Administraciones: burocracia y complicidad
Uno debe entender el fetichismo del poder. Si no comprende ese fetichismo no entiende lo cotidiano. La pequeña burguesía, con su mentalidad mezquina y egoísta, creó una suerte de líder, de operador político, de su temporalidad: el administrador de consorcio. Éste, como sucede siempre, en un principio fue un empleado más o menos útil, más o menos honesto. Aplicado, diríamos en términos pedagógicos. Como suele suceder –como sucede– se transformó en un director, en un mandante que ordenaba propietarios, disponía de sus fondos, programaba proyectos. Negaba o afirmaba, gestionaba asambleas o salía con normas y reglamentaciones mágicas, celestiales, jurídicas. Y los propietarios, gente mayor, jubilados, enfermos, señores maduros con sus amantes, señoras finas con sus compras… en fin una caterva de gente que supuestamente cree ser ciudadana, le dejó todo en sus manos. Y aquí estamos. Ante un poder no fácil de explicar. Generaron un monstruo y no saben cómo hacer, cómo vivir sin él. Lo mismo sucede con el Estado, las instituciones, las armas nucleares. Haremos una breve lectura de este contrato de servidumbre.
Nadie puede confiar –si es medianamente sensato en un señor que dice ser administrador de propiedades o contratista o agente inmobiliario– pues sabemos, aquí y en el mundo, qué características tienen. Hay excepciones, por supuesto. Esa suerte de trabajos genera optimismo (mistificador y mistificado) en el hombre de medio pelo. Pretendemos ignorar la eficacia de lo imaginario; eso significa, querido lector, mantener el juego de la repetición. Escribo para el que me entienda, el otro que pague las expensas en el horario que le indican y en el día preciso. Y que guarde silencio, obediencia y tolerancia. En otras palabras, que se deje tocar el trasero. La sociedad burguesa reproduce su propia organización. Y por lo tanto sufre la coacción que creó. Simple, llano, entendible. Aquí entramos a discutir el sexo de los ángeles, la difundida idea de que el mundo se encuentra dividido entre el bien y el mal. Y acabamos por aceptarla. Una verdad revelada que transforma con facilidad en poder la superioridad que le da el saber. Y eso, en alguna medida, se denomina burocracia. La burocracia forma parte del poder, es un elemento necesario, imprescindible para tener el control; es aquello que manifiesta el mecanismo que rige la repetición.
No vamos a fingir modestia; el fenómeno burocrático tiene relación directa con las fuerzas del poder. Desde las instituciones sacrosantas, desde el Estado, las elecciones, el parlamento, la justicia o un mediocre administrador de consorcio. Es parte del juego, de las fuerzas que pretenden actuar en representación del ser humano, de las reglas, las conductas, los imperativos económicos, del tejido social. El ciudadano se somete a los principios de la división de los dirigentes y de los ejecutantes, de la separación de la actividad y de la segregación de aquello que se informa. Nada escapa a lo burocrático, es un brazo del pulpo, de la corrupción, del robo, de la enajenación. Ayuda en todo esto cada estación de servicio, cada municipio, las damas de caridad, los orfelinatos, las financieras, los medios de comunicación. Se rechaza la reflexión. Créame, ingenuo lector, no es un tema menos importante esto de las administraciones, es fundamental en el imaginario de las distorsiones. Termina transformándose en una casta que se mantiene en el poder debido al aislamiento. No hay errores de método: es una deformación, una representación deformada de una serie de “accidentes” sociales, una perturbación enquistada en el desarrollo “normal” de la vida cotidiana. Mientras continuemos aceptando estas condiciones aparentemente desapercibidas, mientras continuemos aceptando ingenuamente las normas cotidianas en que vivimos la deformación y el aislamiento seguirá su curso. Es parte de cada elemento que una ideología pone en praxis. No hay reglas democráticas, no hay representación posible dentro de una estructura viciada.
Si no llegamos a distinguir lo que corresponde a una infra y a una superestructura, si no llegamos a entender los niveles confundimos la función de los símbolos. Mientras sigamos prisioneros de este esquema nos será imposible ver el otro, el de la corona, los signos de opresión y de violencia cotidiana. Reitero, hay mecanismos que rigen la repetición. Estas empresas se nutren de identificaciones que ocultan servidumbre, antagonismos. Se mantiene el juego de la repetición. Los parásitos engendrados tapan, ocultan y distorsionan las relaciones humanas. La burocracia es un tipo de organización. Otra vez: la burocracia es un tipo de organización. Y detrás siempre hay un botín. A pagar las expensas, caballeros. Religiosamente. Como diría Maquiavelo, “supieron ser más audaces que prudentes”.
Carlos Penelas
Buenos Aires, agosto de 2010
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ResponderEliminarMientras continuemos aceptando estas condiciones aparentemente desapercibidas,
mientras continuemos aceptando ingenuamente las normas cotidianas en que vivimos
la deformación y el aislamiento seguirán su curso.