Hoy has venido a verme, madre.
Estaba leyendo cuando te sentaste
-decorosa, nobleza de desvelo-
en el antiguo sillón de roble.
Me pediste repetir aquella historia;
en mi niñez solía hacerte sonreír.
La urdí como sólo puede hacerlo un hombre
que ha dejado de creer en ciertas profecías,
cuando la piedad expulsó de fantasmas su reino.
Te dije, además, que a veces
durante la nostalgia de la tarde,
en el torrente de las sombras,
evocaba tu muerte como una lejanía.
Y también dije que lo peor
no era ese hilo sutil de la memoria
ni el desvelo del muro,
ni la eternidad o la debilidad del alma.
Lo peor, lo peor… madre,
(recuerdo que lo confesé balbuceando)
era que no podías pensar más en mi,
ahora era imposible tu vigilia.
Luego, acomodaste tu mantilla
y tus ojos se abismaron en los míos.
Carlos Penelas
Buenos Aires, enero de 2010
2 comments
Una de las maravillas de internet es que en plena faena uno se cruza con joyas como este poema. Entonces el merecido (o no) descanso es una nostálgica caricia que nos deja pensando en mares, exilios, nuestras vidas y las de esos seres que no conocimos pero que aprendemos a amar a través de los poetas.
ResponderEliminarGracias Carlos.
Gabriel Jacovkis
http://paramiuncortado.wordpress.com/
Gracias Carlos,
ResponderEliminarYa te lo dije un par de veces, la lectura de lo tuyo me trae el olor profundo del alma de Buenos Aires. ¿Que si la tiene? Claro, solo algo con alma crea lo que crea esa ciudad mágica y obviamente única, crea gente como vos.
Un beso
De
http://deboraederpintoraargentina.blogspot.com/2010/02/aguantando.html