El regreso de Walter González Penelas
En 1968, siendo estudiante del Profesorado en Lengua, Literatura y Latín de la Escuela Normal de Profesores “Mariano Acosta”, a raíz del Mayo Francés conozco a Rocío, quien sería mi compañera. En 1970 publico mi primer libro, Poemas del amor sin muros. Una de las personas que me vincula con intelectuales y hombres de la cultura (Diego Abad de Santillán, Osvaldo Bayer, Jacobo Prince, Líber Forti, Ángel Cappelletti, Luis Di Filippo, Enrique Palazzo, los Quesada de Bahía Blanca, entre otros) será su padre, Luis Danussi, de una larga trayectoria anarco-sindicalista. Será él quien me hablará del poeta y crítico libertario entrerriano Marcelino Román. En 1973 viajo con Rocío a Paraná, Entre Ríos, a conocerlo. Recuerdo aquellos días donde con fineza y generosidad nos abrió las puertas de su casa con una biblioteca maravillosa, brindándonos fraternal amistad.
Uno de mis grandes deseos era poder conversar con el admirable poeta Juan L. Ortiz –autor de una poética de levedad y ensueño–, pues al enviarle mi libro me contestó con breves líneas que afirmaron mi vanidad creadora. Marcelino concertó la entrevista y pasé con Juanele una tarde que recordaré siempre. Nos abrió la puerta su mujer, Gerarda. Román, con su discreción habitual, se retiró inmediatamente para que pudiéramos conversar a solas. Quedé cohibido al ver a Ortiz, poeta a quien leía con veneración. Lo primero que me preguntó, con ese aire de descuido y ausencia tan particular en él, es si era pariente de Walter González Penelas, el poeta uruguayo. Le dije que no. Esa fue la primera vez que oí su nombre. Décadas después comprobé la desidia, nuestro permanente empobrecimiento basado en omisiones y mezquindad.
En 1977, librero y generoso protector de poetas, Francisco Gil, me presenta en El Ateneo al lírico argentino y uno de los grandes de la literatura castellana contemporánea Ricardo E. Molinari. Éste me trata con distinguido afecto y me invita a tomar un café en el Paulista de la calle Florida, todavía conservando su aspecto original de comienzo de siglo. Allí me hace la misma pregunta que Juan L. Ortiz. Ante mí, Molinari enaltece la poesía de González Penelas y resalta su personal amistad y su respeto por el poeta uruguayo. Con los años Molinari me brindó su cálida afición y su guía. Al compartir en intimidad conversaciones literarias llegó a ponderar ahora la poesía de otro Penelas. Rocío, cuando don Ricardo se casó en segundas nupcias con la poeta Ofelia Zúccoli Fidanza, fue su secretaria. Me contó que cuando iba a Montevideo siempre se veía con González Penelas, y que incluso había estado en distintas ocasiones en su casa. En Poemas a un ramo de la tierra purpúrea (Cuadernos Julio Herrera y Reissig, Montevideo, 1959) Molinari le dedica “Atardecer en la sierra de las ánimas” a Walter González Penelas. La primera edición de La escalera (Colombo, Buenos Aires, 1963) estará al cuidado del propio Ricardo Molinari.
En 1985 le dediqué un ciclo en Radio Municipal. Hablé de La escalera, libro que compré en una librería de viejo de Corrientes y Talcahuano el 24 de junio de 1974. Sus páginas estaban sin abrir y tenía una hermosa dedicatoria fechada en su casa de Montevideo en el mes de abril. Afortunadamente alguna de las audiciones fue escuchada por su hermana Violeta. Ella se comunicó conmigo y me hizo llegar una antología que acababa de editarse: Las señales del fuego (colección de poesía Ángaro, Sevilla, 1985). Luego me envía El perro y la muerte (Montevideo, 1959), un poema en prosa donde nos sugiere que la vida no puede ser más que un sueño, donde lo existencial adquiere dimensión metafísica.
Podemos agregar que Walter González Penelas nació en el barrio montevideano de Cerro, Uruguay, el 13 de septiembre de 1913. Su madre era de Mondoñedo, Lugo, y se llamaba Encarnación Penelas. Su padre, uruguayo, carpintero, Saturno González, quien falleció el 7 de noviembre de 1920.
Su primer poemario, prácticamente inhallable, es Cantos para los fuegos del hombre y de la estrella (1937), de tónica decididamente social. Ejerció profesionalmente la sociología como Jefe del Instituto Nacional de Colonización, que gana por concurso en 1946 como investigador. Fruto de este trabajo será el ensayo El Uruguay y su sombra (1963), que según palabras de su primo –llamado Carlos Penelas– causó un fuerte revuelo en su época, incluso en las cámaras legislativas.
Es oportuno recordar que Walter fue orador de la juventud “batllista” y le apodaban “el pollo de Rubio”. El padre del poeta, hombre comprometido, sufrió la cárcel por motivos políticos.
En 1977 obtiene el premio Ángaro por unanimidad del jurado por Bosque de espejos, mientras que dos años más tarde aparece en Montevideo, publicado por Ediciones Hispanoamericanas de Ángaro, Poemas de amor y otros dolores, que obtiene el primer premio de poesía del Ministerio de Instrucción Pública del Uruguay. Morirá el 5 de julio de 1983 en el Hospital Británico de Montevideo a causa de una enfermedad pulmonar crónica luego de pasar sus últimos años en el desasosiego, el dolor y la persecución. Aún vive su esposa, Neldema Magdalena Vignoli, que tanto colaboró junto con Violeta en esta investigación.
Hay autores que son marginados e ignorados por sus contemporáneos. A veces circunstancias políticas o ideológicas se unen a la envidia. La estupidez y la mala fe también tienen su cuota. De lo contrario, no se justifica que este autor haya sido postergado.
Sin duda González Penelas quiso dejar a un lado cualquier forma trivial de erudición, los hábitos que “los hombres de la cultura” suelen indicar. Él penetra en la intimidad, en lo existencial. Su ideología no se manifiesta en un sólo verso. Su compromiso vital es con el hombre y su compromiso creador con la belleza. Debemos acercarnos a su obra con unción. Es una celebración culta, una sensibilidad ética que expresa lo secreto. Poeta, sociólogo, catedrático, fue ultrajado por la dictadura uruguaya que lo condenó a la muerte civil. Su obra poética es de valor ontológico; júbilo y diafanidad. Su lirismo presenta muerte y tiempo, exalta lo trascendente. Fino, denso, sugeridor. Un poeta inmenso.
1 comments
Carlos, cómo estás? Quiero ser breve. He descubierto a Walter Gonzalez Penelas a través de un gran poeta, y quizá el mejor amigo de Walter, o como dijo su esposa Vignioli una vez que él faleciese, "vos no eras para Walter un amigo, eras un hijo". Estoy hablando de otro poetazo desconocido con más de una treintena de poemarios: Jorge Meretta, mi amigo. Me llama la atención, leyendo los informes de su libro, que él no haya sido considerado en la investigación. Penelas murió literlamente agarrado de la mano de Meretta. Creo que no hay más que decir.
ResponderEliminarMe interesaría leer el libro que usted editó sobre este grandísimo poeta uruguayo que aquí lamentablemente el establishment y flisteísmo del circulo de "consagración" nacional se ha encargado de ignorar.
Jorge Meretta es un poeta de gran calibre.
Actualmente estoy realizando un documental. Quiero hacer un ciclo entero de Walter Gonzalez Penelas. Quizá pueda darme una mano si su interés es divulgarlo.
Un abrazo desde le otro lado del charco, y con la antología de Penelas dedicada por su esposa en la mano,
Juan Pablo Pedemonte.