Statu quo, almas en pena y revolución
No hay nada que hacerle, estimado lector, no hay nada que hacerle. Esto fue así, será así y no tiene redención. Eso sostenía mi padre: El hombre no tiene redención, hijo. Deberás acostumbrarte a vivir así. Que horror, treinta, cuarenta años después, repito lo que sostenía mi padre. Durante décadas se habló sin cesar de los crímenes de Stalin, de sus purgas, de las deformaciones históricas. La intelectualidad –casi masivamente, casi sin excepción– apoyaba esa “revolución socialista” “modelo de bienestar y de futuro para el hombre nuevo”. Y las masas oraban. Y todos decían amén con libreto en la mano. Se hablaban pestes de Catalina y de Alejandro. “Estar contra la URSS es estar contra el progreso, es hacerle el juego al imperialismo, es ser parte de la burguesía, es ser un idiota útil, es defender al fascismo, es no ver el modelo, es ser contrarrevolucionario…” ¡Ah, jóvenes imberbes, soñadores de la comida chatarra y de los video-games! Eso se decía, eso se afirmaba. Burócratas, poetas, pensadores, hombres de bien, glorificaban, pontificaban los designios del padrecito. Profesionales, obreros, empleados, huestes enteras. Compañeros de ruta y de los otros. Se leía Novedades de la Unión Soviética. Una revista como Life, pero peor. Quisiera hablar con ellos, verles las caras. Es verdad que no es difícil; ahora muchos son banqueros, perdón, accionistas de bancos cooperativos, por la gracia de Lenin y de Marx. Quisiera preguntarles con fotografías en la mano, con documentación, qué piensan de lo que hicieron, de lo que dijeron, de lo que silenciaron. Podemos agregar, en cada uno de los casilleros al Caudillo de España, el generalísimo Francisco Franco, por la gracia de Dios. Y podemos recordar a Benito Mussolini, votado y amado por millones de italianos y no italianos, es decir, un hombre popular. (El pueblo nunca se equivoca, confundido lector). Podemos sumar, sin equivocarnos, caudillos latinoamericanos, gobiernos populistas, incluido –naturalmente– el de nuestro líder confesional; me refiero al general don Juan Domingo Perón. Y así va el mundo, las utopías, los movimientos de liberación, los frentes y los contrafrentes. Que Wagner sí, que Wagner no, que Hitler, que Maradona, que tu hermana, que mi tía. Que para un peronista no hay nada mejor que otro peronista. O al revés, sé igual. Cosas similares ocurren en nuestros días. Una borrachera ideológica de puta madre, decía mi primo Manolo. Y no conocía el alcohol.
Hablando de borracheras. Un querido amigo, que acaba de cumplir sus primeros ochenta años, un hombre de convicciones, honesto, muy vinculado siempre a la izquierda argentina, es decir, alguien que navegó entre el partido comunista y la ortodoxia partidaria, alguien que levantó banderas latinoamericanas y figuras míticas. Alguien, por último, que tiene seres desaparecidos, que se jugó el pellejo en más de una oportunidad, me dijo días pasados en un café porteño: “Penelas, se terminó Cuba. Una revolución fracasada. Listo, se terminó. No va más. Lo digo con dolor, lo charlamos muchas veces. Es así”. Luego continuamos conversando de Luis Franco, de Cabrera Infante, de Santiago Carrillo... Es curioso, en abril de 2010 recién advierte que eso no fue una revolución socialista. Desde luego, mencionamos a los gringos, al imperialismo, la CIA y lo que cada uno de nosotros sabe y lleva en la sangre desde hace décadas. Le conté, cuando estuve en 1990, cómo lloré en la Plaza de la Revolución por ese fracaso terrible, cómo sufrí al ver a las jineteras como en los años cincuenta. Cuántos sueños, cuánta sangre, cuanto dolor, cuantas persecuciones sin sentido, cuánto sacrificio, cuánta cárcel. Pero antes lo advirtieron los viejos anarcos cuando viajaron para ver de cerca los primeros pasos. Recuerdo que me señalaban las virtudes de Camilo Cienfuegos y el horror que se venía. Estos libertarios estuvieron en 1961. De esto escuché hablar, por primera vez, en 1968, con el Mayo Francés.
Esta sociedad no tiene perdón ni redención. Hipócritas, granujas, sinvergüenzas. Podemos sentir, sin inconvenientes, la anemia conceptual. Lo bizarro, el barniz cultural. Devotos comensales con un certificado de defunción en la pelvis. Un repertorio continuado de ineficiencia, corrupción y grosería. Desde el Papa hasta el último ratero. Si se juntan los millones de seres que habitan este territorio no hacen un Sarmiento. No hacen un solo individuo que valga si se juntan todos ante un León Felipe. Es tan burdo, tan evidente esta rejilla sin fondo, tan brumoso e insondable este oscuro sentir de millones de miserables que hablan por telefonía celular y creen ser licenciados en algo o jóvenes con el porvenir en la punta de los dedos. No ven el caos del planeta; el hambre o la humillación en África, en Asia o en nuestra América. Hoy se sigue votando y empuercando calles, muros, monumentos. Aparece una lista de fabuladores, de alegatos inflados, de revolucionarios cómplices, de miradas pactadas, de pedófilos con sotana. Curiosidad turística, frivolidad. Están a nuestro alrededor: en plazas, cárceles, shopping, universidades, countries. Recomiendo que releamos La Virgen de los sicarios, de Fernando Vallejo. Menos mal que en breve se viene el Mundial de Fúlbo.
Carlos Penelas
Buenos Aires, abril de 2010
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