(refrán italiano)
“Nunca llueve como truena” escribió Federico Schiller, junto con Goethe una de las figuras centrales de la cultura en Weimar. Naturalmente no por esta frase. Todo se vuelve extraño en el mundo del arte. La industria cultural penetra sin piedad; borra, olvida, encierra, genera marcas. Las citas, las instalaciones, los íconos. Pienso que es una burla donde entran a negociar los marchand, los señores catedrádicos con sus saltos oportunistas, los críticos engolosinados con lo snob y las cuentas bancarias. Y la estupidez del ser humano con su carga supuestamente intelectual. Tenemos cientos de ejemplos. Uno de ellos es la instalación en Venecia (2009) representando el suicidio de un coleccionista. Su autor: Mauricio Cattelar, olvidable sin duda. Olvidable el autor, el mensaje, y “la obra”. Surgen sonidos, canciones, videos, batidoras digitales, performances. Importa “el contagio”, la posibilidad de “contagiar” y ser “transformado”. Ahora cualquiera puede ser artista. Así de simple. Se juega al escándalo: un tiburón sumergido en formol dentro de una pecera es la obra más representativa de los últimos tiempos. (No hablemos de literatura, de los premios literarios, del lavado de dinero de las editoriales o incluso de las librerías enormes como supermercados). Es tan burdo, tan torpe, tan demencial que no podemos creerlo. Asi va todo, asi va todo. O casi todo. Por ejemplo; el artista italiano Gianni Motti se adjudicó la autoría de un terremoto en los Alpes en 1994. Santiago Sierra tiñó de rubio el cabello de doscientos vendedores ambulantes –inmigrantes- durante la 49 Bienal de Venecia. Orlan sometió su rostro a cirugías extremas; Eduardo Kac, el padre del arte transgénico, creó a Alba, una coneja fluorescente. Hay más ejemplos. Un accidente si es provocado es una obra de arte. Si no es planificado, es un accidente.
La obra de poetas, novelistas, dramaturgos de valor, de trascendencia, queda en el olvido, o en sectores minoritarios. ¿Cómo citar a Victor Hugo o a Camoens? ¿Cómo interesar a las nuevas generaciones en la literatura de Valle-Inclán, de Sarmiento, de Ciro Alegría? ¿Cómo hacer para que aprecien la dimensión de Menghi o el mundo secreto y ontológico de Porchia?
Italo Calvino y Césare Pavese – personalidades disímiles – eran fundamentalmente estudiosos, amantes de un silencio creador, hombres esquivos que evitan, que eluden. Hombres callados – que jamás callaban nada – que evitaban toda aglomeración de seres, de premios , de vernissages. Severos en todo: en el compromiso social y político, en el compromiso histórico, en la búsqueda de una estética y de un lenguaje. Pocos como ellos en la austeridad del silencio como forma de vida, como fruto de la soledad y del sentir. “Su espléndido amor por el mundo / fermentado y enrevesado de la fábula”, escribió Pier Paolo Pasolini de Calvino. De Pavese poco puedo decir: lo amé profundamente durante mi juventud: leí con pasión sus libros. Lo sigo releyendo junto a Vasco Pratolini.
En una conferencia pronunciada en La Plata, el 18 de mayo de 1884, Ameghino dice, entre otras cosas: “Con los canales de desagüe es posible que no se eviten por completo las inundaciones, como parece creerse. Las aguas excedentes de las planicies elevadas y terrenos de poco declive corren a los ríos con lentitud, pero es permitido suponer que por medio de los canales de desagüe se precipitarían con mayor fuerza y prontitud a los cauces de los ríos o a los puntos bajos hacia donde se les diera dirección. Si así sucediera, o habría que dar a los canales de desagüe una capacidad extraordinaria que exigiría un costo enorme, o las crecientes y desbordes se producirían con mayor rapidez que ahora y ocasionarían estragos aún más considerables”. La población de San Antonio de Areco ha sufrido en estos días los estragos de una dramática inundación. Este dato me lo hizo llegar el amigo Oscar Taffetani. Después de 125 años las cosas se complican.
Para finalizar, queridos amigos, les entrego un relato de nuestro tío Franz. Otra vez les haré leer un texto del generoso amigo José Conde, orensano el poeta, que llevaba la insurrección y la ternura en nuestra mirada.
La partida
Ordené que trajeran mi caballo del establo. El sirviente no entendió mis órdenes. Así que fui al establo yo mismo, le puse silla a mi caballo, y lo monté. A la distancia escuché el sonido de una trompeta, y le pregunté al sirviente qué significaba. El no sabía nada, y escuchó nada. En el portal me detuvo y preguntó: “¿A dónde va el patrón?” “No lo sé”, le dije, “simplemente fuera de aquí, simplemente fuera de aquí. Fuera de aquí, nada más, es la única manera en que puedo alcanzar mi meta”. “¿Así que usted conoce su meta?”, preguntó. “Sí”, repliqué, “te lo acabo de decir. Fuera de aquí, esa es mi meta”.
Carlos Penelas
Buenos Aires, diciembre de 2009
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