Desolación de la quimera
Buenos Aires, 1993.
La Encina.
Plaqueta. Poesía.
Desolación de la quimera
a mis hijos
IPasada ya la mitad de mi vida
soy un huésped oscuro de los sueños,
un poeta que aún viene
a romper encantos con su lanza.
Veo la miseria en los parques.
La soledad, el enérgico silencio,
la malicia elocuente,
amigos perdidos en ojos que naufragan.
Una luz inmemorial hace fugaz la aurora.
En el derrumbe de este país
sobrevivimos en la rutina
junto a virreyes de estúpidos rostros,
caudillos, asesinos con levita,
acuchillados jinetes sin caballos,
hembras dementes,
desaparecidos en baldíos.
Veo los emblemas de una época:
jeringas y latas de cerveza
en la disgregación de una ciudad saqueada.
Aquí la indiferencia de los gentiles,
el alma castigada; el adobe y el horno
enajenados en las manos de los inundados.
Solitario levanto una vez más viejas utopías.
Dejo atrás al vulgo y a los príncipes.
A la corte, a la gloria nocturna de la plebe.
Dejo atrás retratos de familia, cafeteras vacías,
la falsedad de los discursos oficiales.
El infortunio, lo efímero, el gozo mesurado.
Evoco la mirada insurgente,
la rama en la sumidad de la belleza,
nombres que convocaron la pasión y las huelgas.
Palabras escritas en los muros.
Todo tiene su instante.
Y es hermosa la amada, el sur, las grandes lluvias.
II
Todo es fugaz e íntimo.
Ojalá guarden
una voz reservada y conmovida.
La ternura humedece los ojos del poeta.
Sean responsables del árbol, de la nube, del ave.
(Mi padre -republicano errante-
usaba el poncho a la bandolera).
Sepan que sigo habitando
los ensueños del niño solitario.
Desde mi ventana
aun escucho la voz de la luna.
Le prometo un viaje con piratas malayos.
Desde allí me llegan
las voces de los duendes. Sobre el mar
-ese clamor oculto-
los muertos me convocan a viejas barricadas.
Son los padres de mis padres.
Antiguos campesinos que vagan por las noches.
Le ponen cantigas y azafrán a los calderos.
Alquimistas rodeados de bosques espectrales.
En aquellos ritos no existía la adulación.
Alzaban su inocencia. Las mujeres llevaban
una azucena en los senos.
La voz en la intacta lumbre del milagro.
Canciones rústicas en el atardecer de las aldeas.
Sean solidarios con el viento y la vigilia.
III
Les dejo las estrellas, el alba. Mi vehemencia.
Crezcan en la alegría y en el ocio.
Sin patrias, sin dioses, sin banderas.
Divago entre la resurrección y la nostalgia.
Me pierdo en la ferocidad y el desamparo,
a la luz de la vela.
(Los amantes despiertan iluminando lechos).
En la desnudez del corazón amado
que salva la iniquidad,
todo es misterio. Las hojas
arrastran el perfume del otoño,
la vaguedad imana plenitud,
el tiempo nos modela en silencios sagrados.
Hijos,
el alma es el instante que no fuga.
Allí el reino de la infancia. Les pertenece.
La sed, la belleza, las zonas invisibles.
y el anónimo fulgor de la memoria.
Crezcan desde la libertad
hacia la inminencia de la sombra y el olvido.
Carlos Penelas
1993
Desolación de la quimera es un libro de Luis Cernuda.
El poeta tomó el título de un verso de Thomas Stearns Eliot.
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