquel hombre que viajaba con su hijo desde un pueblo hasta el vecino para vender un burro, de las cosas que le ocurrían en la feria. Hablaba de la Santa Campaña, de la hilera de candiles, de San Andrés de Teixido, donde va de muerto quien no fue de vivo. La veo cruzando la calle Viamonte con el niño de la mano. Ella le lleva la mochila. Él de delantal blanco. La veo soplando la torta de cumpleaños. Le brillaban los ojos, vibraba en inocencia. “La vista llega antes que las palabras. La vista es la que establece nuestro lugar en el mundo circundante”, escribió John Berger en Puerca tierra.
Los campesinos crean sus propios rituales. El campesino está continuamente improvisando. Mantiene una tradición como mejor garantía de éxito con el trabajo. Se otorga una continuidad, experimenta su propia supervivencia. La ingenuidad lo hace abierto a los cambios, su imaginación le exige continuidad. El campesino tiene una capacidad de observación, su actividad de observador no cesa nunca. El campesino trabaja la tierra para producir el alimento necesario para sustentarse. A menudo pasa hambre. Imagina un mundo justo en sus comienzos, un mundo igualitario. Para ellos el trabajo es la condición de la igualdad. Admira el saber pero jamás supone que el avance del conocimiento reduzca la extensión de lo desconocido. Siente la superstición y la magia. Las transmite.
Al final de sus días perdió la memoria. Ya no nos conocía. En ese estado no quise volver a verla. Me producía mucho dolor. Doña Pilar lleva un manantial de cariño y de entrega. Brota espontáneo de su corazón, lleno de impaciencia. Sólo los niños se percatan de ello. Flota constantemente el dolor de su ausencia. La lloré como a mi madre el 5 de noviembre de 2003.
Doña Pilar
La puerta de su casa nos invita a pasar.
La virtud y las manos son formas de Breogán.
La elemental cocina y el banco familiar
nos muestran el secreto de la cordialidad.
En ella hay siempre tiempo para estar y pensar.
Y una taza de caldo y un pedazo de pan.
Pilar nos comunica su alegría al contar
las cosas de la feria o el recuerdo del mar.
Nos acompaña el dulce, la galleta, la sal.
Y el rápido susurro, ardiente, de su andar.
(Desde el patio yo evoco a mi madre al soñar.
Es límpido el silencio de la voz al callar.)
Aquí no existen libros ni cuadros que mirar.
Sólo la sabia vida que discurre. No más.
Por la tarde la Virgen tiene forma de hogar.
Con su sagrada sombra es vulgar la Piedad.
Yo quiero que mi verso así sea al cantar.
Profundo y transparente como su voz, Pilar.
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Gala
El tiempo y el olvido la han cubierto y nosotros seguimos viviendo sobre su recuerdo,
que es la base de toda vida.
Thomas Mann
La toco y mis dedos descubren el latido de la existencia. Resume el sentido puro, me sostiene en la idea y en el sueño. Comprendo la vida inocente cuando miro saltar su alegría. Hay una trascendencia melancólica, algo flotando en el ambiente que es ausencia y adivinación, se identifica con todo lo que fluye, con la unidad primitiva del mundo. Descubro un idilio de finísima sensibilidad. Me refugio en esa serena armonía, en la atención observadora del animal que evoca la íntima unción. Penetración y medida, verdad y belleza. Expresa dignidad sobre el cráneo así como en las frescas orejas. Posee una expresión de comprensiva probidad en los fuertes pies y bien conformados. En su ser asoma el cosmos, lo ilusorio, la viviente plenitud. Me contempla agitada y en ese contemplar el acecho que nos trasciende, la incidencia de lo poético, de la fatalidad, una extraña sensación de totalidad y límite. Su red de nervios mide el destino, la angustia, una metafísica del instinto.
Es dorada. Tiene pelaje corto y suave, buena musculatura. No es rolliza ni pesada. Se le notan las costillas apenas respira con profundidad. Se mueve con energía, con paso firme y determinado. La cabeza en alto, orgullosa de su arrogancia. Sus ojos son marrones oscuros, no hundidos. Vivos, brillantes, no tristes. Las orejas pequeñas y delgadas, la boca ancha con los seis dientes incisivos en línea recta. Tiene seis lunares. El maxilar inferior, recto, sobresale del nivel superior. El cuello poderoso y arqueado, el pecho profundo. Los pies pequeños, redondeados, con los dedos apretados y arqueados sobre los cuales se apoya suavemente. El lomo ancho y fuerte, no hundido. Es ruda y revoltosa. El ruido de su respiración es causa de su hocico corto. Para ella todo el mundo es bueno.
Intento traducir lo que sus ojos palpitan en mí, el clima que ahonda en aquello que muestra nobleza. Lo siento en el desmedido menear de su rabo, en el ladrido expresivo, cuando va apretándose contra mi pantorrilla. Desde su inmovilidad, estática, respira concentración, indignación o placer. Se muestra alegre al ver que hoy estoy dispuesto a compartir el día con ella. Tiende convulsivamente las patas mientras se revuelca en el pasto. Tumulto de excitación y contentamiento. Pega mordiscos en el aire, se sumerge en lo hermético de la tarde, se rebela en la epopeya del saber, en la dimensión del instante. Acosa el destiempo, el aire sutil que es enigma y soledad.
La contemplo, generó plenitud. Fragmentos de trivialidad embisten contra mi sentido. Son seres grotescos que giran en la banalidad, en la monotonía. Su caminar me salva de la sofisticada cultura de los hombres, de la hipocresía. De pronto pierdo la conciencia nítida de que existo, el ruido transitorio de los vehículos, el hastío y la vacuidad que se mezclan en frases exaltadas, consumiendo una vida que no quieren. Veo en lo que me rodea la incapacidad de sentir. Creo estar despierto, pero no sé. Gala me mira y se estremece.
Me acompaña al almacén, a la ferretería, a la feria. Los vecinos me identifican con ella. Dialogo con ella, le confieso mis dudas. Su mirada –ebria de luz– responde al príncipe del exilio. Aún le ladra a la niebla, a las bestias heráldicas de los templos. Mis hijos la abrazan con piedad en el juego. Ahora está a mi lado, al costado del sillón, cerca de la lámpara de pie. Mientras leo me protege, entre imágenes fugaces y cielos de otras naves. Lanza un ladrido y vuelvo en mí. ¡El arroz con leche, la canela! Evoco a mis padres, a mis hermanos. ¿En dónde estoy? Me quedo inmóvil, olvidado, viendo como corre y se libera. Los movimientos de la sensibilidad son interrupciones de un estado que no sé en qué consiste. Ella tal vez lo sepa; la vida es una perpetua dispersión. Gala muestra sinceridad, no está educada por los años y las cosas que la rodean. Por momentos siento que mi vida, mi imaginación, mis recuerdos, se evaporan. Desde esta plaza resisto las rejas de los hombres, mis propias rejas. No quiero someterme al Estado, a sus códigos, a sus mandamientos. Gala disfruta con la sinceridad de los sentidos a la que la inteligencia se abandona. “El hombre es un animal enfermo”, escribió Rosseau.
Su olfato finísimo me identifica. Sus ojos consuelan este degradado territorio. Sin palabras, protegida de la metafísica de las sombras, de la desilusión, de la falsedad. Sabe y quiere demostrarme que entre lo fugitivo y yo hay una empecinada búsqueda. Era tan niño, me repito. Creo que Gala quiere decirme algo. Tal vez sobre mi instinto de perfección o sobre la blanda agitación de los árboles de la ciudad. Hay momentos en los que la vacuidad de vivir me marea y entonces lanzo palabras en poemas, al viento, sobre las hojas secas que dispersa este animal que simula dormir. Horacio nos habla del varón justo, que seguirá impávido aun cuando a su alrededor se derrumbe el mundo. Sin duda una imagen bella, aunque absurda. Como este deambular con Gala, una suerte de sueño o de fuga que reniega de toda confrontación, de todo espectáculo. Nos entretenemos con intervalos intentando liberarnos de la ley fatal de ser como somos. Le hablo de Pirandello, de Godot, de Ionesco. ¡Oh, era tan niño!
Se aventura para socavar infinitud, enzarza la alta noche en su deambular. La acaricio repitiendo una ceremonia. Hostiliza espejos, el hábito de la siesta, la fatal ironía de lo real. Estamos solos, intento decirle, estamos solos. Su vida es un desandar mudado. Todo hace que sea impulsada a la oscuridad de los cuartos, al patio. De cachorra, con escandalosos ladridos, solía abrir la puerta de mi biblioteca. A veces se quedaba suspensa, perdiendo el aliento en el vivir. Jugábamos a vivir sin pensar en ello. El sol era una certeza y una exactitud. Huíamos hacia lo desconocido y sutilmente nos envolvía el aire, la luz, la luna que regresa y lo ignora. Supimos ver la monotonía y la estupidez de los hombres, la inteligencia que hay en el hastío. Siento su hocico feliz en mi mano. Fulguración y gozo.
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domingo, junio 21, 2009
No comments
Buenos Aires, 2008.
Industrias Culturales Argentinas.
Con viñetas del autor.
Poesía.
Espejos
Espejo I
¿Quién es este desconocido que habita el espejo?
¿Por qué me mira así?
¿Qué ojos desvelados lo llevan
a sentir pena o ternura por mi?
¿O a recordar el día sin abandono, en el ocaso,
hendido y distante, desolado, desde una silla?
Temo a ese hombre desprotegido,
al corazón insospechado que sale de sus labios.
Temo esos ojos sin control que miran
a un hombre que se mira
en la desnudez del silencio y del destierro.
Espejo II
No sé quién es este hombre.
Este hombre que lleva mi rostro,
un día de julio de 1946 en su pecho,
un furor oculto, agazapado, en sus manos.
Detrás de sus ojos navegan barcas celtas.
Y un mar, un vacío esplendente
evocando hembras de pesados cabellos,
solitarias, perdidas.
No sé quién es. A veces siente la ternura furtiva,
la sombra de una mirada oculta,
el jadeo clandestino de la noche.
A veces lee bajo la luz de una lámpara de pie
o vacila detrás del ventanal, de los vientos melancólicos del sur.
¿Qué ve en mí?
¿De qué se apiada? ¿Por qué tiembla?
Espejos III
Un desconocido habla por teléfono desde mi cama.
Lo veo mientras la lluvia cae sobre el ventanal
de la biblioteca. La radio me impide sentir
la intimidad de la lluvia, el calor del insomnio,
las imágenes que pesan y rozan las flotantes nostalgias.
Me doy cuenta que soy un inquilino en esta casa.
Que las palabras son errantes. Siento envejecer mis manos.
La penumbra devoran estas voces desiertas.
No he muerto aún pero estoy fuera.
Me reconcilio con un viejo poema, con un retrato,
con los ríos bellísimos que cruzan los pájaros,
o con esa pequeña brisa que acaricia mi hombro.
(El unicornio es una claridad desvanecida.)
Sé que son matices, elegías dispersas,
pausas inequívocas que ven el reverso de una frutera,
que palpan a contraluz lo fugaz del viento,
el pubis de la amada como una lengua peregrina.
Un desconocido habla por teléfono.
Un animal deambula por la noche cerrada.
Carlos Penelas
Buenos Aires, noviembre de 2008
Industrias Culturales Argentinas.
Con viñetas del autor.
Poesía.
Espejos
Espejo I
¿Quién es este desconocido que habita el espejo?
¿Por qué me mira así?
¿Qué ojos desvelados lo llevan
a sentir pena o ternura por mi?
¿O a recordar el día sin abandono, en el ocaso,
hendido y distante, desolado, desde una silla?
Temo a ese hombre desprotegido,
al corazón insospechado que sale de sus labios.
Temo esos ojos sin control que miran
a un hombre que se mira
en la desnudez del silencio y del destierro.
Espejo II
No sé quién es este hombre.
Este hombre que lleva mi rostro,
un día de julio de 1946 en su pecho,
un furor oculto, agazapado, en sus manos.
Detrás de sus ojos navegan barcas celtas.
Y un mar, un vacío esplendente
evocando hembras de pesados cabellos,
solitarias, perdidas.
No sé quién es. A veces siente la ternura furtiva,
la sombra de una mirada oculta,
el jadeo clandestino de la noche.
A veces lee bajo la luz de una lámpara de pie
o vacila detrás del ventanal, de los vientos melancólicos del sur.
¿Qué ve en mí?
¿De qué se apiada? ¿Por qué tiembla?
Espejos III
Un desconocido habla por teléfono desde mi cama.
Lo veo mientras la lluvia cae sobre el ventanal
de la biblioteca. La radio me impide sentir
la intimidad de la lluvia, el calor del insomnio,
las imágenes que pesan y rozan las flotantes nostalgias.
Me doy cuenta que soy un inquilino en esta casa.
Que las palabras son errantes. Siento envejecer mis manos.
La penumbra devoran estas voces desiertas.
No he muerto aún pero estoy fuera.
Me reconcilio con un viejo poema, con un retrato,
con los ríos bellísimos que cruzan los pájaros,
o con esa pequeña brisa que acaricia mi hombro.
(El unicornio es una claridad desvanecida.)
Sé que son matices, elegías dispersas,
pausas inequívocas que ven el reverso de una frutera,
que palpan a contraluz lo fugaz del viento,
el pubis de la amada como una lengua peregrina.
Un desconocido habla por teléfono.
Un animal deambula por la noche cerrada.
Carlos Penelas
Buenos Aires, noviembre de 2008
sábado, junio 20, 2009
No comments
Buenos Aires, 2007.
Centro Betanzos Ediciones.
Ilustraciones de Juan Manuel Sánchez.
Prosa poética.
Vivamos atque amemos
Catullus
Oyes mi vida, errante, desde la lejanía. Voces entrelazadas crecen entre las ruinas del mundo y la pasión, en la primitiva inconsciencia, en los mitos lavados por los sueños. Escucha mi corazón en este oleaje de estrellas. Ce toit tranquille, oú marchent des colombes,/ Entre les pins palpite, entre les tombes… Soy el príncipe que rehace un viaje. Un príncipe perdido entre el afán y el recuerdo. Feliz de ver ondear el aire, el rostro de la amada en la ilusión del amor, libre la cabellera entre sus senos. “Serás el príncipe de este lugar olvidado del mundo. Desnacerás en otra tierra.” Acabo de nacer. Apenas fue la resonancia de una palabra. Fulguró por un instante y desapareció. Siguió durando en el silencio. El bosque llevaba el tono del invierno. Bajo hojas crepusculares él era el aire, los corzos, los jabalíes, el sol que hacía entrecerrar los párpados ahogados por el exilio y el amor. Se desbautizan el río, el horizonte. Este mirador quiere decirnos algo, inminencia de una revelación, un estado de felicidad, rostros trabajados por las mitologías.
¿De dónde viene este príncipe que se despierta en mí? ¿Este sueño que llamo mío es una ficción, una ausencia de otro, algo que nos ofrece la traducción de la noche?
Desde un aliento la memoria sube con dioses que agonizan los sucesivos abandonos. Veo el puente del umbral, el Mandeo, los hórreos abandonados, los coros en la bruma del alba. Hora tras hora llegan campanadas, esta piedad remota, inadvertida. Escucho mi sollozo, el desamparo y la banalidad que indaga la palabra. A tan alta va la luna.
Noi non sappiamo. He pensado por vos, he recordado por todos. Padre atento a los destellos, la bella Clizia me ha llevado a la erma a ver tu sombra. Escucha ahora, lector del sueño, este liquen, el triste hechizo del otoño, el roce del cabello cuando cubre la frente de la amada. Todo pasa dentro del corazón, en la niebla de la mirada, en la llovizna que cae sobre los muros de una casa abandonada. El peso de los antepasados nos condiciona en la noche, esta voz desterrada prueba ofrenda y abandono. Ahora sabemos qué trono hemos destruido, qué memoria dispersaron los mares. Esta inmovilidad unida al movimiento… Habito un país inexplicable, de oscura memoria y murmurantes aguas. Ahora la congoja sosiega mis palabras. La ciudad se oculta con estrías y pájaros inmóviles. Regreso para nombrarlos en la iniquidad, en las barcas de la diáspora. Veo a Diotima en los recodos de los sueños, pero nuestro linaje vaga en las tinieblas. No hay tiempo ni memoria. Un sanguinario dios nos devora día a día hasta ver la fugacidad de los cipreses en las estrellas. Nacen y mueren nuevas vidas en esta trama de vana agitación, en una alegría bastarda donde aún percibimos islas venturosas. (Cercana, protectora, con voluntad sobrante. Ascendiendo, Guiomar, ascendiendo.) La niebla rodea objetos y trastos que apenas existen. El reflejo de la infancia nos permite vivir en la demencia, esa luz obstinada donde nos refugiamos susurrantes, ese deslizarse entre hebras de lluvia antes de callar. Mientras dormimos o velamos se reúnen nuestros antepasados tendiendo manteles entre el desamor y el estremecimiento. Y vemos el cesto de mimbre con pan fresco, el lenguaje de los dioses en las horas aciagas. Todos los días se crucifica a un poeta.
Hechizado, camino por senderos sacralizados de un bosque, silencioso. Serenamente. Había dejado ciudades y villas. Olvidado arquitecturas románicas, espacios y voces familiares. Recordaba tumbas, monumentos funerarios, iglesias con testimonios piadosos, pórticos medievales. Estoy solo y cruzo un pequeño puente por el que podía pasar una yunta de bueyes. Soy parte del ensueño. Me acompaña una música dominante y la llovizna como un velo mágico. Pude lavar las furias, el cautiverio, los fracasos amordazados. Siento la nostalgia de los días sin objeto. La luz ofrenda el tiempo que labra árboles y piedras. El paso era de quien marcha solitario entre sombras, de quien habita la tierra. Un universo vibra la nostalgia. Gozo la hierba, imágenes que circundan ritos. El cielo azulísimo llevaba la inmovilidad de un viaje inconcluso. He aquí, me dije, signos, nieblas inaccesibles. De pronto una casa. Abandonada. Se abrió la puerta y una mujer me pregunta: "¿Qué buscas?". Busco a un niño que se perdió, le respondo. A un niño que creció entre el sollozo y la memoria de días descifrados. A un niño que creció del otro lado del mar y desea abrazar a su padre que vivió en esta casa, en esta perdida aldea de labradores. “–Pasa me dijo-. Otros han venido tras el aroma inmutable y no los dejé entrar. Allí está tu padre, con los zapatos embarrados, soñando desde el mirador que su hijo lo encontraría. Deja ya de vagar por la melancolía y la ansiedad de la noche."
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viernes, junio 19, 2009
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El deber anárquico
No creo en ustedes, patriotas, guapos y politiqueros.
Florencio Sánchez
En febrero de 1934, en un escrito publicado en Tierra y Libertad, Diego Abad de Santillán señala: “Nuestra revolución quiere transformar a cada individuo en el constructor de su propia vida. No queremos ser redentores de nadie y nuestro anhelo se cifra en romper las ligaduras que impiden al hombre ser dueño de sus acciones, de su pensamiento y de su voluntad”.
El poder corrompe siempre. Mixtifica y aparenta, a veces, desaparecer. El tiempo se transforma en degradación o cataclismo. Hay un intercambio de lugar y de ocultación de elementos. González Prada escribió a principios del siglo XX que “ no hacemos la apología de la especie humana”, En estas coordenadas la inserción virtual del tiempo en la visión del objeto es ambigua. Hay un tiempo para nada. Generación tras generación jugando al Gran Bonete, estructurando hombres imbéciles, pueblos sin conciencia sometidos a líderes, héroes populares de baja estofa, por el juego o el alcohol. Es fácil: una educación absurda, una cultura de excluidos, una sociedad que reconoce la hipocresía y el crimen desde el egoísmo. De ahí que vemos el mundo según el Poder nos dice que es: apreciamos la vida según el espectáculo onírico o irracional que nos presenten. Los dioses nuevos que quieren entronizar son dioses que aún no hemos vencido. De allí la importancia de La Orestíada de Esquilo, que nos permite comprender con claridad que la historia es fluida, al servicio de los hombres. En ella encontraremos, como afirma Roland Barthes, “una marcha de la historia, un levantamiento difícil pero indiscutible de las hipotecas de la barbarie, la seguridad progresiva de que el hombre es el único que posee el remedio de sus males…”
Hacia el año 820 el autor de los Antirréticos, Nicéforo, patriarca de Constantinopla, Padre de la Iglesia iconódulo exiliado por León V, el emperador iconoclasta quería en cierto modo asumir plenos poderes, ignorando así una distinción entre lo temporal y lo espiritual, del Imperio y la Iglesia. Nicéforo veía en esta actitud, en la iconoclasia eso a lo que hoy denominamos “tentación totalitaria”, unida a un enmascaramiento de la empresa divina de la redención. Mediación entre el cielo y la tierra, representación de lo absoluto, algo negociado entre el hombre y Dios.
La complicidad de la violencia con el poder y con la ignominia, las técnicas de la mercancía ideológica y los discursos populistas, autoritarios. La fachada arribista y espectacular de una polarización que se relaciona con la promiscuidad, el griterío confuso, la adulteración de linajes. Líderes y jerarquías. Un poco más. La velocidad de los flashes y el caleidoscopio fragmenta lo insensato pero paradójicamente pone sobre el tapete lo excepcional, la mediocridad, lo que monopoliza, la verificación del engaño. O también: la mala memoria de los pueblos, lo que zigzaguea, el bonapartismo.
Gustave Flaubert (1821-1880), el genial autor francés de Madame Bovary (1857), escritor de método analítico, de estilo llano y conciso, escribió una carta a Madmoiselle Levoyer de Chantepie, donde manifestaba:
“Se sorprende usted del fanatismo y de la imbecilidad que le rodean. Que uno se sienta herido lo comprendo, pero que lo sorprenda eso sí que no. Hay en la humanidad un fondo de estupidez que es tan eterno como la humanidad misma....”
Más adelante agrega: “....lo que niego es todo aquello que se refiere a la inteligencia de las masas, sé lo que nos espera....en cuanto a la zona bajas del cuerpo social, nunca llegaremos a elevarlas. Hay que consolarse y vivir en una torre de papel.” Y a George Sand en 1866: “...hay un único mal que nos aqueja: la estupidez. Pero es una estupidez formidable y universal. Cuando se habla de embrutecimiento de la plebe, se habla en términos injustos e incompletos. Conclusión: hay que ilustrar a las clases ilustradas. Empezad por la cabeza que es la parte mas enferma, el resto, que es inútil para la mayoría, seguirá.” Discutible, sin duda, pero para polemizar a fondo.
La humanidad recorre el camino entre equívocos, malos entendidos y sombras cósmicas. No olvidemos aquellas palabras de Pier Paolo Pasolini: “Usted no entendió nada porque es un hombre-medio. Un hombre-medio es un monstruo, un peligroso delincuente, racista, conformista, esclavista, indiferente a la política.” El fondo de la cuestión siempre es la misma. Entre la tierra y el cielo, sordera y aquelarre. Una vez más debemos reiterarlo, hasta el cansancio. La erudición sólo es válida si ayuda a esclarecer el conocimiento real que hizo del antropoide un hombre.
viernes, junio 19, 2009
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Buenos Aires, 2006.
Informes del Sur, cuadernos de investigación / Ediciones BP.
Prosa.
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La Acracia Literaria
La sociedad es un manicomio cuyos guardianes son los funcionarios de la policía.
Johan August Strindberg
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El 6 de septiembre de 1930 el General Uriburu inaugura la historia de los golpes de Estado en la Argentina del siglo XX. El presidente Yrigoyen entregará un triunfo a los anarquistas meses antes de ser derrocado: el indulto a Simón Radowitzky. Pero esto contribuirá a la irremediable caída del líder radical. Inmediatamente, todas las publicaciones anarquistas fueron prohibidas y sus locales allanados. Se desplegará uno de los momentos de mayor represión para el movimiento. Sorprendido en medio de divisiones internas, desarticulado y sin capacidad de respuesta, sufrirá cientos de detenciones, encarcelamientos en Ushuaia, deportaciones, fusilamientos y torturas. A la hora del resguardo de nada le ha servido a la FORA mantenerse a distancia de lo que define como un conflicto dentro de la burguesía, y a “La Protesta” tampoco le fue útil despegarse de los sectores violentos del anarquismo convencida de tener un rostro más humano. Ante la dictadura se borran todas las diferencias. Para el autoritarismo no existen grises sino un único enemigo. Las sutilezas no son su fuerte y la picana nacerá como síntesis de su discurso.Paradójicamente, la represión sirvió para reflexionar sobre la puja a ultranza mantenida en los años '20, parecía un escarmiento de la historia que castigaba violentamente a quienes se habían relacionado con violencia, invitándolos a unirse contra el verdadero enemigo. La dictadura dio el marco concreto para generar la unidad: el cuadro tres bis de la cárcel de Villa Devoto, donde habían confluido cientos de militantes de distintas tendencias, muchos como paso previo al traslado a Ushuaia. Ahora el espacio estaba completo para comenzar las discusiones, sus miradas se corrieron hacia la autocrítica y produjeron un hecho impensable tiempo atrás: trescientos militantes de todas las tendencias, en septiembre de 1931, organizaron en la cárcel un Congreso. Era el comienzo de la unidad y la reconstrucción, pero a la vez el nacimiento de un nuevo tema de discusión: la creación de una organización “específica” del anarquismo que lograra coordinar y unificar sus fuerzas. El “especifismo” no era en verdad una novedad, siempre había rondado la idea de construir una organización “madre” y el I Congreso Regional de 1922 pudo haber iniciado este camino. Lo cierto es que, íntimamente, todos coincidían en reconocer a la FORA como organización “finalista” y alejarse de construcciones más propias de partidos políticos burgueses o autoritarios. En definitiva, era el proletariado bajo sus principios federativos la verdadera expresión del anarquismo local, su herramienta de lucha y tal vez el embrión de la sociedad futura.
Pero 1930 es también la década que marca el fin de un modelo. Y con ello la estructura productiva se irá transformando, acelerando los cambios ya perfilados durante la Primera Guerra Mundial. Esto rehabilitará el debate entablado en la década anterior entre aquellos partidarios de la organización por oficios o por industrias. La FORA se mantendrá fiel a sus principios federativos oponiéndose a todo tipo de organización por industria. Esta posición, que ya había decidido a muchos sindicatos a incorporarse a la USA, ahora producirá que otros anarquistas propicien la creación de grupos intersindicales en los gremios “reformistas” y que reconozcan las transformaciones en el capitalismo como un dato objetivo con el cual tendrán que operar.
El 13 de septiembre de 1932 comienza el II Congreso Regional Anarquista con la participación de cincuenta y tres delegados en representación de treinta organizaciones de todo el país. Se había abierto una vez más en la historia anarquista un ágora de intercambio, construcción y reconocimiento. Pero, ¿se habían diluido realmente las diferencias para permitir la unidad? En verdad, lo que pareció suceder es que caducaron ciertas discusiones y se instalaron otras, producto de otra coyuntura histórica y del reacomodamiento. Vale la pena recordar que es mucha la bibliografía escrita sobre estos años y que sólo intentamos reseñar algunas páginas para comprender el nacimiento de la Federación Libertaria Argentina.
El Congreso Regional de Relaciones Anarquistas (CRRA) tuvo una importante labor en la organización de la militancia, logrando que los seis comités zonales establecidos en el Congreso de Rosario (Rosario, Resistencia, Bahía Blanca, Santa Fe, Tucumán y Capital), aumentaran a dieciséis en septiembre de 1933 y llegaran posteriormente a treinta. Logro la conformación de una agrupación intersindical en el gremio de la indumentaria, la reorganización de la Asociación de Empleados de Comercio de Rosario y la constitución del Sindicato de Obreros Tranviarios y Anexos en Capital, de expansión en todo el país, autónomo, no adherido a la FORA.
La FORA, mientras tanto, tendrá dos importantes actuaciones a principios de la década: la huelga portuaria en enero de 1931, y en julio, ante la llegada de un buque nazi, la agitación y la huelga convocada por la Federación Obrera Local Bonaerense. Ahora, mientras las actividades del CRRA crecían, conectando y preparando zonas.
Sin embargo, esto no malogró el objetivo y el trabajo desarrollado por el Congreso Regional, durante tres años, pudo concretarse en octubre de 1935, al realizarse el Congreso Constituyente de la Federación Anarco Comunista Argentina (FACA).
La FACA, primera organización especifica anarquista de la Argentina, establece su sede de correspondencia en la Capital Federal, y comienza a desarrollar múltiples actividades en todo el país, en continuidad con las desempeñadas por el CRRA. Podemos destacar la intensificación de la campaña por la libertad de los presos de Bragado: Pascual Vuotto, Reclus de Diago y Santiago Mainini, torturados y condenados por un crimen no cometido en 1931. Se editaron miles de ejemplares del periódico Justicia, vocero de la campaña, y se recorrió todo el país realizando actos, soportando la persecución y el asesinato, hasta lograr el indulto en 1942. Me he referido a algunas de estas cuestiones en mi libro Los gallegos anarquistas en la Argentina (1996).
En 1936 se produce uno de los hechos más trascendentes para el anarquismo mundial. El levantamiento del general Franco contra la República Española desencadenó la Guerra Civil, pero también aceleró el proceso revolucionario que venía gestándose y que tenía como protagonista al movimiento anarquista español. El movimiento ácrata cumplió un papel decisivo en la derrota de los sublevados en varias ciudades, y logró controlar importantes zonas, desarrollando su labor de construcción revolucionaria. Así nacieron las colectividades de Aragón, y la colectivización de industrias y servicios en la mayor parte de Cataluña. En la Argentina, la FACA realizó una campaña fundamental a favor del movimiento español. Intervino en la formación de numerosos comités populares de Ayuda a España. Fundó, de acuerdo con la CNT y la FAI española, el Servicio de Propaganda de España, editando la revista Documentos Históricos de España, e impulsó la formación de la S.I.A. (Solidaridad Internacional Antifascista). Se designaron tres militantes como delegados en España, quienes viajaron de inmediato: Jacobo Prince, Jacobo Maguid y José Grunfeld. Ocuparon cargos de máxima responsabilidad en el diario confederal Solidaridad Obrera en el órgano de la Federación Anarquista Ibérica, Tierra y Libertad y en la Secretaria Peninsular de la FAI, respectivamente. Otros compañeros viajaron, además, a luchar por la República.
El primer documental sobre la Guerra Civil Española la filman los anarquistas y se denominará Amanecer sobre España. Basándose en testimonios de este film el director francés Frédéric Rossif, rodará Morir en Madrid. Luis Danussi será el responsable de recibir en el puerto de Buenos Aires la lata con Amanecer sobre España. Era un acto litúrgico proyectar esta película en cada homenaje que se le rendía a la República.
La década de 1930 fue de formación y crecimiento para la FACA, en duras condiciones de represión, que habían diezmado al movimiento al comienzo de la dictadura. En 1939, con una estrategia de ampliación y junto a hombres que no eran libertarios, se crea la revista Hombre de América. Debemos recordar que su diagramación moderna y revolucionaria la diseñó Aaron Cupit. Y en 1941 nace el periódico Solidaridad Obrera como expresión de un importante sector de gremios autónomos orientados por la FACA. En 1946, la constitución de la editorial Reconstruir fue de notable importancia para la difusión de las ideas libertarias, editando decenas de folletos y libros, hasta nuestros días.
La derrota en la Guerra Civil Española y el comienzo de la Segunda Guerra Mundial reavivaron las campañas antimilitaristas, así como la ayuda a todos los refugiados. En este marco se inicio una campaña para auxiliar a los compañeros sobrevivientes del terror nazi enviando ropa y víveres a Alemania.
El enorme impacto represivo que causó el fascismo en todo el mundo, su expansión, el surgimiento del régimen nazi y la existencia en la Argentina de grupos que asesinaban a los obreros y que apoyaban esas tendencias, generó un clima político que buscó evitar el nacimiento de movimientos similares en el país. El peronismo parecía reunir las condiciones de un movimiento fascista vernáculo, construyendo su base de sustentación en la masa obrera, organizada en sindicatos impulsados desde el Estado y con un sesgo autoritario. La mayoría de los libertarios no dudaron en atacar al Estado peronista, recibiendo cárcel y clausura de sus periódicos: en 1946 se creó el periódico Reconstruir que sufrió procesos por desacato y secuestros de ediciones, trasladando su impresión a la ciudad de Rosario. En 1952 fueron encarcelados los obreros portuarios de la FORA.
Pero, si los beneficios económicos y sociales fueron reales, y la explotación descarnada que realizaba la elite fue restringida, la dignidad alcanzada distaba de los postulados revolucionarios de la primera mitad del siglo. El mejoramiento de las condiciones sociales pareció reconstruir al movimiento obrero, y encauzarlo con un sentido de pertenencia e inclusión. Las luchas ya no estaban dirigidas a la emancipación del género humano, a derribar las fronteras que separan a los hombres y derrocar al capitalismo. Y la dignidad pretendida tenía un recorte en los ideales más altos, nacidos en los movimientos revolucionarios.
Desde la formación de la FACA, hasta su designación como Federación Libertaria Argentina, se sucedieron seis grandes encuentros: diciembre de 1936: Pleno Nacional de agrupaciones Provinciales; febrero de 1938: Primer Congreso Ordinario; julio de 1940: Segundo Congreso Ordinario; octubre de 1942: Pleno Nacional de agrupaciones y militantes; diciembre de 1951: Tercer Congreso Ordinario; febrero de 1955: Cuarto Congreso Ordinario. Nace la F.L.A.
Si en esta fecha las ideas anarquistas habían dejado de ser una expresión de masas y de representar al movimiento obrero mayoritario, sobresale la continuidad y el desarrollo conseguido por la organización especifica. Mientras el anarquismo se veía relegado en su expresión obrera a un espacio cada vez mas reducido, se desarrolló una nueva forma de canalizar los ideales libertarios que, sin dejar de estar inmersa en el retraimiento general del movimiento, pujaba por demostrar la vigencia de las ideas anarquistas. Esta nueva etapa histórica, vivida por los protagonistas bajo la necesidad de un cambio de estrategias, que articulara la militancia no incluida en la FORA, insufló fuerzas al movimiento y generó la Federación Libertaria Argentina, en actividad permanente hasta nuestros días. Sin perjuicio de la FORA, quien supo englobar a miles de trabajadores en las décadas anteriores, se había abierto una nueva etapa, que propiciaba otro tipo de militancia.
viernes, junio 19, 2009
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Buenos Aires, 2006.
Ediciones del valle.
Prosa.
Ed è subito sera
La poesía no se puede traducir. Este bellísimo verso que puse como título a esta crónica pertenece al gran poeta italiano Salvatore Quasimodo. En castellano diríamos “y enseguida atardece”. Y no es lo mismo, ni en sonido ni en intensidad. El poema es breve: “Cada uno está solo sobre el corazón de la tierra, / traspasado por un rayo de sol: / y enseguida atardece.” O mejor. “Ognuno sta solo sul cuor della terra / trafitto da un raggio di sole: / ed è subito sera”. Quasimodo, Premio Nobel de literatura, proporciona una imagen dura y crítica de la realidad. Un poeta inmenso por su precisión e intensidad, por su coraje al habitar los días de su época.
Quienes me conocen saben de mi amor por esa Galicia mítica. No por los gallegos en particular, que se las traen. Galicia, el hombre de a pie, el exilio, la diáspora, son cosas que las nuevas generaciones –de izquierdas o de derechas– no terminan de entender. En realidad no les importa, la desconocen. Y los que supuestamente la conocen son dinosaurios. O peor, “porteños agallegados”. Allí, como en todos lados, a los funcionarios les fascina ver una película de pieles rojas. La preocupación para ellos es tener todo en orden: la raya de los pantalones, el alfiler en la corbata y una buena afeitada. Luego, viejos imbéciles, terminan en un ataúd con una sustancial cuenta en el banco pero duros como un bacalao. Y al recorrido del cortejo. Alguien, funcionario o académico, pronunciará un insípido discurso expresando el afecto general. Con modales jesuitas se saludarán con efusión. Solemnes y opacos. “Porque cantan se creen que son cantores” suele decirme Máximo Paz.
Para los griegos saber es recordar. De ese mundo viene la saudade, la necesidad de un recuerdo, la escatología, la conservación y la pérdida. La otra tierra que amo es Italia, sus diversas y sucesivas graduaciones, la luz del espíritu, su fuerza latente. Admiro ciudades y pueblos de todo el mundo pero amo a Galicia y a Italia. El amor y el deseo mueren pero la saudade persiste. No es duelo ni tristeza, queda claro.
Esta mañana estuve tomando un café con David Viñas. Por lo general en enero y febrero tenemos más tiempo para conversar, para intimar, para hacer la lectura de los diarios subrayando y englobando títulos, palabras, citas. Vamos destrozando noticias con flechas e interrogantes. Las leemos desde otro ángulo, reflexionando, viendo fotografías, abrazos, sonrisas. Una orilla atlántica del cuerpo, una verdad escondida, perseverada. No hablamos nunca de la transitoriedad, de la caducidad, de la muerte. Como idas y vueltas todo se cierra en círculos.
Cuando nos despedimos fui a caminar por calles silenciosas y alejadas del centro. En verano es posible, además conozco los rincones de la ciudad. Calles arboladas y serenas. Entonces vinieron a la memoria mis amigos, mis compañeros del alma. Y esos tiempos terribles del exilio interior. Regresaron los rostros de Roberto Santoro, de Haroldo Conti, de Humberto Constantini. Y Leonardo, Guillermo, Ana María, Cristina, Dardo, Enrique, Julio y rostros cuyos nombres no puedo recordar. Cuánto dolor, me digo en silencio, cuánta nostalgia. Y el regreso del otro exilio, intactos en ternura y vigor: Ricardo Carpani, Osvaldo Bayer, Héctor Ciocchini, Carlos Alberto Brocato, Juan Manuel Sánchez, el propio Viñas. Y esos años de secreto milagro donde compartíamos lo más profundo con Luis Franco, Lucas Moreno, José Conde, Agustín Tavitián, José Gulías, Luis Alberto Quesada, Onofre Lovero, Ponciano Cárdenas, Antonio Pujía, los documentales de Jorge Prelorán...
Líber Forti con su caminar clandestino, encuentros en las madrugadas con actores, periodistas, Juan Lechín, imprentas. Cartas anónimas, miradas insurrectas. Y los anarcos con una entereza de espíritu única, una ética más allá de lo humano. Cuánto me ayudaron, cuánto me protegieron. Luis Danussi, Enrique Palazzo, Roberto Guilera… Y los libros de literatura social quemados, enterrados, dispersos. Y mis hermanas: Raquel y Coca, que todo lo arriesgaron en silencio. Nos sostenía como siempre la poesía, la ingenuidad que conmueve, las páginas de los clásicos, su lectura cautivadora.
A veces son espectros que me visitan en sueños, siempre una nueva parábola. Y así el mundo va teniendo un carácter más privado, más íntimo. El tiempo desconcierta y adultera todo. A medida que pasa agrava y aumenta los golpes: es el camino del bienestar y del poder. De eso conocen las izquierdas y las derechas, del poder. Y los señoritos, y los caballeros normandos. Y supuestos benefactores. Hay seres que me siguen dando asco. Cretinos, decía mi padre.
En mi memoria hay más nombres, tal vez sea injusto no mencionarlos, pero la lista sería interminable. Hubo muchos seres generosos, desprendidos, arriesgaron con desmesura el amor y la pasión. Alberto Olmedo, viejo socialista, cerrajero, era uno de esos hombres. El maestro Renato Ansuini, músico, compositor, amante de la ópera, un gigante itálico desbordante de vida y simpatía, era otro. La temporalidad es retrospectiva y no prospectiva. Sigo caminando y me inserto en el pasado, en el tiempo vivido ya concretado en representaciones evocativas. Voy constituyendo la conciencia entre dos realidades: la que es dada por la percepción de hoy y la de la evocación retrospectiva. Es una posición ensimismada y contemplativa. Es el tiempo emotivo, la presencia de una ausencia ya vivida. En el ensimis-marme devago con los seres queridos, trafitto da un raggio di sole.
Enero de 2006
jueves, junio 18, 2009
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Buenos Aires, 2005.
Ediciones del valle.
Ilustración de Rafael Gil.
Prosa poética.
El poema toca la ausencia. Un jour passera la camaraderie inerte de l’oubli. Con su hocico desnuda lo salvaje. El silencio de la vegetación se alberga en la aurora. Todo es fin y comienzo. Habitamos muertos en rotantes astros. Despertamos en la evidencia de lo ingenuo, desamparados entre cielos y petrificados jardines, en habitaciones con infolios, diarios, manuscritos.
No hay codicia ni herida en su peregrinar. Se tiende en la docilidad del sillón, junto a la lámpara. Vagabundea sin acatar campanas. Presiento su impaciencia, abarca el fondo de mi ser. Siento su corazón hasta el confín del sueño. Me mira ausente.
La luz de una vela parpadea en un candelero. Es necesario volvernos primitivos. Hemos envejecido sin el estremecimiento de lo breve, del vacío. Desierto, solitario veo pasar la luna sobre el parque. Oculta finitud, trenes incandescentes sobre acantilados. Tenemos necesidad de eternidad, pero también de engaño. Son instantes que compartimos, instantes donde el sol o la noche me encuentran. Pero las visiones se desvanecen. Cierro los ojos y miro el mar, las grandes rompientes; el bosque quedó a mi espalda. Es verano. Gala gime ante lo invisible. El gozo fecunda fulgor y tránsito. Aún no sé en qué medida mi espíritu está ligado al enigma. La vida es tan sólo una forma de la pasión.
...danza como una antorcha su fantasma en el aire
Charles Baudelaire
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La veo jadeante. En sus dientes el hueso es felicidad y origen. Simulacros que concede el tiempo donde nos extraviamos. Gala hostiliza espejos, el hábito de la siesta, la fatal ironía de lo real. Heme aquí mirando lo sensible, lo que no sabemos comprender. Voces de pólvora, rebeldes. Me abandono, siento la consumida hora del reloj de pared. (Soy Matías Pascal; gritos agudos me persiguen. Y un hartazgo sosegado. Reverberación del mar. ¡Oh, mi silencio!) Veo hombres rezando sin sentido, el sopor del sahumerio, textos celebratorios. De pronto, la imagen de la amada. Ausente me pierdo en lo más hondo de mí. La imaginación desvaría en vuelo, me dice la evidencia y el canto de su cuerpo. Cuelga la ropa en la soga del patio, me fío a su fluir. El sol ordena una vegetación de cúpulas. Es insondable la tontería humana. Gala me ata a esta humanidad que me atrae a la vez que me repele. Hay ondulantes pájaros sobre el crespado río. Y el faro y el fuerte portugués en el cielo.
Y a veces lloro sin querer
Rubén Darío
jueves, junio 18, 2009
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Buenos Aires, 2005.
Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
Conferencia dada en el Congreso de Escritores realizado por la Comisión de Cultura y Comunicación Social de la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Prosa.
Hacia una estética anarquista
“La libertad, la moral y la dignidad humana del hombre consisten precisamente en esto, en que hace el bien no porque le es ordenado sino porque lo concibe, lo quiere y lo ama.”
Bakunin
“Nada está verdaderamente lejos”
Jules Supervielle
Resulta muy difícil persuadir a la gente de la necesidad de la existencia de Dios. De la misma manera, que exista el gobierno. Ninguna de ellas es evidente por sí misma. Alguien que cree en el socialismo libertario tiene la obligación permanente de elaborar una nueva visión integral del mundo y una nueva manera de acercarse a cada vivencia. Creo que hoy como ayer el intelectual, el creador, debe construir límites contra la expansión del autoritarismo, contra el Leviatán. También es natural y notorio que el pensamiento libertario disienta, pues no está formado por jerarquías y ortodoxias, por castigos y recompensas. No tiene líderes ni funcionarios. Su principio fundamental es el rechazo de la autoridad, por tal motivo tiende al disenso permanente. Pero hay en él un sentimiento ético, una conducta, una solidaridad. Con esta mirada, intentaremos desarrollar nuestra propuesta.
Nikolai Berdiaev escribió: “Las utopías son hoy mucho más realizables que en el pasado. Y nos encontramos enfrentados a un problema incomparablemente más angustioso: ¿cómo podemos impedir su consumación?”
Los anarquistas nunca le dieron importancia alguna a los retratos, a los mausoleos, a los homenajes. Ni a las biografías ni a los líderes. Todo lo miran desde otro ángulo. Y se equivocan poco. Sin patria, sin dioses, sin banderas. No son idólatras. Partidarios de la cremación o la dispersión de las cenizas (iconoclastas al fin) conllevan una tradición oral alejada de toda pompa. Fúnebre o de la otra. Hacedores del silencio y la memoria, evangélicos, rebeldes, solidarios.
Pertenecemos a una sociedad ferozmente competitiva e individualista, una sociedad que inventa hora a hora distinciones y borra viejas solidaridades. Una sociedad que habla de la patria, de la santísima trinidad, que atenta y misericordiosa vitorea a generales de la Nación, a obispos que bendicen picanas eléctricas, tachos submarinos, cárceles clandestinas, una sociedad con capellanes militares, médicos policiales, forenses paranoicos, señores de la vida y de la muerte, custodios de las instituciones de los hombres de bien, de burócratas y verdugos.
Umberto Eco define los procesos de mitificación como “productos de la simbolización inconsciente”. La mitificación de las imágenes, caracterizadas como sagradas no sólo fue un hecho inducido desde los cenáculos del poder religioso medieval. Freud ya había enseñado que es posible la existencia de una masa de dos: en el enamoramiento; un estado donde se mitifica la imagen del otro. La imagen idealizada fascina. Y toda idealización, afirma Freud, es un afán que falsea el juicio.
Vivimos una época cargada de neurosis, de alineación, de imbecilidad. Tal vez todas las fueron en mayor o menor medida.¿Quién recuerda El derecho a la pereza, de Paul Laforgue, a Hypatia , a La Boétie y El Discurso sobre la servidumbre? Pues bien, hemos perdido la memoria. Todo se ha vuelto rápidamente falaz, engañoso, capcioso. Son los tiempos del “gran juego” según Kipling. La memoria es parte de la historia, “una adquisición para siempre” al decir de nuestro buen amigo Tucídides.
La sociedad del espectáculo es una sociedad sin política, en la que los individuos se han visto desposeídos brutalmente de sus posibilidades y de los riesgos de la acción. Sufren las fluctuaciones ingobernables de un sistema absurdo y criminal. Los espectadores viven en la seguridad de una existencia tranquila, pacífica y administrada, o bien víctimas de la exclusión y de la precariedad, viven en la monotonía, el aburrimiento. El espectáculo es el nuevo opio del pueblo, nos dice, nos induce a pensar. Es la despolitización de la vida.
El espectáculo crea un presente perpetuo apoyado en el espejismo de la tecnología, en el que es posible la ocultación, el simulacro y la mentira. La ficción y la apariencia pasan por delante de la realidad.
No se puede hablar de arte en serio si no se conoce la literatura clásica. La globalización, entre otras cosas, destruyó una visión y una educación literaria que ahora es no sólo insuficiente sino ínfima. Vemos con estupor el éxito cinematográfico de “El señor de los anillos”, de Peter Jackson. Jóvenes y no tan jóvenes que desconocen a Eisenstein, Welles, Truffaut o Visconti –y que en su mayoría jamás lo verán– admiran la técnica y un supuesto mundo mágico. Por supuesto, para ver “El señor de los anillos” no hace falta haber conocido la obra de los grandes maestros. Lo que estamos intentando decir es el peso de la industria cinematográfica que ahora descaradamente está insertada en la literatura. Profesores de literatura no leyeron a Bradbury o a Conrad. Por encima, muchos han leído a Cortázar sin saber ciertas fuentes o la obra de Ramón Sender. A Borges, desconociendo también a Marcel Snow. Y así podemos seguir hasta el cansancio. No estoy hablando del lector común, me estoy refiriendo a una supuesta crítica especializada, o a ciertos escritores “profesionales”. Ya lo hemos dicho en otras oportunidades, lo mismo ocurre con la música, la pintura y hasta el fútbol.
jueves, junio 18, 2009
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Buenos Aires, 2005.
Informes del Sur, cuadernos de investigación / Ediciones BP.
Prosa.
Antífonas rojas
Al pueblo no le han enseñado a comprender; sólo se ha procurado hasta hoy engañarle y embrutecerle para explotarlo mejor.
Revista Martín Fierro
“El arte para el pueblo”, Nº 7, 14 de abril de 1904
En este breve ensayo biográfico intentaremos mostrar un itinerario singular y contradictorio a partir de la figura de Alberto Ghiraldo. Creemos que la época ofrece un interesante y polémico contrapunto de ideas y reflexiones. Este escenario no está exento de tensiones, conflictos y, frecuentemente, malentendidos. Sin idealizaciones el objetivo es señalar una militancia del anarquismo en España y su influencia en la Argentina a partir de finales del siglo XIX. Y cómo esa militancia repercute en las primeras décadas del siglo XX. La cotidianeidad, lo indisciplinado y lo efímero se yuxtaponen en un período significativo: una lucha revolucionaria en la cual la literatura y el periodismo proponen un proceso ideológico inédito.
La primera década del siglo veinte es testigo de los nuevos rumbos que ha tomado la poesía en nuestro país. Viven aún Guido y Spano, Rafael Obligado y Almafuerte; los dos primeros son poetas consagrados pero ya inactuales; el tercero, Almafuerte, se proyecta en influencias sobre Evaristo Carriego y los primeros poetas de intención social. Lugones, con él triunfó indiscutible del modernismo, impone formas inéditas. Sin embargo, y paralelamente, las inquietudes políticas, las posiciones de protesta frente a la injusticia determinan actitudes de crítica que se traducen en poemas y revistas. Alberto Ghiraldo, cuyo libro Fibras (1895) prologara Rubén Darío, funda en 1904 -año en que también publica Música prohibida- la revista Martín Fierro, combatiente sin duda con candor anarquista. Un año después, José de Maturana (1884-1917) -que también es poeta y ha publicado ya sus libros: Cromos, Lucila, Poemas de color- funda, junto con Juan Más y Pi, Nuevos caminos. Se asiste al descubrimiento de otros universos poéticos que implican un acercamiento a la cotidianidad y una preocupación no esporádica por los problemas que la realidad del siglo plantea al grupo intelectual. Surgen así temas nuevos -que sólo Almafuerte había intuido- y, consecuentemente, una búsqueda de la expresión directa, como reacción, en parte, frente al modernismo en la figura avasalladora de Lugones. Todo esto implica, primero, la creación de la retórica del sencillismo, que Carriego ejemplifica; segundo, el comienzo de ciertas formas especiales de estructurar realidad y poesía, como en Ghiraldo, Maturana, Emesto Maño Barreda y Mario Bravo; y por último, a través de dos décadas, una decantación del modernismo que se transfigura en un lirismo renovado en poetas como Pedro Miguel Obligado, Rafael Alberto Arrieta y Arturo Capdevila.
Idealismo y literatura
Ya Lugones, patriarca de la literatura argentina, había escrito Montañas de oro, (1897) y Crepúsculos del jardín (1905).
La presencia de Darío en Buenos Aires resultó definitoria y, aunque los últimos románticos vivían aún, la vuelta del siglo está signada por la renovación modernista. Nuestro país se ponía al día en literatura: aunque hay en Lugones mucho de Víctor Hugo y de los parnasianos. Publica, en 1909, Lunario sentimental, pariente directo de la poesía de Jules Laforgue o de los decadentes franceses. Coexistían con el modernismo de Lugones la exquisitez europea y poco vigorosa de un Charles de Soussens, tendencias que prolongaban ciertas características del romanticismo, que anunciaban el sencillismo en poetas posteriores, o que inauguraban la poesía de inspiración provinciana y regional. Carriego se incorpora a este panorama con su aporte fundamental: la poetización del barrio.
La clase obrera iba a derrumbar un régimen de explotación y de miserias, de guerras y de pestes. La clase obrera con sindicatos combativos, con una clara solidaridad internacional, con su huelga revolucionaria, iba a crear una sociedad nueva: libres e iguales. Sin explotados ni oprimidos.
Jóvenes intelectuales, escritores, artistas –no sólo en estas tierras– creyeron que ese desplazamiento era inmediato. No puede ser más trágica la suerte corrida por el proletariado y su situación actual. El sistema que aspiraba a transformar continúa imperando, ha dado horribles engendros que azotaron a la humanidad. Guerras, dictaduras feroces, maniáticos sanguinarios, desocupación, hambre, humillaciones permanentes al ser humano. ¿Eran falsas las afirmaciones libertarias, las esperanzas en el poderío de la clase obrera, en el efecto de la acción directa? Es evidente que el proletariado, en su inmensa mayoría, equivocó el rumbo. Dejó de ser fuerza determinante, perdió vitalidad, se enredó en las trampas de la política burguesa. También los intelectuales fueron arrastrados a la órbita del reformismo, engañados por deseos imaginarios, por la toma del poder, por la colaboración de las clases.
La actualidad puede ser trivial y mortificante, pero sin embargo es siempre el punto donde hemos de situarnos para mirar hacia adelante o hacia atrás. Para poder leer los procesos históricos hay que establecer “desde dónde “ se lo lee. De lo contrario tanto el hecho como el lector se pierden en una nube intemporal. Esta lectura puede ser fruto de un nerviosismo impaciente, de una irritada insatisfacción.
miércoles, junio 17, 2009
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Buenos Aires, 2004.
Ediciones del valle.
Ilustración de Carlos Scannapieco.
Poesía.
Trémolo de la sombra
¿Qué se ha hecho de las almas grandes y tiernas?
Nietszche
Mi padre buscaba amparo en la quietud,
en el arpegio de la melancolía.
Cuando cobijaba la rosa ardida de rubor
el corazón de mi padre soñaba con una aurora.
Y su voz reclamaba la penumbra del alma,
tan bella como el mar o la fragua.
Confiaba su mirar al bosque de su infancia,
al constelado cielo que invade los recuerdos,
a los libros de la noche y del hábito.
Y su empuje furioso de latidos y bueyes,
en palidez incierta.
Cuando la soledad se hizo vidente
mi padre asomaba cierto pudor.
Un día invocó el instinto, la luz furtiva de la nada.
Ahora, como un aire nonato me visita.
Regresa con su sombrero gris,
con sus ojos de océano, invisible.
Es un padre que cavila
la sobriedad, la ternura, el fervor de los nietos.
Su palabra vela desde las crines de la pampa.
Llega para invocar el pulso,
el hirsuto monte sobre el viento.
Lo saludo junto a un ciprés que recobra la tarde.
La resurrección es devoción y bruma
sobre los ejidos del exilio.
Tres Arroyos, julio de 2003.
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Limay
Aquí estamos, padre,
Emiliano y yo convocados en tu sueño
a orillas del único río que amabas
sin consuelo. Hemos dejado atrás
la soledad y la congoja.
Debes estar en algún lado del misterio.
En la corriente desenvuelta y cautiva,
en el invierno áspero,
en la sequedad del polvo.
¡Oh, vientos del sur devorantes de noches!
Mi voz es sorda en estos arenales,
en esta mudanza errante
entre patos silvestres y árboles desnudos.
Mi voz es una ausencia de dolencias y ocios.
Pero es bella la tarde en esta orilla
de transparentes cielos y pastos amarillos.
El aire me enfría la cara y las manos.
Y la soledad es espléndida al lado de mi hijo.
Sobre pastizales, la aturdida planicie
de una luz ausente
en el milagro de pájaros alzados.
Vamos callados, sonrientes,
entre la tarde y la transparencia de Lisandro.
Hemos venido a encontrarnos
en esta morada sin ribera
donde el alma busca el desahogo.
A lo lejos un caballo, ovejas, la intemperie.
Aquí el río ascendente, perdurable
velando la llanura, la indolente memoria de la patria.
¡Y el aura helada del río entre nosotros!
Río Negro, junio de 2002
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De profundis
(¿Dónde estará el bosque,
que fue diáspora y epopeya y viento?
El bosque de los dioses, el que caminó aquel niño
junto a la elegía, el joven bosque
que asombró de laberintos mi infancia.)
Suavemente, una garúa cae sobre el desamparo de la aldea.
Han emigrado las almas con la tarde.
Un buen pastor guía sus vacas por la linde del sendero.
El viento sumerge entre los árboles
miradas de jóvenes enamorados.
Sobre el río es ligera la danza de los peces.
Medita la rama el rumor de ese río.
Las viejas campanas en el templo,
en el cementerio ruinoso del mirador,
sobre el quebrado muro de flores y plegarias.
Recuerdo la calma del abuelo
deteniendo la quietud de lo olvidado.
Escucho voces que honran nobleza y rectitud.
Atravieso días crecidos, manos que descifran el gozo,
mujeres que sufrieron y amaron el espíritu del poeta.
Aparece mi hermana, la melancolía de los ángeles;
los remos golpean suaves el otoño en los cuartos.
El aire del verdor roza el espejo.
Buenos Aires, julio de 1999
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Bajo estas nubes
I
Princesa, en esta orilla del alba,
mueves el viento y el ensueño
junto al temblor de la rosa invisible.
Apasionado, distante,
respirando el aliento de los pinos.
Con los párpados bajos
¡oh, corazón irremediable!
descendemos al jardín rebelde
en el desprendimiento del tumulto.
Transparente es el rojo atardecer
bajo estas nubes.
II
Cabellera y susurro en la noche.
Sutil, evocadora.
La mirada de la lluvia
en el aire.
Percibe sueño y secreto.
Frágil, serena. Por el aire.
Mirándola
en desvelo sosegado.
Como una brisa solitaria.
Trémula, cautiva.
Inesperada.
III
Tu sombra bebe la oración de la tierra.
Anuncia lo que se oculta en el destierro.
Desnuda es una esfera que me asiste:
esencia del misterio.
Toda luz regresa a su origen.
De la felicidad nace la mano protectora.
IV
Madre y padre
atravesaron el esplendor
del bosque.
Incalculable es el presentimiento
de la sangre.
Vida y dolor es la ofrenda del poema.
Bajo estas nubes
es transparente la oscura bruma de la sombra.
Buenos Aires, marzo de 2001
miércoles, junio 17, 2009
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