Siempre hablo de lo mismo. Me cansa, me harto de hablar de lo mismo. Vemos restauraciones serviciales, diplomáticos afónicos, una suerte de borrachera sistemática mezclada con salsas, frijoles, garbanzos, tucos, trozos de mortadela y fideos codito. Camiseta y contubernio, mate y oratoria folklórica. Y a remover hasta el fin de los días. Y otra vez a empezar. Es triste, es lamentable, es desolador.
Recuerdo cuando los compañeros del PC decían que había que apoyar a la Unión Soviética, nuestra madrecita, en contra del imperialismo. No se hablaba del stalinismo, de los campos de concentración, de las invasiones sin piedad, de los cuerpos arrojados al Volga y a otros ríos. No se hablaba de las purgas, de las traiciones, desviaciones, asesinatos en masa, persecuciones. No, el problema estaba en el imperialismo, lo de la URSS eran temas coyunturales, luchas internas de un plan revolucionario, focos de los mencheviques, ciertas contradicciones de todo proceso histórico. Y de los agentes de la CIA con la contrarrevolución y pactos neocoloniales. Entre estos agentes estaban desde Trotsky hasta aquellos poetas, intelectuales, profesores, artistas, empleado o trabajador que cuestionaban al padrecito y los avances indiscutibles de los revolucionarios.
Recuerdo que en los años setenta se hablaba de apoyar a Perón (Teniente General de la Nación, no olvidemos) para que se “queme” definitivamente y entonces la “izquierda” y la clase obrera y el peronismo revolucionario (nunca logré entender cúal era uno y cúal el otro) y los sectores “progresistas de la burguesía nacional” tomarían la hoz y el martillo – y la bandera roja, claro– para comenzar la revolución que flameaba en Corea del Norte, en China (no, en China no), en Cuba y en tantos lugares de América Latina. Y era una confusión de nombres y tácticas y estrategias y bombos y aliados y enemigos que a uno, con una visión peligrosamente anarquista, peligrosamente troskista, le era muy dificil de comprender.
Todo se renueva y todo vuelve a lo mismo. Uno se santigua, mira nuevas escenografías, nuevos telones que causan vértigo. Distintos nombres, diferentes caudillos, otros ladrones, otros corruptos. Siempre suelo preguntarles algo a ciertos caballeros populistas. Supongamos que un torturador, un hombre -de la policía, ex boxeador o militante de esta antropología social– torturase a Licio Gelli, al Generalísmo Francisco Franco o al dictador (y compañero de otros abanderados) Alfredo Stroessner. Es evidente que el torturar es un actor canallesco, vil; nos produce naúseas. Pero también podríamos afirmar que los señores torturados -es una fantasía, por favor- no son representantes de lo mejor de nuestra humanidad. ¿Dónde nos ponemos? ¿Cúal es la víctima y cúal el victimario? ¿Hay una ética de izquierda y otra de derecha? ¿Hay cárceles nobles y otras vejatorias? ¿Y los templos qué representan?
La verdad es que da asco. Asco los mitos, las leyendas, las corporaciones, las banderas, las lecturas conventuales, los héroes y los canallas que en nombre de la libertad, el hambre o la injusticia, llevan adelante estos engendros. Como las nuevas generaciones saben poco y nada aplauden, generan trincheras, continuan con los monólogos de los hombres providenciales. No importa que éstos mientan de manera desenfadada, quintupliquen su patrimonio o representen la conjura de los predestinados. O hayan sido asesinados por militares o esbirros.
Sabemos de sobra qué es la derecha, qué son los marines o la CIA. De sobra que es el imperialismo o una ideología reaccionario. Pero estos señores no son precisamente libertarios, son liberticidas con banderas y pancartas que hablan de libertad, de igualdad social, de planificación. Sabemos con claridad el significado del fascismo o del nazismo. Desde el Poder aplastan, reprimen. Francamente deleznables, chovisnistas cuando no testaferros mediocres.
Hay alusiones plátonicas, una legión de especialistas en miserias, mensajes intimidatorios. Sin duda, hay casos aislados. Pero la gran mayoría articula humillaciones, pactos rituales. Perplejidad, podriamos escribir. Perplejidad y desencanto ante algo que vemos pudrirse, que da mal olor, que implica complicidades, distracciones. Somos sobrevivientes de lo retórico. En medio de basurales, de hambrunas, de engaños, de promesas, de marchas y contramarchas, de líderes y libros canónicos. Y de nostalgias baratas, mistificadas en contubernios. Una buena noticia, una muy buena noticia. Las prostitutas pueden usar condones. El Santo Padre lo aceptó. Un camino hacia la salvación y la fe. Ha tenerlo en cuenta, querido lector. No todo es Wikileaks ni Julian Assange ni Cryptome.
Carlos Penelas
Buenos Aires, dicembre de 2010
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