One short sleepe past, wee wake eternally,
And death shall be no more; death, thou shalt die.
John Donne
Ahora eres una brisa que acomoda mis cabellos,
un huérfano que siente que lo escucha el silencio.
Cuando abras los ojos,
quizá me veas en esa oscuridad, esa tierra de lluvias.
Me sobran, padre, el aire y la luz.
Voy descubriendo –de brazada en brazada-
orillas y memorias.
No he venido para hablarte de mÃ.
Mi deseo es que tu muerte no se olvide en la aldea.
(Tal vez puedas oÃrme, tal vez tu mano llegue
a acariciar mi frente como cuando era niño).
Después de muchos años, ya no vengo a llorarte.
Me he ido acostumbrando a caminar
por barrios de la infancia, por calles derrumbadas.
Recuerdo tu sombrero,
y mi mano apretada en la tuya.
Por aquel tiempo me hablabas de huelgas
y veÃa tu boina, el poncho de vicuña, el Smith&Wesson.
Ahora
soy un hombre que fuma en pipa y evoca tus palabras
al recorrer espejos en cada habitación.
Quiero decirte: me acostumbré a hablarte,
a llevarte velado por los sueños, a conversar secretos.
(Te pido que lo calles; hay celos y envidias que dan pena).
Ya sin casa ni humedad ni garganta
amaneces en este nuevo el tiempo. Parece mentira, lo parece.
Reafirmo tu legado: una biblioteca, una conducta,
la voluntad del solitario, la mirada de ojos claros,
un puño golpeando las mesas y las puertas.
Y una rosa roja en la barca. Nada más.
Confieso, padre, que ahora me enseñas otro mundo.
Atesoro silencio y lo comprendo.
Hablo de ti a mis hijos, en esta soledad desmemoriada.
Descubro otros pájaros, otras bellas imágenes,
una noche de invierno desde un muelle desvencijado.
Descubro en todo esto la rareza de todo.
Ahora
vuelvo a oÃrte en este banco de plaza,
entre el sol del verano,
mujeres y camelias,
bajo estos árboles que resucitan el verdor.
Y miro.
Carlos Penelas
Buenos Aires, enero de 2012