Pienso en los sentimientos, pienso en el destino
y en los recuerdos. En el perfil desnudo de una
mujer amada y olvidada. También en la crueldad
del mundo, en el deseo y en la muchedumbre.
En la venganza, en el odio, en la rosa azul de Novalis.
La palabra es vanidosa y nos engaña.
La belleza nos engaña como un puñal o un sueño
que no sabremos de él al despertar. La vida
es esta celebración de mitos y rutinas
que nos forjan una patria o un milagro
de muerte y resurrección. Las catedrales
llevan el horror del oro y la tortura en sus cálices.
Igual que los palacios, los ghettos o los tronos.
La fe o la teología del dolor nos hablarán
de pecado, de infiernos, de traiciones.
De la herejía de un astrónomo toscano,
de mártires, de un paraíso indefinido,
de Eva o de los dominicos. De agonías y láminas.
(También El Jardín de Epicuro reflejará tu tiempo).
Políticos y profetas nos convocan sin piedad
a rezar en diversas lenguas por un universo
que nos es ajeno y miserable. La soberbia
nos conduce a mármoles y laureles absurdos.
Y somos fieles creyentes del más allá,
somos creyentes de liturgias, de sacerdotes, de textos.
Todo esto es parte de apacibles oficiantes, del engaño.
Los ejércitos, los banqueros y los magistrados harán el resto.
La corona de espinas, la silla gestatoria
o los sucesivos césares son anécdotas para la plebe.
La vida, amigos, cobija una inutilidad que espanta.
Carlos Penelas
Buenos Aires, septiembre de 2011
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