Estoy caminando hacia Avenida de Mayo. Son esos paseos solitarios y profundos que suelo hacer. Cuando no voy a nadar camino por las calles de Buenos Aires. El circuito cambia, pero se repite. Puede ser Barracas, puede ser La Boca , puede ser Palermo. Lo cierto es que la zona, por lo general, ronda cerca de casa. Es un reconocimiento, un sentirse integrado, seguro. Me gusta la calle Alsina, cuando voy a la cancha, me gusta el viejo puente de Avellaneda en la madrugada, al regresar. Asomarme al riachuelo, ver esa suerte de desidia y destrucción con ojos infantiles.
Es mejor no recordar, caro lector. Es mejor olvidar nombres, circunstancias, principios. Se negocia todo, absolutamente todo. Se negocia la sangre, los nichos, las banderas, la tabla de lavar de la abuela. Mejor no recordar a Emma Goldman o a Belén de Sárraga. Ni a Virginia Bolten ni a Rosa Dubovsky, a quién tuve la fortuna de conocer. Mejor no compararlas con las damas actuales, con las progresistas actuales. Mejor olvidar, olvidar todo. Como hacen los poetas o los idiotas. De lo contrario se corre el riesgo que las embarren, que les hagan homenajes, que bauticen salas de la casa de gobierno con sus nombres. Lo ensucian todo, con perversidad, con ignorancia, con una malicia enquistada.
Mientras camino pienso en los textos de Berger, en los cuentos de Emilia Pardo Bazán (la mejor cuentista de España del siglo XIX), en unos escritos de Michel Houellebecq, en la pintura de Giotto, en la poesÃa de Enrique Banchs. Intento recordar imágenes, intento planificar ciertas clases, descubrir lo bello y lo crÃtico en autores que nos intranquilizan, independientemente a veces de su trascendencia.
Ahora estoy mirando un cartel en la esquina de Lima y Moreno. Pienso en la estupidez: siento que flota. Flota entre estudiantes, profesionales, docentes, polÃticos, intelectuales. Esta en el aire, se la respira; intoxica. Por momentos creo que la estupidez es una adicción. Se necesita de ella para mantener matrimonios, intendentes, fútbol, crucigramas, administrativos, funcionarios. Se mantienen banderas, se cantan himnos, se juegan mundiales.
Estoy releyendo Sobre lo espiritual en el arte de Vassily Kandinsky. Hay cosas que veo por primera vez, otras que sigo sin compartir. Pero qué interesante es ese mundo que propone. DÃas atrás una alumna me alcanzó un texto sobre Mahler, su vinculación con Freud. Pude hablarle de Mann y de Muerte en Venecia, de la SinfonÃa N 1. Entonces vino el nombre de Celan. Y otra vez nuestra poética, los cambios en ese poeta enorme que es Girondo, la mirada de Juan Ramón, la prosa de Sarmiento. Y los cuentos de Lugones, naturalmente.
Recuerdo, mientras observo la vidriera de una librerÃa, a Peter Handke, entre otras cosas guionista de Win Wenders, que refleja en su obra la angustia de la soledad y de la incomunicación. Ahora estoy parado frente a una disquerÃa. Escucho la música de Gershwin, siempre me maravilló. Tengo en mi casa una bellÃsima versión de sus temas interpretados por Chick Corea. Pienso que siempre hay un cierto grado de complacencia cuando se acepta escribir de uno, una razón y un olvido para que el azar sea presentado como necesidad. Cuando se habla de los otros se habla de sà mismo. “La indigestión es la encargada de predicar la moral al estómago”, decÃa VÃctor Hugo. Todo poeta es un ser desplazado sobre todo si su origen es humilde o campesino. La estupidez insiste siempre, escribió Camus. ¿Por qué me vienen estas citas a la memoria? ¿Tal vez sea la manera de pensar y de incorporar aquello que sentimos? “Un hogar sin libros es como un cuerpo sin alma”, señaló Cicerón. Me distrae el invierno, el sol, las mujeres hermosas. Buenos Aires tiene mujeres fascinantes. En Praga también observé hembras bellÃsimas. “Las mujeres demasiado bellas sorprenden menos al segundo dÃa” me susurra al oÃdo Stendhal. Lo miro con afecto a mi viejo amigo y le digo: “Tal vez tengas razón, pero una mujer hermosa es bella siempre, aunque al segundo dÃa se nos presente el tedio.” No es buena la situación polÃtica y social, definitivamente es difÃcil. Hoy más que nunca recuerdo aquellas palabras de Simón BolÃvar: “Aborrezco a las deudas más que a los españoles.” BolÃvar junto con Artigas fueron tal vez los hombres más visionarios de nuestra América. No sólo eran cultos, además escribÃan admirablemente bien. “Cuando alguien pone el dedo en la llaga, sólo los necios piensan que lo importante es el dedo” leà de joven en Confucio y me quedó grabado para siempre.
Sigo caminando mientras pienso que el poeta lleva en sà una sutil predisposición a los matices, una helénica sospecha de que los contrarios suelen estar muy cerca del espejo. El libro de poemas ya sigue su camino. Es, aunque muchos no lleguen a entenderlo, un homenaje al niño que fui, a Carloncho, el hijo de don Manuel y doña MarÃa Manuela. Estuve en el acto que se realizó al hombre más Ãntegro que dio este paÃs. Si, querido lector, me refiero al Dr. Esteban Laureano Maradona. Un ser abnegado, un hombre puro. Para mi es un asombro de solidaridad, un legado humanitario único. Me emocionaron chaqueños, formoseños, paraguayos. Seres humildes, abiertos de corazón. Estoy llegando a mi casa. Hace frÃo, hay poco gente en la calle. Es bueno ver la ciudad sin gente.
Carlos Penelas
Buenos Aires, julio de 2011
Es mejor no recordar, caro lector. Es mejor olvidar nombres, circunstancias, principios. Se negocia todo, absolutamente todo. Se negocia la sangre, los nichos, las banderas, la tabla de lavar de la abuela. Mejor no recordar a Emma Goldman o a Belén de Sárraga. Ni a Virginia Bolten ni a Rosa Dubovsky, a quién tuve la fortuna de conocer. Mejor no compararlas con las damas actuales, con las progresistas actuales. Mejor olvidar, olvidar todo. Como hacen los poetas o los idiotas. De lo contrario se corre el riesgo que las embarren, que les hagan homenajes, que bauticen salas de la casa de gobierno con sus nombres. Lo ensucian todo, con perversidad, con ignorancia, con una malicia enquistada.
Mientras camino pienso en los textos de Berger, en los cuentos de Emilia Pardo Bazán (la mejor cuentista de España del siglo XIX), en unos escritos de Michel Houellebecq, en la pintura de Giotto, en la poesÃa de Enrique Banchs. Intento recordar imágenes, intento planificar ciertas clases, descubrir lo bello y lo crÃtico en autores que nos intranquilizan, independientemente a veces de su trascendencia.
Ahora estoy mirando un cartel en la esquina de Lima y Moreno. Pienso en la estupidez: siento que flota. Flota entre estudiantes, profesionales, docentes, polÃticos, intelectuales. Esta en el aire, se la respira; intoxica. Por momentos creo que la estupidez es una adicción. Se necesita de ella para mantener matrimonios, intendentes, fútbol, crucigramas, administrativos, funcionarios. Se mantienen banderas, se cantan himnos, se juegan mundiales.
Estoy releyendo Sobre lo espiritual en el arte de Vassily Kandinsky. Hay cosas que veo por primera vez, otras que sigo sin compartir. Pero qué interesante es ese mundo que propone. DÃas atrás una alumna me alcanzó un texto sobre Mahler, su vinculación con Freud. Pude hablarle de Mann y de Muerte en Venecia, de la SinfonÃa N 1. Entonces vino el nombre de Celan. Y otra vez nuestra poética, los cambios en ese poeta enorme que es Girondo, la mirada de Juan Ramón, la prosa de Sarmiento. Y los cuentos de Lugones, naturalmente.
Recuerdo, mientras observo la vidriera de una librerÃa, a Peter Handke, entre otras cosas guionista de Win Wenders, que refleja en su obra la angustia de la soledad y de la incomunicación. Ahora estoy parado frente a una disquerÃa. Escucho la música de Gershwin, siempre me maravilló. Tengo en mi casa una bellÃsima versión de sus temas interpretados por Chick Corea. Pienso que siempre hay un cierto grado de complacencia cuando se acepta escribir de uno, una razón y un olvido para que el azar sea presentado como necesidad. Cuando se habla de los otros se habla de sà mismo. “La indigestión es la encargada de predicar la moral al estómago”, decÃa VÃctor Hugo. Todo poeta es un ser desplazado sobre todo si su origen es humilde o campesino. La estupidez insiste siempre, escribió Camus. ¿Por qué me vienen estas citas a la memoria? ¿Tal vez sea la manera de pensar y de incorporar aquello que sentimos? “Un hogar sin libros es como un cuerpo sin alma”, señaló Cicerón. Me distrae el invierno, el sol, las mujeres hermosas. Buenos Aires tiene mujeres fascinantes. En Praga también observé hembras bellÃsimas. “Las mujeres demasiado bellas sorprenden menos al segundo dÃa” me susurra al oÃdo Stendhal. Lo miro con afecto a mi viejo amigo y le digo: “Tal vez tengas razón, pero una mujer hermosa es bella siempre, aunque al segundo dÃa se nos presente el tedio.” No es buena la situación polÃtica y social, definitivamente es difÃcil. Hoy más que nunca recuerdo aquellas palabras de Simón BolÃvar: “Aborrezco a las deudas más que a los españoles.” BolÃvar junto con Artigas fueron tal vez los hombres más visionarios de nuestra América. No sólo eran cultos, además escribÃan admirablemente bien. “Cuando alguien pone el dedo en la llaga, sólo los necios piensan que lo importante es el dedo” leà de joven en Confucio y me quedó grabado para siempre.
Sigo caminando mientras pienso que el poeta lleva en sà una sutil predisposición a los matices, una helénica sospecha de que los contrarios suelen estar muy cerca del espejo. El libro de poemas ya sigue su camino. Es, aunque muchos no lleguen a entenderlo, un homenaje al niño que fui, a Carloncho, el hijo de don Manuel y doña MarÃa Manuela. Estuve en el acto que se realizó al hombre más Ãntegro que dio este paÃs. Si, querido lector, me refiero al Dr. Esteban Laureano Maradona. Un ser abnegado, un hombre puro. Para mi es un asombro de solidaridad, un legado humanitario único. Me emocionaron chaqueños, formoseños, paraguayos. Seres humildes, abiertos de corazón. Estoy llegando a mi casa. Hace frÃo, hay poco gente en la calle. Es bueno ver la ciudad sin gente.
Carlos Penelas
Buenos Aires, julio de 2011