El hombre camina por las calles del centro con su amigo gallego. El hombre conversa y escucha. Manuel Suárez Suárez, su amigo gallego, le habla de Compostela, de nombres, de apellidos. Habla también de Montevideo, de las calles de Buenos Aires, de los centros gallegos, de la diáspora. El hombre lo escucha y también hace referencias a la situación polÃtica y económica, a los vaivenes. El amigo gallego, Manuel, vino por poco tiempo. Dio varias conferencias y dará otras. Conversan de monos y de fantasmas, de lo siniestro y patético de algunas cosas. Se rÃen. Fueron a cenar, fueron a varios cafés tradicionales. Hablan de literatura, de la familia, de los temas afines. De proyectos. Vienen lugares sagrados: Piñeiro, Espenuca, Boneco. Boneco era el perro de Independiente, el perro inolvidable de los diablos rojos. Boneco, dice el amigo Manolo al hombre, en galego significa muñeco. Otro gallego, aclara. Le recuerdo que era un perro amado, una cábala, un perro que viajó con Independiente a todos los torneos, por los años setenta. De él hablaron Pavoni, Bochini. Cuando murió Lolo, su dueño, estuvo en el velatorio debajo del féretro. Lo acompañó hasta el cementerio. Y se dejó morir allÃ, al lado de su tumba. Lolo era brasileño. Entonces hablamos del galaico-portugués, del lusitano, de las raÃces. De la fidelidad canina, del amor a los animales. Luego vino el Cine-Teatro Amado Nervo (¿el nombre se lo puso un gallego anarquista?) de Gerli. Alberto Valdés era su dueño. Allà se representaba, en Semana Santa, “La Pasión de Cristo”. Finalmente evocaciones de Eladia Blázquez, Amadeo Carrizo, Curros EnrÃquez, Valle-Inclán…
El hombre camina solo por la ciudad. Fue a nadar por la mañana y por la tarde, esa tarde la tiene libre, fue a hojear libros en viejas librerÃas. Está feliz pues cree que llamó por teléfono un antiguo novio de su esposa, un novio que se fue a vivir a Italia. Atendió el teléfono pero luego de dar el nombre de su mujer, con claro acento italiano, y al contestarle que en ese momento no estaba, cortó. Una lástima, se dijo el hombre. Pensó que hubiera sido hermoso que se volvieran a ver, que conversaran de sus vidas, de su pasado. El hombre lo habÃa visto hacÃa más de veinte años, una vez que pasó a saludarla por la casa de sus suegros y de casualidad estaba allÃ. Lo dejó conversando en el living y jamás preguntó nada. Asà debe ser, piensa, asà debe ser. Su mujer seguramente revivirÃa cosas buenas. El hombre lo piensa y lo siente con naturalidad. Siempre le pareció odioso, enfermizo e irracional el tema de los celos, las envidias y todas esas cosas. El hombre cree en la libertad de verdad. El hombre odia el matrimonio, las estructuras, las modas y los hábitos carcelarios. El hombre no necesita ni le importa volver a encontrarse con un amor del pasado, pero entiende que hay gente que lo necesita, que le hace bien. En fin, tal vez vuelva a llamar. Se siente bien, se lo comentó a su mujer. Lo miró extrañada, pero la inquietó. Ella cree que finge, que teatraliza, que el fondo es celoso.
Hemos hablado con Manuel, mi amigo gallego, del idioma, del tango, de los orientales, de los señores que cambian de parecer del dÃa a la noche. Hemos hablado de bellas hembras que descubren el otoño porteño. De los distraÃdos, de los que se hacen los distraÃdos, de los que aparentan y de los que son. Hay que ver de dónde vienen las balas, dice. Estoy por llegar a la puerta de mi casa. Vengo caminando desde el JardÃn Botánico, pasé por plaza Güemes, por una confiterÃa llena de recuerdos y de nostalgias. En fin, debemos escribir algo cómodo y tranquilizador para finalizar el artÃculo. Los argentinos somos siempre inocentes, Y autoindulgentes. “No sabÃa nada”, dijimos. “Yo lo no lo voté”, afirmamos. “Es el destino”, escuchamos. “Nunca imaginé que la guerra no fuera patriótica”, comentamos. ¿Y ahora, qué? En fin, en poco tiempo más otro despertar amargo. Y asombroso, por cierto. Como esa mujer que al verme entrar en la exposición de pintura me dio un beso en la mejilla como si nada hubiese pasado, como si nos hubiéramos despedido la tarde anterior. Llegué a mi casa. Mañana iré a ver Le quatto volte de Michelangelo Frammartino. Y el domingo La flauta mágica en el Teatro Colón. Usted sabe, el cine italiano me atrae. Casi tanto como Papagena. Entre paréntesis, soñé que le regalaba un lilium. Y que ella sonreÃa. Estoy siguiendo muy de cerca todo lo relacionado a los indignados. Y cómo se irradia por el mundo. Buenas noches, que descanse.
Carlos Penelas
Buenos Aires, mayo de 2011
El hombre camina solo por la ciudad. Fue a nadar por la mañana y por la tarde, esa tarde la tiene libre, fue a hojear libros en viejas librerÃas. Está feliz pues cree que llamó por teléfono un antiguo novio de su esposa, un novio que se fue a vivir a Italia. Atendió el teléfono pero luego de dar el nombre de su mujer, con claro acento italiano, y al contestarle que en ese momento no estaba, cortó. Una lástima, se dijo el hombre. Pensó que hubiera sido hermoso que se volvieran a ver, que conversaran de sus vidas, de su pasado. El hombre lo habÃa visto hacÃa más de veinte años, una vez que pasó a saludarla por la casa de sus suegros y de casualidad estaba allÃ. Lo dejó conversando en el living y jamás preguntó nada. Asà debe ser, piensa, asà debe ser. Su mujer seguramente revivirÃa cosas buenas. El hombre lo piensa y lo siente con naturalidad. Siempre le pareció odioso, enfermizo e irracional el tema de los celos, las envidias y todas esas cosas. El hombre cree en la libertad de verdad. El hombre odia el matrimonio, las estructuras, las modas y los hábitos carcelarios. El hombre no necesita ni le importa volver a encontrarse con un amor del pasado, pero entiende que hay gente que lo necesita, que le hace bien. En fin, tal vez vuelva a llamar. Se siente bien, se lo comentó a su mujer. Lo miró extrañada, pero la inquietó. Ella cree que finge, que teatraliza, que el fondo es celoso.
Hemos hablado con Manuel, mi amigo gallego, del idioma, del tango, de los orientales, de los señores que cambian de parecer del dÃa a la noche. Hemos hablado de bellas hembras que descubren el otoño porteño. De los distraÃdos, de los que se hacen los distraÃdos, de los que aparentan y de los que son. Hay que ver de dónde vienen las balas, dice. Estoy por llegar a la puerta de mi casa. Vengo caminando desde el JardÃn Botánico, pasé por plaza Güemes, por una confiterÃa llena de recuerdos y de nostalgias. En fin, debemos escribir algo cómodo y tranquilizador para finalizar el artÃculo. Los argentinos somos siempre inocentes, Y autoindulgentes. “No sabÃa nada”, dijimos. “Yo lo no lo voté”, afirmamos. “Es el destino”, escuchamos. “Nunca imaginé que la guerra no fuera patriótica”, comentamos. ¿Y ahora, qué? En fin, en poco tiempo más otro despertar amargo. Y asombroso, por cierto. Como esa mujer que al verme entrar en la exposición de pintura me dio un beso en la mejilla como si nada hubiese pasado, como si nos hubiéramos despedido la tarde anterior. Llegué a mi casa. Mañana iré a ver Le quatto volte de Michelangelo Frammartino. Y el domingo La flauta mágica en el Teatro Colón. Usted sabe, el cine italiano me atrae. Casi tanto como Papagena. Entre paréntesis, soñé que le regalaba un lilium. Y que ella sonreÃa. Estoy siguiendo muy de cerca todo lo relacionado a los indignados. Y cómo se irradia por el mundo. Buenas noches, que descanse.
Carlos Penelas
Buenos Aires, mayo de 2011