Buenos Aires, 1985.
Francisco Courbet / Ediciones de Poesía.
Ilustración de Ricardo Carpani.
Poesía.
Stabat Mater
Quis non posset contristari
Piam matrem contemplari
Dolentem cum filio?
Señor, ten piedad de esta voz
que ya no está protegida por el Hijo,
de esta voz confusa y humillada,
que recorre cárceles y asilos,
intentando la plegaria de la lucidez,
la irremediable infancia
que vela en los cuartos y en las fotografías.
Así el tiempo modela la ternura
de los días recobrados,
las tardes hermosas que se alzaban
sobre las terrazas y los árboles imaginarios.
Ahora la demencia o la misericordia
recorre las fosas
que golpean expedientes y cartas
mientras los pies se hinchan
en rondas interminables bajo el sol o la lluvia.
El corazón desolado nos llama por las noches.
Sube escaleras donde el miedo canturrea
con la vigilia de los pájaros.
Ella no sabe, Señor, de las furtivas sombras,
ni de los muertos inauditos
suspendidos en las criptas o en los mares.
Ella es un sueño devastado
que sorprende la ropa en arcones,
que se inclina sobre tejidos
y en las ollas proféticas de sus antepasados.
No tiene odio ni resignación.
Su morada es un párpado fijo,
un recinto donde la sangre
lleva los dedos del desconcierto y la desgracia.
Ya no invoca el castigo ni los nombres malditos
que destruyeron el contorno de los castillos.
Nos desborda sobre el humo y la niebla.
Como el adiós que convoca a un blanco pañuelo
bajo el sagrado templo de la tierra.
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Homenaje a Kurt Gustav Wilckens
En un país falso
contaminado por decapitadas imágenes,
desde el rezo y las supersticiones,
con inmensos abismos
junto a la ferocidad de nocturnos llantos,
asesinos arrastraban las primeras víctimas
sobre los campos de los ojos eternos.
La hipócrita pureza de los himnos
castró la alegría y el misterio
en sucesivas muertes.
Sin ceremonias, sin asombro,
el implacable rostro del Ángel
quiso purgar la culpa de la sangre.
Trágicamente, para vencer la vida.
Y confundirse en el fuego de los Inmortales.
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Ora pro nobis
Padre: otra vez esta memoria te habla del exilio.
Tangible y dolorosa es esta tierra,
aquí las almas gimen despidiendo las sombras.
Otra vez regreso por las habitaciones,
con los pasos errantes del castigo,
falsificando alas y palabras de mi niñez,
imaginando puertos con pañuelos de albahaca,
aserraderos rojos como tigres dormidos.
Se cuecen alimentos en la cocina pródiga,
las hembras de amaranto me sumergen profundo
en los tronos ausentes. Padre:
languidecen mis fuerzas en el regazo de mi madre
fatigado del horror y de la profecía.
Sombrero en mano, sonriente,
te vi con la piedad de los gestos afables.
En medio de una calle sofocada de muerte.
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Acracia
Ante ídolos terribles y dioses eternos,
escuchando campanas
en las alas de un fuego invisible,
sus sandalias marcaron una huella inexplorada
en los altos jardines
donde los ojos infernales no llegaron.
La vida los protegió de las ambiguas manos,
de la dudosa farsa del sollozo.
Soñaron la desmesurada memoria
que los niños escuchan
en la intimidad de sus alcobas.
Nobles como la rústica mesa de un campesino
hacen inscripciones en la arena.
La belleza y la dicha
como una pasión entregada al olvido
protegen el silencio del hombre solitario.
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