Chile a la vista
Viajé con motivo de la Feria Internacional del Libro de Santiago, dedicada este año a las letras argentinas. No lo hice de manera oficial, nunca voy de ese modo a ningún lado. Fui por invitación de los amigos, porque la editorial Dunken tuvo la amabilidad de seleccionar Fotomontajes a la Feria de Mapocho, porque hacía siete años que no cruzaba la cordillera.
Al llegar nos esperaban en el aeropuerto dos queridos amigos: la poeta chilena Patricia Pérez Madrid y su esposo Adolfo. Un momento muy bello el encuentro. Y nos llevaron al Residencial Londres. Nos dejaron allí, respetando tiempos y decisiones. Comenzamos a recorrer sus calles, las plazas, las iglesias. De regreso nos encontramos con un acto en la calle, en la Casa Londres 38. Lo organizaba el Colectivo Memoria 119. Allí, en esa antigua sede socialista, la dictadura torturó y asesino a muchos militantes del MIR, del Partido Comunista y del Socialista. La mayoría fueron del MIR. Me dijeron de recorrerla, de visitar sus habitaciones. Otra vez el horror, la pesadilla. Luego me invitaron a hablar en la calle. “Un poeta anarquista, argentino, les va a hablar”, dijo la compañera. Y allí dije unas pocas palabras.
Fueron días intensos. En Casa Moure presenté el libro en un diálogo con el generoso amigo, poeta y escritor, Edmundo Moure. Recorrimos la crónica como género literario. Surgieron los nombres de Capote, de Azorín, de Sarmiento, de Blanco-Amor, de Berger, de Bello, de Neruda, de Mistral, de Huidobro, de Borges…
Sentimos felicidad junto a gente inteligente y sensible. El talentoso hijo de Moure tocó la gaita en homenaje. Luego fuimos a la casa del poeta con su mujer, Marisol, y Sol – su dulce hija menor - a comer una muy buena paella y beber vino de la bodega familiar. Nos reunimos una vez más con Patricia y Adolfo. Compartimos el mundo, la poesía, las anécdotas.
Con el sol del sábado, nos esperaba un viaje maravilloso que nos obsequiaban, Patricia y Adolfo, a Isla Negra. Recorrimos, una vez más, la casa de Pablo. Almorzamos congrios y mariscos a orillas del mar. Visitamos playas y balnearios llenos de vitalidad y progreso. Días intensos donde descubríamos historias y leyendas. Nos acompañaron mascarones, principalmente La Guillermina.
La Feria del Libro, la Casa de la Moneda, la Plaza de Armas y la noche. Y la Catedral, la Iglesia de San Francisco, la Chascona, el barrio Brasil, Providencia, Vitacura…
Largas caminatas con Edmundo, hablando de revoluciones, de proclamas libertarias, de la poesía de Fray Luis, de Lorca, de Rosalía, de Esenin, de la Universidad de Chile, de la bellísima Biblioteca Nacional de Chile, de los museos, del Cerro Santa Lucía, del San Cristóbal. Seguimos caminando para recordar a Galicia, los ancestros, pueblos que convocábamos entre el viento y la vigilia. Y recitamos poemas. Llegó Violeta con su voz y sus tapices, llegó de Rokha, llegó Luis Franco. Carlos Fuentes, Gonzalo Rojas vinieron con sus mitos. Y otra vez Ascaso y Durruti, otra vez Barret, otra vez Huidobro.
La última noche, mirando la cordillera desde su espléndido departamento, fuimos homenajedos con las exquisiteces de Pérez Madrid y la fineza de Adolfo, junto a Carlos Calderón Ruiz de Gamboa, Victoria -secretaria de la SECH- Edmundo y Marisol Moure con los cuales nos fue uniendo nostalgia y fervor. Y mi querida y entrañable Luna.
Nos dejamos temas, nos dejamos temas. Moure me habló de William Goyen, de una novela que lo iluminó de ternura y poesía: La casa del aliento. Le comenté que hacía unos meses había leído un cuento conmovedor de este narrador estadounidense, un cuento donde la precariedad de la vida está a flor de piel: Memoria de mayo.
Moure me contó que un amigo, Roberto, había muerto esa tarde. Nos dejamos temas, sin duda. Hablamos de nuestro ateísmo, de nuestras vidas, de proyectos infantiles y utópicos. Del hambre, de la injusticia social. De huelgas y de voces; de muros que debíamos derribar. De nuestro próximo encuentro que imaginábamos se daría en horas. Supimos engañarnos fraternalmente.
Asi fuimos recordando un verso inmortal de Francisco de Rioja. Mirando las flores de los parques, la limpieza de las calles, la cordillera que señala el silencio y el misterio. Y el mar, sobre el azul intenso. El mar, que recomienza el verso y el fervor de la vida. La mar -como dice el bueno de Roberto Lamas- es decir la amada, el vuelo, el universo.
Carlos Penelas
Buenos Aires, noviembre de 2009.
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