En sueños viene esta bella abadía.
En verdad regresa del desorden,
de misterios que congregan espadas
y árboles y cabellos al viento.
Pero no vuela sola la noche.
A veces se transforma en una iglesita
que me conmovió en Purmamarca.
Entonces hay lanzas y susurros.
Y el sopor de estar vivo en el silencio.
Hay una mano ritual que toca
el cuerpo de la amada, sibilante y desnuda.
Sostengo mi mirada para velar
metales en los puertos o hierbas con alondras,
el resplandor de Mozart
o una pieza de jazz subiendo por un pianista negro.
Ante lo canallesco y miserable
acudo a estos talismanes secretos.
Veo la cárcel de un cubano rebelde,
pueblos fantasmales de la pampa,
el asombro de perros vagabundos,
el mar que inunda el pecho del poeta
cuando golpea los viejos malecones.
La penumbra de este cuarto me acompaña
por tanto parque que abrasa el verano.
Carlos Penelas
Buenos Aires, febrero de 2010
0 comments