Estoy sentado a una mesa del bar de Córdoba y Callao. Hace un momento se acaba de retirar el Dr. Ricardo Monner Sans, tenÃa una audiencia. Quedé con dos amigos que usted ya conoce. Me refiero a Jorge Sethson y a Marcelo Massarino. Estamos esperando que llegue Horacio Tarcus; siempre se retrasa. Conversamos de temas intrascendentes: citamos a Italo Calvino y nos reÃmos reiteradas veces evocando su inolvidable novela El Vizconde Demediado. Alguien, no recuerdo bien quien, cita a Nelson Marra, el poeta, ensayista y narrador uruguayo. Su carga simbólica y esperpéntica es todo un hallazago. Estamos tomando un café; conversamos amigablemente señalando las últimas noticias de los diarios, los disparates sombrÃos de nuestros polÃticos, sindicalistas, gurúes y futbolistas. También recordamos la pobreza de la intelectualidad, la estupidez generalizada, el desempleo, el hambre, la desnutrición, la corrupción sin lÃmite. Eso no implica que no admiremos unas bellas caderas de una mujer madura, sentada a metros de nuestra mesa, que convoca el ensueño. Usted sabe, lector, no se haga el moralista, el burgués apocado y asexuado.
Mientras el querido Horacio se retrasa, les hablo de Carlos Prebble, decendiente de escoceses y españoles que acaba de publicar un breve libro sumamente interesante, Música Celta Argentina, donde hallamos una recopilación sobre la música celta en nuestro paÃs. Otro aporte de la inmigración, decimos. Decimos nosotros, no usted, leedor impávido.
Finalmente llega nuestro amigo. Nos pide disculpas y comenta algo del tránsito, algo de un texto que está finalizando, una traducción que lleva trabajo. La mesa está completa. Su cordialidad y lucidez comienzan a agregar datos absurdos a la conversación. Digo absurdos porque hablamos de la resistencia que ofrece la pluma y el papel, la actitud reflexiva que esto significa para el escritor, y sobre todo al poeta. Colegimos que la grafÃa es lenguaje del alma; la belleza y la artesanÃa que significa el texto sobre una página en blanco. Hablamos del tiempo de lectura y del tiempo de escritura, de Umberto Eco cuando afirmó que la escritura a mano exige componer la frase mentalmente antes de escribirla.
Caro lector, a usted le hablo. En voz baja, con los ojos pensativos y un ademán supremo de cansancio y de melancolÃa. DecÃa Federico Nietzsche que "hay que volver a la muchedumbre; la soledad ablanda, corrompe y pudre". Para algunos sociólogos el amor de pareja es el motor para poder modificar una sociedad. Sin duda existe el amor idealista, el amor pasional, el amor terrenal, el amor institucional. Mucho se discutió en la década del '70 -a la cual pertenezco- el amor burgués y el amor militante. Se construyeron utopÃas sociales, luego apareció el discurso escéptico e individualista en los años '80, hasta llegar a ese extremo que representa el individualismo salvaje, alejado de toda ética, de toda solidaridad, de toda responsabilidad. Creemos que el amor pasional dinamita a una sociedad. Provoca locura y ruptura a la vez. Se enfrenta al amor institucional, al amor autoritario y formal. El amor pasional es un amor combatiente, insurrecto, que finaliza por lo general en la disociación y el descuartizamiento. El amor institucional reúne, a los señores formales y a las señoras que usan modelitos comprados en los shopping, en un hotel alojamiento.
Hace unos años se publicó El sexo puesto de Daniel Samper, hermano del presidente de Colombia. Con ironÃa y mordacidad nos habla del proceso de conquista de la mujer, de lo aburrido que se pone la pareja luego del primer encuentro, de lo horrible que es que a uno lo llamen "papito" o "gordito", del lenguaje amoroso, de las cosas ridÃculas que se dicen. Según Samper todo está demasiado poetizado, y añade que no es verdad lo que pasa en el cine. No le gustan las mujeres que usan sostenes negros y medibachas. Para él el hombre que sobrevive a eso es un héroe. Con humor, dice que le encanta y le resulta fascinante la cicatriz en el apéndice de la mujer y las señoras maduras con celulitis. Obviamente critica los estereotipos ridÃculos de una sociedad. Le interesa hacer el amor y ver un partido de fútbol por televisión de inmediato. Le aburren los mimos de la esposa y las palabras cientÃficas que giran en torno al sexo.
Sin lugar a dudas, estimado y persistente lector, vivimos una sociedad más pornográfica que sexual. Más hipócrita que erótica. Lo hablo a menudo con Juan Manuel Sánchez y con Ponciano Cárdenas, que algo de esto entienden. Además de ser pintores de talento y generosos amigos. Según un artÃculo de la revista Time, el arte de la escritura a mano es “un arte perdido. La escritura cursiva parece condenada a seguir el camino del latÃn: dentro de un tiempo no la podremos leer.” Aquà viene a mi memoria mis queridas compañeras del Profesorado en Letras Mariano Acosta: Mónica Arance y Alicia Fernández Redón. Es siempre hermoso recordarlas, por la sensibilidad, la finiza y la cultura que nos ofrendan.
Se han mezclado los temas, como si fuera un fotomontaje mal realizado. Le pido discupas. Hasta nos dejamos a los amigos conversando solos, arreglando el mundo, palpitando ideas y utopÃas. Son un ejemplo, en eso. Dejémoslos discurrir, lo hacen admirablemente bien. Sobre todo en esta época de imbecilidad y torpeza. Recuerdo cuando le preguntaron a AzorÃn si le habÃa costado mucho escribir. Contestó: “Escribir no, limar sÔ.
Me gustarÃa que lea a dos escritores argentinos muy poco conocidos: Carlos Sforza, entrerriano, y Lubrano Zas, ya fallecido. Luego me cuenta. Creo que son mejores narradores que los laureados Claudia Piñeiro, Ari Paluch o Federico Andahazi. Déjele la respuesta al mozo del Astral, allà suelo ir a dibujar y a leer. Sin compromiso, usted sabe.
Carlos Penelas
Buenos Aires, octubre de 2009