Desde 1940.
Compilación: Pedro Orgambide y Silvana Castro.
Buenos Aires, 2001.
Ediciones Atril.
Con el tiempo me dio la oportunidad de conocer cada departamento donde se mudaba. Calles de una zona mÃtica: Viamonte , Corrientes y Uruguay, J.D. Perón, Córdoba, Piedras… luego otra vez al barrio. Ahora Tucumán, un solo ambiente. El único departamento que no conocÃ. Nos veÃamos seguido. En Corrientes y Montevideo, un bar que alguna vez tuvo historia, en Tucumán y Montevideo, algo peor, con un nombre que prefiero olvidar. Estuvo en casa, estuvo en la Federación Libertaria Argentina. Una conferencia donde se sintió desconcertado –igual que yo– ante una carga inimaginable de populismo y ebriedad ideológica. Eso también caÃa. Luego fuimos a cenar con RocÃo, cerca de Constitución. Tuvimos nombres comunes, historias, viajes que se relacionaban con la literatura pero también con la realidad, con lo polémico y lo sensual. Admiración e inquietud, como en cada uno de aquellos viejos anarquistas que conocÃ: polémicos, Ãntegros, arbitrarios.
Mi abuela se llamó Adelaida, el mismo nombre que la mujer con la cual se casó y tuvo hijos. Un gran amigo de su padre se llamaba Penelas, allá en el sur, en otros tiempos. Y seguÃan nombres: Casilda, Lola, Luis Seoane, Arturo Cuadrado…y la Guerra Civil Española. Hubo en tantos años encuentros y desencuentros. Con Ricardo Monner Sans hablamos de él. Con David, de la familia de Ricardo, del profesor José MarÃa, de las tÃas. Le agradaba el nombre de mis hijos: Emiliano y Lisandro. Lisandro, fuimos a verla con gran emoción. Las dos veces, las dos versiones. Viñas, un hombre con educación, con señorÃo, con conducta. Y elegante, seductor, bueno.
Vino el exilio, su exilio y luego el reencuentro, en un hotelito de la calle Montevideo, entre Corrientes y Sarmiento. Años duros para él, años de nueva energÃa, de nuevos proyectos. Literatura argentina y realidad polÃtica, una forma diferente de leer, una manera iniciática de la obsesión estética e ideológica. Una vez más desbordaba con su impulso, con su falta de medida. Nos contagiaba, para bien y para mal.
En más de una ocasión se preocupó por mÃ. Junto a Luis Zamora, eso lo supe mucho tiempo después. Y entonces venÃan otros nombres: Luis Franco, Luis Alberto Quesada, Luis Danussi, Luigi Pirandello. Siempre hablamos de polÃtica y también de literatura, de otra literatura. Hablamos como Charo o como Hugo Cowes. Fueron muchos años, intensos años de intentar recobrar lo que sabÃamos perdido. VivÃamos la decadencia, las revoluciones frustradas, la corrupción y la imbecilidad en cada polÃtico, en cada intelectual. Aquà y en Latinoamérica, aquà y en Europa, aquà y en el planeta.Y soslayamos la muerte, la desesperanza. Hablamos de los alcahuetes de turno, de los lameculos de turno, de los oportunistas de turno. A veces no coincidÃamos. Entonces conversábamos de otros temas. Le dije que estimaba a Horacio Tarcus, por ejemplo. Muchas veces nos mirábamos y nos quedábamos en silencio, callados. Haciendo un gesto, un ademán. Ya estaba todo dicho. Entonces volvÃamos sobre las páginas de La Nación, con sus biromes englobando artÃculos, englobando números o titulares. Arrollador y sin tapujos -serio, ofuscado– su mirada era la de Balzac. Después, cada uno a lo suyo. Sin esperanzas combatÃa hipótesis, programas, parnasos y recovecos. Honesto, sin dobles intensiones. Utópico, tal vez.
Curiosamente me dedicó varios libros de su autorÃa. Creo haber leÃdo todo o casi todo. Los últimos años me dolÃa su decadencia. Estaba más solo, más enfermo, más callado. El entorno social y polÃtico no ayudaba, seguÃa siendo vomitivo. Continué viéndolo hasta el final. Intenté ayudarlo. Pocos, muy pocos en estos últimos tiempos. Pepe, Ramona, Arturo, seres cálidos, sencillos, que lo vigilaban, que intentaban atenderlo, cuidarlo, protegerlo. Viñas siempre fue hosco y difÃcil.
Cuando se estaba por publicar una selección de la obra de Barret le hablé para que escribiera el prólogo; estaba cansado. Unos amigos de La Pampa me llamaron para que viajara para una conferencia. Ya no era posible. Recordábamos textos, historias, anécdotas. Sin volver al pasado. A veces hablamos de Ricardo Aldao, de la posibilidad de nadar otra vez en un pileta, de Ismael, de Contorno, de la facultad (de Viamonte, de Independencia, después de Puán), de Borges, de Walsh, de Conti, de Santoro. También nos gustaba recordar a Cámpora y a otros obsecuentes ilustres, comentar las comidas de Galicia o ciertas anécdotas de mi padre. Y de su padre, cuando polemizaba como un orador insurrecto subido a un auto en la esquina de Corrientes y Paraná. Siempre coincidimos en que intelectual no puede ser oficialista ni dogmático. Nos sonreÃamos cuando evocábamos ciertos compañeros del PC o de la izquierda dogmática. Y de las revoluciones o los dogmas celestiales. Un hombre honesto, Viñas. Un hombre con contradicciones. Un hombre entero. Y salieron y vendrán obsecuentes a llenarse la boca. Historias, dirÃa, escenografÃas, repetirÃa. Articulaciones de burócratas y caballeros con alfombras. Extrañaré esta amistad del siglo XIX. Pocos como él, pocos con sus agallas y su soledad a cuestas. Fiel a sà mismo, fiel a un carácter, a un estilo. Otrosà digo: nunca nos tuteamos.
Carlos Penelas
Buenos Aires, marzo de 2011
Calle de la flor alta es el tÃtulo del próximo libro de Carlos Penelas que se encuentra en proceso de edición. Consta de cuarenta poemas inéditos y lleva dibujos originales del poeta. Editará Dunken.
"Carlos Penelas ha construido su poesÃa con absoluta conciencia artÃstica, de manera que 'lo dicho' sea un resultado posterior a cada decir puntual de sintagmas, versos y textos; de modo que cada afirmación textual encuentre su sentido último en el diseño completo… un homenaje al poder de la palabra, fundada en un Eros colectivo que aspira a sentir lo real por vÃa de lo humano."Trasveo en tus ojos
De Guiomar/Cantiga, 1996
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