Don Peppone
Peligrosos son los grandes hombres
de los que uno no se puede reír.
Giovanni Guareschi
Giovanni Guareschi

Están aquellos que no distinguen, que son cieguitos. Piensan que los anarquistas al criticar un sistema – capitalista o supuestamente socialista – no se quieren comprometer, que son fiscales celestiales. Otra vez, otra vez; vuelan bajo. No entienden que cualquier anarquista se juega entero. Siempre. Un anarquista de verdad -no los que pisan alfombras rojas o no cuestionan por igual al imperialismo yanqui, al populismo, al estalinismo o al castrismo- se plantea el ideal antes que nada, la mirada ética antes que nada, la libertad individual antes que nada. Así les va. No quieren ser directores de bancos cooperativos ni tener monumentos ni calles ni ser recordados en los aniversarios ni que se publiquen sus palabras. Nada. En una época hasta la jubilación rechazaban. No querían ser propietarios ni de una pieza en el fondo de un barrio orillero. Otros tiempos, compañero, otros seres.
Recuerdo cuando mi padre me llevó al cine a ver Don Camilo. Yo tenía unos siete u ocho años. La protagonizaba Fernandel y Gino Cervi. La obra, que leí en mi adolescencia, es del escritor y periodista Giovanni Guareschi (1908-1968). Hombre de humor, católico, supo comprometerse con su tiempo. Fue antifascista, denunció sistemáticamente a los militantes comunistas a los que definía como trinarigudos (la tercera nariz servía para que saliese por allí su cerebro y entrasen las directivas del Partido en su lugar), denunció a la Democracia Cristiana, sufrió la cárcel con una dignidad que merece ser recordada. Con los años advertí que esta pequeña obra crea dos personajes que se complementan. De manera satírica, ambos llevan ternura, comicidad. Pero en la vida real, es decir fuera del acto literario, esto es más complejo, más cruel. Hay muerte, campos de concentración, negocios infames, persecuciones, corrupción, la ingenuidad de Don Camillo y la de Don Peppone tienen lo que no vemos. Nos es difícil volver a leer el libro, nos es difícil ver otra vez el film. Pero debemos hacerlo. Es la parte lúdica, la reflexión afable y sarcástica, el humor italiano habitando felicidad. Nos hace sonreír y pensar que el mundo puede ser mejor de lo que verdaderamente es. Como cuando uno escribe un poema. ¿Entendió o necesita una explicación? Hasta la próxima, caro lector. Lo necesito, de verdad. Aunque sea duro de mollera, lo necesito.
Carlos Penelas
Buenos Aires, abril de 2010
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