Mi anarquismo
Yo llamo individualista al que con mayor frecuencia se aparta del rebaño. Saludo como individualista a cualquiera que en una época religiosa se muestra impío, en un ambiente ortodoxo se manifiesta herético, en un periodo de civismo sabe reír de la ciudad o maldecir los crímenes de la patria.
Han Ryner
Siempre me acongojaron los cumpleaños de quince, las bodas, las comuniones. Odio a los empleados públicos y las maestrías internacionales. Odio – no desapego, no desamor, no desencanto - las despedidas de soltero, las fiestas navideñas, las recetas de cocina, la beatería laica o religiosa, el mal gusto, los lugares comunes, la sonrisa de los políticos y los homenajes. Los póstumos y los otros.
Nunca compartí secretos, nunca conté una aventura del lecho o del alma. Un secreto entre dos no es un secreto, decía mi padre. Sé que nada es impune. Sé también que nuestros antepasados históricos están honrados por latrocinios, estupros, mistificaciones, oprobios y rezos. Crueldad, sadismo, perversión, malignidad. La falsa conciencia se elabora a través de adoctrinamientos en las propias estructuras deshumanizadas. Vemos aliados y enemigos, cómplices y gestos de una cultura de fachada. Teatralidad, mutaciones y mutilaciones. La perversión idiomática posee sus figurones, sus parnasos, sus carraspeos hipócritas, sus pactos. Vocaciones admonitorias nos hablan de revolucionarios, de víctimas, de vigorosas hazañas. Un maccarthismo de izquierda. Debo enfatizar: generaciones traicionadas. Cada uno es un precursor del doble discurso. Degradación, agotamiento; un engranaje de engaño y fraude. Una vez más: escarapelas melancólicas y teorías reivindicativas.
Confieso mi perplejidad ante las masas imbéciles y ante el individuo imbécil. Asco, aburrimiento, mal humor. Creo en el poema, en la búsqueda estética y ética de cada línea, de cada silencio. La creación tiene sus raíces en la fugacidad del amor, en el compromiso y entrega por el otro, en el misterio que inaugura el enigma. Se une talento y disciplina, se advierte la palabra como acto, la obra provista de humanidad nos eleva. Sólo a partir de la creación el hombre se pone de pie, se siente libre. Cambia la mirada, cambia el tono de voz, la manera de caminar. La belleza nos ilumina, convoca lo íntimo y lo insurgente, la pasión, la evaluación del alma.
Jamás he sentido simpatía alguna por la épica de los caudillos. Ni líderes ni santos. Ni revolucionarios o héroes. Ni víctimas ni verdugos, una vez más. Descreo de los hombres providenciales, de las conmemoraciones, del idilio entre el pueblo y su líder, de las manifestaciones con bombos y redoblantes, del populismo hegemónico al compás de cumbias y latas de cerveza. De lo pintoresco y de lo anecdótico. De lo folklórico, de los mausoleos, de lo grosero, de lo demagógico.
Los modelos son siempre autoritarios y verticales, con alambradas visibles o no. Corrupción, aquelarre sanguinario en nombre de la nación o el internacionalismo, combatiendo la explotación y la injusticia social. Triste, lamentable. Con muertes, persecuciones, cárceles. Infamia y chovinismo en la voz del supremo. Ocultamiento y mito.
La historia es una gran enciclopedia de despojos, de codicia y ferocidad. Se diezman pueblos, se exterminan conciencias. Ya casi no se tiene necesidad de prohibir libros ni obras ni voces. Muy pocos leen, muy pocos entienden, muy pocos sienten. Recordemos - por favor recordemos - que los dogmas libertarios son tan despóticos como cualquier otro. Problemas de latitudes, veneración o estadísticas. Me importa poco.
Soy enemigo de los nacionalismos. Generaron guerras, carnicerías, banderas y torpezas sin límites. Es lo más parecido a la religión, al atraso del pensamiento y de la libertad. De eso estamos hablando: compromiso, belleza, dignidad, armonía, solidaridad. El vuelo del pájaro y lo vital del cielo.
Odio los matrimonios, los registros civiles, las promesas de felicidad. Odio los discursos apodícticos y los otros, las bienaventuranzas, las palmadas en la espalda, los teléfonos celulares. Odio que me hablen de enfermedades, del mal de ojo, de los sueños y del horóscopo, de los juegos de mesa, de los motores de los automóviles. Odio las máscaras cotidianas, a los que comulgan, a los neuróticos y a las histéricas. Odio las medallas de reconocimiento y las placas ilustres, los aplausos y las proclamas redentoras. Odio los héroes emblemáticos y los retratos de los virreyes. A los imperialistas tanto como a los alcahuetes. A los alcahuetes tanto como a los señores formales. A los señores formales como a obispos, generales, empresarios y jueces. A los académicos y a los poetas con barbijo. A los profesionales, a los estudiantes de marketing, a los agentes de bolsa. Y a las convicciones victorianas.
El poema introduce inconformidad y rebeldía. Resiste la adversidad, lucha contra lo intolerable, contra el desprecio y el desasosiego, contra lo execrable del ser humano. Y puebla nuestras utopías, nuestros recuerdos, nuestro compromiso con los afectos, con los desheredados. Es una experiencia emocionante y aleccionadora. El poema derrumba templos, proclamas, instituciones, contubernios. El resto nos ahoga, nos domestica, nos hace mediocres, cobardes. En el poema aceptamos la vida íntima, el instante que vibra entre el espacio y el tiempo. Pero también es conexión con lo social, con lo imaginario, con lo sensible: una educación del sentimiento y una búsqueda con el otro, una resonancia del estallido más intenso. La lectura del cuerpo, lo escuchado por nuestros mayores; la metamorfosis de la pureza y lo absoluto.
Amo a los vagabundos, a los amantes, a los perros callejeros, a los nadadores, a las burguesas, a las banderas rojas. A los que despiertan mirando las estrellas, a las viejas fotografías, a los insumisos, a los actores tanto como a los escultores, a los plásticos como a los poetas, a los artesanos y a los volatineros, a los que necesitan suicidarse en una plaza otoñal. Amo lo irracional y lo racional, lo mágico y lo científico, lo absurdo y el misterio del más allá, los senos de una adolescente y los muslos de su madre, las calles de los barrios y las montañas nevadas, los cafés de las grandes ciudades y las huelgas insurrectas. Amo los mitos griegos, las leyendas de los celtas, las canciones infantiles, los viejos puertos con sus muelles y el lamento de los buques. Los repiques furiosos de las campanas y las sirenas de las fábricas. Amo las pizarras de las escuelas y los muros de las iglesias románicas, los tableros de ajedrez y los guantes de box, los museos del mundo y los platos humildes, los hoteles perdidos entre lágrimas y confesiones. Amo conmoverme ante la puesta de sol en la orilla del mar y el viento del bosque. Amo una copa de vino y el agua fresca del manantial. El tedio es humillante.
Carlos Penelas
Buenos Aires, 1 de enero de 2011
2 comments
Es tremendamente burgues tu pensamiento.
ResponderEliminarinventaste la rama de los anarco-nazi
comando de liberacion 17 de octubre
Pd: tenes cara de boludo ( pero es a proposito no ? para ser mas anti-todo)
La vida espera silenciosa
ResponderEliminarentre los pequeños espacios del
porvenir...
Juega a las escondidas eternas
Juega con nuestra naturaleza
Ella espera
Nosotros desesperamos
Los ojos que construyen la noche
Miran consternados la vuelta al segundo
Nos miramos
Nos miran
Abrazo, Lloro y siento que la eternidad
Parece tiempo sencillo para respirar a su lado
Un mes, un día, una vida
Todo pasa y pasa todo...
Quien entiende esos caminos?
Quien escribe los pasos que debemos pisar?
Nadie sueña, todos despiertan...
Gracias Carlos por colaborar a llenar esos espacios que muy pocos ayudan a completar