Buenos Aires, 2004.
Selección de poemas realizada por la Secretaría de Educación del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Antología. Poesía.
Amor y anarquía
Esa mujer que amé descifró un fragmento de mi alma.
Reposaba su cabeza en la ternura y el olvido.
Amor mío, qué belleza nómade,
huyendo de las frustraciones cotidianas,
en ondular de cópula, en amaneceres deleznables
habitados de súplicas, de vilezas.
Junto a ella renacían leyendas,
campesinos al sur del Río Colorado
desanimados por el hambre,
habitaciones de besos y destierros,
caserones criollos, augustos,
escudillas de leche en la voz de una abuela
hablando con los hijos difuntos.
Descubríamos trapos colgados como ofrendas
en el follaje de los cedros.
Estremecidos iluminábamos soledad,
advertíamos falos erigidos en los campos,
carruajes fúnebres, hojas de muérdago
dioses escondidos en la concavidad del manantial.
¿Y qué decir de los guitarrones orientales,
de nuestra pampa donde las arenas
mecen la llanura y el viento entre los álamos?
¿O de la hora en que los desventurados aparecen?
¿O del sol que descompone la mirada de los locos?
¡Oh, esa mujer que amé
llevaba la humedad de su sexo contra mi pecho
en el desatado recuerdo de las nubes!
Odiábamos la guerra, las iglesias, los héroes.
Odiábamos los diplomas, los discursos, las novias de blanco.
Su cuerpo era una corza entre las sábanas,
la avidez de la ofrenda y del castigo.
Los insomnios recogen la nostalgia.
¡Qué naufragio, amada, entre las depredaciones!
Así es la excitación de la vida,
buscadores de trenes, de axilas, de maletas.
Desde los dones furtivos,
esta aventura errante de la noche inconclusa.
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Mayo francés
Allí estuvimos. Dormidos de futuro,
en barricadas redentoras de museos,
conjurando pianos, óleos, manuscritos.
Invadiendo los poros, el principio y el fin de las estrellas,
el hiato entre lo finito y el océano.
Así íbamos recorriendo el ocio, el devenir,
los nombres que abrigaron la infancia,
levantando paraísos y bandadas de pájaros,
alzando lo sagrado en la ternura,
con camelias ácratas entre alondras y hocicos,
citando a Trostky, a Cohn-Bendit, a Pasolini,
moradas deslizantes y sueltas,
trovadores místicos nimbados de esplendor.
Íbamos a barlovento, abiertos de verano, desnacidos.
Y la quimera acrecentaba nuestra risa,
despertaba al viento en un domingo rojo.
El tiempo era inocente, distraído.
La muerte una herida rebelde innominada.
Escribíamos muros con palabras bellísimas,
íconos con estrellas aterrando a burgueses.
Escuchábamos la hondura y el latido del alma
insondable como el cosmos.
Llevábamos una cítara traslúcida
para besar la espuma de los días.
Para hablar de Sarrazin en andenes del sur.
Respirábamos lo edénico, el tumulto,
los sollozos del mar, la singladura de los ángeles.
Perdurable es el aliento del follaje
como tu bondad ascendente
sobre la mirada de los hijos.
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