Es remotísima la posibilidad de ver un barco abandonado
en el medio del bosque.
Casi es imposible que el pájaro que lee en la noche
llame a tu puerta.
Pero los sueños tienen esas cosas, esos duendes
que pueblan la infancia y los viejos relojes.
Es entonces cuando aparecen los muertos a medianoche.
Buscan el desorden del mar, los teléfonos,
la luz de cartas quemadas o desaparecidas.
Los muertos abren las puertas de par en par,
dejan entrar la niebla, trámites ministeriales,
mujeres desnudas con magnolias en el pubis,
el sosiego del padre, las lluvias en un jardín de marzo.
En esos momentos comprendemos el vacío del mundo,
la inutilidad del amor o la congoja,
gaviotas invisibles sobrevolando camalotes.
Entonces, despertamos. Entonces el poema
muestra un barco abandonado en medio del bosque,
pinta al pájaro insurrecto que escribe en la noche.
caen los países, las banderas, los dioses, los imperios.
Hay pétalos agitados por el viento
detrás de la amada sonriendo con los senos erguidos
en un vestido negro y una bandera roja.
Y naceremos. Es cuando las rosas se enamoran
de los mineros de Copiapó,
o de manzanas edénicas y olas crepusculares.
Y alguien nos habla de una paloma azul.
Carlos Penelas
Buenos Aires, septiembre 2010
en el medio del bosque.
Casi es imposible que el pájaro que lee en la noche
llame a tu puerta.
Pero los sueños tienen esas cosas, esos duendes
que pueblan la infancia y los viejos relojes.
Es entonces cuando aparecen los muertos a medianoche.
Buscan el desorden del mar, los teléfonos,
la luz de cartas quemadas o desaparecidas.
Los muertos abren las puertas de par en par,
dejan entrar la niebla, trámites ministeriales,
mujeres desnudas con magnolias en el pubis,
el sosiego del padre, las lluvias en un jardín de marzo.
En esos momentos comprendemos el vacío del mundo,
la inutilidad del amor o la congoja,
gaviotas invisibles sobrevolando camalotes.
Entonces, despertamos. Entonces el poema
muestra un barco abandonado en medio del bosque,
pinta al pájaro insurrecto que escribe en la noche.
caen los países, las banderas, los dioses, los imperios.
Hay pétalos agitados por el viento
detrás de la amada sonriendo con los senos erguidos
en un vestido negro y una bandera roja.
Y naceremos. Es cuando las rosas se enamoran
de los mineros de Copiapó,
o de manzanas edénicas y olas crepusculares.
Y alguien nos habla de una paloma azul.
Carlos Penelas
Buenos Aires, septiembre 2010
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