Al amoroso fuego
Buenos Aires, 1987.
Grupo de los Siete.
Ilustración de Ricardo Carpani.
Poesía.
He quedado para recordar
He quedado para recordar las alegrías,
los cuartos de la destrucción y del asombro,
las bibliotecas que nos devuelven la mirada,
las horas de una infancia
rodeada de tesoros,
de antepasados que recrean
manos pensativas,
susurrantes voces, maternales,
que alimentan el sueño de los héroes.
Se ha dispersado el rito
en la humedad de las paredes, en viejos roperos,
en un orden que protege fatigadas escaleras.
Vaga la memoria de los semidioses
en abandonadas cartas,
en la bondad del desprecio
que asedia la urgencia de los desposeídos
o de los que luchan
contra la plegaria de los templos.
Así es esta casa,
protegida por cerámicas y relojes,
por ventanas de cortinas inmemoriales,
mayólicas que interrogan la lluvia y la neblina.
Duermo en la habitación en que nací,
la de los padres de mis padres.
En el sentido arcaico y venerable,
un reino poblado de figuras queridas,
de entrañables designios, de incontables visiones.
Crecieron en el alma
como el viento marino sobre invisibles criaturas.
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La vida en tus ojos
La vida se recoge en tus ojos,
se desliza en bellas palabras,
en ardientes designios que restituyen
la íntima magia del fuego.
Amada, como un príncipe solitario
busco mi destino en la voz desvalida,
en la oración de la videncia
que purga los rigores del tedio
o los rostros hipócritas de la ciudad.
Delicada y bella me acompañas
sobre el terror del orden y la gloria.
Sé que tus senos necesitan el ritual
de mi tacto, el efímero asombro.
Esto soy, en la desnuda calma de tu lecho.
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Del esplendor y la belleza
Se presentaban con los signos
del esplendor y la belleza. Yo los veía orar
como dioses que conocen las incautaciones.
Protegidos por la gloria y la barbarie
iluminaban la fugacidad sobre la tierra
ante miles de hombres solitarios
que ofrendaban sus vidas.
Allí estaba Oreste Corbatta,
con el presentimiento de conocer la eternidad,
en la locura ambigua del amor.
Afirmaban en mi reino las palabras salvajes,
los vínculos secretos de la infancia,
el odio y el absurdo
que rodean los umbrales de la divinidad.
Mi padre —que me habló de Epicuro y de Galdós—
me llevó a transitar otra evidencia:
Bonelli, Grillo, Cruz.
Las leyendas son antiguas estampas
que resucitan en el sueño.
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