Casida de la madrugada
De esta gente que camina a mi lado
ya nadie recuerda una lencería de la calle Suipacha
ni un poema de Pedro Salinas o un tema de Gillespie.
Tampoco saben de Pratolini o de Swift.
En estas miradas advertimos
la ficticia realidad de las máscaras.
Naufragio, decadencia, frivolidad.
Sus gestos son bárbaros, llenos de ignorancia;
cómplices de superficialidades, balbuceantes.
Tampoco importan las edades o los deseos
en estas fisonomías efímeras y reaccionarias.
La imbecilidad los ha tocado para siempre.
Pero es bello observar las barcazas,
los pinares marinos, los grandes pájaros,
las caderas de una negra en un viaje venturoso.
Y evocar en silencio revoluciones y mitos.
A veces pienso que sólo un demente
puede conservar un retrato en sepia de Durruti.
Carlos Penelas
Buenos Aires, septiembre de 2010
De esta gente que camina a mi lado
ya nadie recuerda una lencería de la calle Suipacha
ni un poema de Pedro Salinas o un tema de Gillespie.
Tampoco saben de Pratolini o de Swift.
En estas miradas advertimos
la ficticia realidad de las máscaras.
Naufragio, decadencia, frivolidad.
Sus gestos son bárbaros, llenos de ignorancia;
cómplices de superficialidades, balbuceantes.
Tampoco importan las edades o los deseos
en estas fisonomías efímeras y reaccionarias.
La imbecilidad los ha tocado para siempre.
Pero es bello observar las barcazas,
los pinares marinos, los grandes pájaros,
las caderas de una negra en un viaje venturoso.
Y evocar en silencio revoluciones y mitos.
A veces pienso que sólo un demente
puede conservar un retrato en sepia de Durruti.
Carlos Penelas
Buenos Aires, septiembre de 2010
0 comments