Cuando nuestra ciudad, en 1967, conmemoraba cien años de vida, en una audiencia televisiva organizada por la Biblioteca "Bernardino Rivadavia" y sus anexos,en el recordado "Canal 2", se leyó una producción de la prestigiosa escritora Victoria Ocampo, nieta de quien fuera el dueño de estastierras en las que mandó erigir Villa MarÃa. Mediante este escrito, publicado en uno de los tomos del "Plan de desarrollo de la ciudad de Villa MarÃa" (1967), accedemos a una imagen familiar del terrateniente y visionario Manuel Anselmo Ocampo.
Manuel Anselmo Ocampo, “Papocampo”, con su nieta y autora de estas palabras, Victoria Ocampo. La escritora en la época que tuvo lugar la evocación
Recuerdo a Manuel Anselmo Ocampo -a quien me piden que recuerde con motivo del centenario de Villa MarÃa, por él fundada el 27 de setiembre de 1867-no tanto en los últimos años de su vida como en la épocaun poco posterior a la de la fotografÃa en que está sentado en el patio de estancia, La Rabona, con una de sus nietas. Lo vemos en esa foto llevando un traje claro que habla de verano, unas botas oscuras adecuadas a sus trabajos campestres. Su barba blanca y cuidada, su pelo gris aún son los de aquel don Manuel, como lo llamaban los peones,que para mà era papá Manuel, mientras que para otros nieto será Papocampo, y hasta Pacopanco en boca de uno que se hacÃa lÃo con esas sÃlabas. El don Manuel de los peones partÃa de madrugada a vigilar las tareas rurales y volvÃa, cuando apretaba el calor,a tomar unos mates. La chica de la foto, recostada contra él -yo-parece hija de un puestero y seguramente sus manos debÃan de guardarel rastro de la tierra fértil del partido de Pergamino. Ahà habÃa sembrando él mares de lino, de alfalfa, de maÃz.Y también árboles para dar sombra y verduras para que las comieran frescas sus hijos y los hijos de sus hijos.
Truenos en la llanura
La chica del retrato le tenÃa un poco de miedo, como a las tormentas súbitas que ennegrecÃan el horizonte. La inmensa llanura les prestaba un marco de grandeza adecuado, y los truenos retumbaban en ella con más solemnidad. El poco de miedo de la chica no era porque a ella la retara el abuelo. Jamás lo hizo en esas temporadas que pasaban juntos,primero en San Miguel, después -cuando se dividió la estancia entre dos hermanos- en La Rabona. Pero papá Manuel era un señor propenso a erupciones volcánicas de la palabra. La chica se extrañaba de que protestara porque no llovÃa, y a poco andar porque llovÃa demasiado. Nunca parecÃa estar conforme con el estado del tiempo y con los pronósticos de su servicio meteorológico privado(algunos puesteros de La Rabona con antenas especiales para captar los anuncios de temporales o chaparrones). A don Manuel le molestaba la conducta caprichosa de un cielo del que era vÃctima inerme.
En la época de la esquila, nos dejaba entrar en algún galpón lleno de tijeras bien manejadas, de carneros y ovejas quejumbrosos. Entre balidos y lana polvorienta por fuera, limpia y tibia por dentro, que caÃaal suelo como desnudando al animal, nos parábamos, fascinadas por el espectáculo. El lo contemplaba con no menos interés, pero seguramente de otra especie.
HabÃa plantado, cerca de la casa, en La Rabona, además de los consabidos eucaliptos, una avenida de casuarinas. Las casuarinas australianas, asà llamadas por el parecido de sus ramas en floración con las plumas del casoar (ñandú de Australia) tiene una particularidad.El viento gime al pasar por su ramaje, con la monotonÃa melancólica del mar sobre las playas. Mi madre le preguntó un dÃa a su suegro: "DÃgame, don Manuel (ella y todas las nueras los llamaban asÃ, como los peones. La gente de aquella época no era confianzudacomo la de ahora y el respeto por las canas se usaba)… dÃgame, don Manuel, ¿por qué planta árboles tan tristes? El contestó:"Porque se parecen a mÃ".
¿Aqué responderÃa la tristeza de Manuel Anselmo? Su mujer, Angélica, una de las beldades de su tiempo, era no sólo linda,sino bondadosa e irradiaba serenidad, cosa que él no conocÃa ni de nombre. TenÃan nueve hijos (tres mujeres y seis varones).Claro que todos ellos no fueron igualmente aptos para alegrarle la vida.Pero cualquier hombre que se atreve a tener nueve hijos, corre ese peligro.Para el siglo victoriano no era tampoco un número exagerado.
Visitas a los abuelos
El fÃsicode Manuel Anselmo llamaba la atención, tanto como el de su Angélica.Miguel Angel lo hubiera tomado de modelo para la Capilla Sixtina. Los nietos se le multiplicaban como los eucaliptos y las casuarinas. Su hija mayor,MarÃa Luisa (a la que debe su nombre esta Villa MarÃa de Córdoba), vivió siempre a su lado, junto con Diógenes Urquiza, con quien se casó. En los patios de la calle Lavalle 777 (hoy cine Ambassador) no sólo florecÃan magnolias. ReÃan muchachos y muchachas que daba gusto mirar. Eramos un clan. De acuerdo con las edades, y por grupos, nos presentábamos en dÃas fijosa comer con nuestros abuelos. Docenas de caras frescas jabonadas y alegresiban a besar semanalmente a Manuel Anselmo. "Vayan a saludar a su Papocampo",decÃa mamá Angélica en cuanto llegábamos.
No cabe duda de que la vida no le mezquinó nada. Tampoco él fue avarocon ella. Y soy testigo de que le dio el sudor de su frente. Lo veo llegar, acalorado de sus tareas mañaneras, en la estancia, secándosela frente con un pañuelo que parecÃa una servilleta de gran tamaño. Lo oigo preguntarle a Evaristo por la bolsa de galletas,y a Abraham por los choclos; ahà estaban en una canasta, mostrándola chala rubia, porque él los abrÃa para comprobar si erantiernos. Veo el gesto de la mano que le tendÃa un mate, con su bombilla de plata reluciente, y la otra mano, ya marcada con las pecas de la vejez, que le tomaba.
Al final de su vida estaba francamente neurasténico (asà se llamaba a su estado de angustia entonces). Se quejaba continuamente de insomnio,terrible suplicio para quien lo padece. Mi abuela contaba, medio riendo,diálogos nocturnos de cuarto a cuarto:
-¡Angélica! No puedo dormir.
-Eso es natural a nuestra edad, Manuel. El insomnio es cosa de viejos.
-Entonces me embromaré, caray.
Eso iba dicho con términos más contundentes. SolÃa usarlos.
Un recuerdo final
Cuando por fin se durmió, después de tanto no poder dormir, éramos numerosos los descendientes de Manuel Anselmo que lo velábamos.HabÃa pertenecido al partido radical (de los comienzos) y murió durante un gobierno radical. El presidente llegó a Lavalle 777 apoco de morir mi abuelo. Alguien dijo: "Ahà está don Hipólito. Vayan a recibirlo". Manuel Anselmo estaba ya acostado en el cajón.Pero yo no lo recuerdo muerto, sino en los años en que me parecÃaun señor todopoderoso, dueño de muchos carneros y que ponÃa dos a nuestra disposición, atados a un cochecito. Lo recuerdo sentado en un sillón de mimbre como en un trono. Recuerdo su voz que llamaba a Abraham y preguntaba por los duraznos y los pelones amarillos que tanto me gustaban, mientras se asomaba al patio recalentado por el sol una diosa vestida de brin blanco (mi tÃa Isabel, recién casada y digna de ser comparada con cualquier Elizabeth Taylor de Hollywood).
La diosa se atrevÃa a decir: "Don Manuel, vaya a descansar a su cuarto, esepatio es una hoguera a esta hora". A mà no me incomodaba el sol y me interesaban las indagaciones sobre la fruta. Y don Manuel parecÃa tan resistente a los rayos solares como yo.
Durante una temporada se le ocurrió llevarnos, en tren naturalmente, hasta Rosario.Acontecimiento memorable para nosotros. Nos acompañaban mi madre y la diosa vestida de brin blanco. Supongo que algún rosarino vio pasar, con cierta curiosidad, a esa pareja de mujeres lindas junto a lasque marchaba un hombre de barba blanca y nariz aguileña, imponente,imperioso, como ave de presa… pero nada temible para quienes lo conocÃan bien. Asà recuerdo a don Manuel Anselmo, nuestro Papocampo.
Victoria Ocampo
Buenos Aires, 1967
Manuel Anselmo Ocampo, “Papocampo”, con su nieta y autora de estas palabras, Victoria Ocampo. La escritora en la época que tuvo lugar la evocación
Recuerdo a Manuel Anselmo Ocampo -a quien me piden que recuerde con motivo del centenario de Villa MarÃa, por él fundada el 27 de setiembre de 1867-no tanto en los últimos años de su vida como en la épocaun poco posterior a la de la fotografÃa en que está sentado en el patio de estancia, La Rabona, con una de sus nietas. Lo vemos en esa foto llevando un traje claro que habla de verano, unas botas oscuras adecuadas a sus trabajos campestres. Su barba blanca y cuidada, su pelo gris aún son los de aquel don Manuel, como lo llamaban los peones,que para mà era papá Manuel, mientras que para otros nieto será Papocampo, y hasta Pacopanco en boca de uno que se hacÃa lÃo con esas sÃlabas. El don Manuel de los peones partÃa de madrugada a vigilar las tareas rurales y volvÃa, cuando apretaba el calor,a tomar unos mates. La chica de la foto, recostada contra él -yo-parece hija de un puestero y seguramente sus manos debÃan de guardarel rastro de la tierra fértil del partido de Pergamino. Ahà habÃa sembrando él mares de lino, de alfalfa, de maÃz.Y también árboles para dar sombra y verduras para que las comieran frescas sus hijos y los hijos de sus hijos.
Truenos en la llanura
La chica del retrato le tenÃa un poco de miedo, como a las tormentas súbitas que ennegrecÃan el horizonte. La inmensa llanura les prestaba un marco de grandeza adecuado, y los truenos retumbaban en ella con más solemnidad. El poco de miedo de la chica no era porque a ella la retara el abuelo. Jamás lo hizo en esas temporadas que pasaban juntos,primero en San Miguel, después -cuando se dividió la estancia entre dos hermanos- en La Rabona. Pero papá Manuel era un señor propenso a erupciones volcánicas de la palabra. La chica se extrañaba de que protestara porque no llovÃa, y a poco andar porque llovÃa demasiado. Nunca parecÃa estar conforme con el estado del tiempo y con los pronósticos de su servicio meteorológico privado(algunos puesteros de La Rabona con antenas especiales para captar los anuncios de temporales o chaparrones). A don Manuel le molestaba la conducta caprichosa de un cielo del que era vÃctima inerme.
En la época de la esquila, nos dejaba entrar en algún galpón lleno de tijeras bien manejadas, de carneros y ovejas quejumbrosos. Entre balidos y lana polvorienta por fuera, limpia y tibia por dentro, que caÃaal suelo como desnudando al animal, nos parábamos, fascinadas por el espectáculo. El lo contemplaba con no menos interés, pero seguramente de otra especie.
HabÃa plantado, cerca de la casa, en La Rabona, además de los consabidos eucaliptos, una avenida de casuarinas. Las casuarinas australianas, asà llamadas por el parecido de sus ramas en floración con las plumas del casoar (ñandú de Australia) tiene una particularidad.El viento gime al pasar por su ramaje, con la monotonÃa melancólica del mar sobre las playas. Mi madre le preguntó un dÃa a su suegro: "DÃgame, don Manuel (ella y todas las nueras los llamaban asÃ, como los peones. La gente de aquella época no era confianzudacomo la de ahora y el respeto por las canas se usaba)… dÃgame, don Manuel, ¿por qué planta árboles tan tristes? El contestó:"Porque se parecen a mÃ".
¿Aqué responderÃa la tristeza de Manuel Anselmo? Su mujer, Angélica, una de las beldades de su tiempo, era no sólo linda,sino bondadosa e irradiaba serenidad, cosa que él no conocÃa ni de nombre. TenÃan nueve hijos (tres mujeres y seis varones).Claro que todos ellos no fueron igualmente aptos para alegrarle la vida.Pero cualquier hombre que se atreve a tener nueve hijos, corre ese peligro.Para el siglo victoriano no era tampoco un número exagerado.
Visitas a los abuelos
El fÃsicode Manuel Anselmo llamaba la atención, tanto como el de su Angélica.Miguel Angel lo hubiera tomado de modelo para la Capilla Sixtina. Los nietos se le multiplicaban como los eucaliptos y las casuarinas. Su hija mayor,MarÃa Luisa (a la que debe su nombre esta Villa MarÃa de Córdoba), vivió siempre a su lado, junto con Diógenes Urquiza, con quien se casó. En los patios de la calle Lavalle 777 (hoy cine Ambassador) no sólo florecÃan magnolias. ReÃan muchachos y muchachas que daba gusto mirar. Eramos un clan. De acuerdo con las edades, y por grupos, nos presentábamos en dÃas fijosa comer con nuestros abuelos. Docenas de caras frescas jabonadas y alegresiban a besar semanalmente a Manuel Anselmo. "Vayan a saludar a su Papocampo",decÃa mamá Angélica en cuanto llegábamos.
No cabe duda de que la vida no le mezquinó nada. Tampoco él fue avarocon ella. Y soy testigo de que le dio el sudor de su frente. Lo veo llegar, acalorado de sus tareas mañaneras, en la estancia, secándosela frente con un pañuelo que parecÃa una servilleta de gran tamaño. Lo oigo preguntarle a Evaristo por la bolsa de galletas,y a Abraham por los choclos; ahà estaban en una canasta, mostrándola chala rubia, porque él los abrÃa para comprobar si erantiernos. Veo el gesto de la mano que le tendÃa un mate, con su bombilla de plata reluciente, y la otra mano, ya marcada con las pecas de la vejez, que le tomaba.
Al final de su vida estaba francamente neurasténico (asà se llamaba a su estado de angustia entonces). Se quejaba continuamente de insomnio,terrible suplicio para quien lo padece. Mi abuela contaba, medio riendo,diálogos nocturnos de cuarto a cuarto:
-¡Angélica! No puedo dormir.
-Eso es natural a nuestra edad, Manuel. El insomnio es cosa de viejos.
-Entonces me embromaré, caray.
Eso iba dicho con términos más contundentes. SolÃa usarlos.
Un recuerdo final
Cuando por fin se durmió, después de tanto no poder dormir, éramos numerosos los descendientes de Manuel Anselmo que lo velábamos.HabÃa pertenecido al partido radical (de los comienzos) y murió durante un gobierno radical. El presidente llegó a Lavalle 777 apoco de morir mi abuelo. Alguien dijo: "Ahà está don Hipólito. Vayan a recibirlo". Manuel Anselmo estaba ya acostado en el cajón.Pero yo no lo recuerdo muerto, sino en los años en que me parecÃaun señor todopoderoso, dueño de muchos carneros y que ponÃa dos a nuestra disposición, atados a un cochecito. Lo recuerdo sentado en un sillón de mimbre como en un trono. Recuerdo su voz que llamaba a Abraham y preguntaba por los duraznos y los pelones amarillos que tanto me gustaban, mientras se asomaba al patio recalentado por el sol una diosa vestida de brin blanco (mi tÃa Isabel, recién casada y digna de ser comparada con cualquier Elizabeth Taylor de Hollywood).
La diosa se atrevÃa a decir: "Don Manuel, vaya a descansar a su cuarto, esepatio es una hoguera a esta hora". A mà no me incomodaba el sol y me interesaban las indagaciones sobre la fruta. Y don Manuel parecÃa tan resistente a los rayos solares como yo.
Durante una temporada se le ocurrió llevarnos, en tren naturalmente, hasta Rosario.Acontecimiento memorable para nosotros. Nos acompañaban mi madre y la diosa vestida de brin blanco. Supongo que algún rosarino vio pasar, con cierta curiosidad, a esa pareja de mujeres lindas junto a lasque marchaba un hombre de barba blanca y nariz aguileña, imponente,imperioso, como ave de presa… pero nada temible para quienes lo conocÃan bien. Asà recuerdo a don Manuel Anselmo, nuestro Papocampo.
Victoria Ocampo
Buenos Aires, 1967
Fuente: El diario del Centro del PaÃs, noviembre de 2006
Carlos Penelas en La Rabona
Este fin de semana el poeta estará participará de la Fiesta Nacional de PoesÃa en homenaje a Silvina y Victoria Ocampo. El acto se realizará el sábado 21 de septiembre en la estancia La Rabona, Manuel Ocampo, Pergamino.
viernes, septiembre 20, 2013
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El sábado se realizará la primera Fiesta Nacional de la PoesÃa “Silvina y Victoria Ocampo”, en Manuel Ocampo.
El taller literario Florilegio de la Biblioteca Pública Almafuerte, que se encuentra organizando el evento, informó que no hay más cupos. Por lo tanto, todos aquellos que deseen asistir como espectadores podrán hacerlo por la tarde, desde las 15:30, en la estancia La Rabona. (En caso de lluvia, en el Club 9 de Julio).
El programa previsto es el siguiente: a las 9:30 acreditaciones; apertura; primera ronda de poesÃas; palabras de la escritora Estela Torres Erill sobre Silvina y Victoria Ocampo; taller a cargo de Piero de Vicari; un momento musical por Georgina y Joel y almuerzo.
Por la tarde en estancia La Rabona: palabras del poeta, escritor y ensayista Carlos Penelas sobre la obra de Silvina y Victoria Ocampo, su significado en la literatura argentina, su trascendencia como asimismo la valoración poética y la fidelidad a un humanismo casi único en la historia de nuestra cultura; palabras a los poetas fallecidos Ricardo Piraccini y Rafael Oliver; segunda ronda de poesÃas; distinción a los poetas Edna Pozzi y Angel Lapolla; un espacio para crear; entre la tierra y el cielo; participación de la Peña Fotográfica Pergamino; entrega de certificados; refrigerio y despedida.
El evento cuenta con el apoyo del Fondo de Promoción Cultural y Preservación del Patrimonio de los Pueblos.
La Opinion de Pergamino
El taller literario Florilegio de la Biblioteca Pública Almafuerte, que se encuentra organizando el evento, informó que no hay más cupos. Por lo tanto, todos aquellos que deseen asistir como espectadores podrán hacerlo por la tarde, desde las 15:30, en la estancia La Rabona. (En caso de lluvia, en el Club 9 de Julio).
El programa previsto es el siguiente: a las 9:30 acreditaciones; apertura; primera ronda de poesÃas; palabras de la escritora Estela Torres Erill sobre Silvina y Victoria Ocampo; taller a cargo de Piero de Vicari; un momento musical por Georgina y Joel y almuerzo.
Por la tarde en estancia La Rabona: palabras del poeta, escritor y ensayista Carlos Penelas sobre la obra de Silvina y Victoria Ocampo, su significado en la literatura argentina, su trascendencia como asimismo la valoración poética y la fidelidad a un humanismo casi único en la historia de nuestra cultura; palabras a los poetas fallecidos Ricardo Piraccini y Rafael Oliver; segunda ronda de poesÃas; distinción a los poetas Edna Pozzi y Angel Lapolla; un espacio para crear; entre la tierra y el cielo; participación de la Peña Fotográfica Pergamino; entrega de certificados; refrigerio y despedida.
El evento cuenta con el apoyo del Fondo de Promoción Cultural y Preservación del Patrimonio de los Pueblos.
La Opinion de Pergamino
viernes, septiembre 20, 2013
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El artÃculo "Una sociedad sin Favaloro" fue publicado en la última edición del "Diario del Viajero".
jueves, septiembre 19, 2013
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Carlos Penelas
Editorial Dunken, Buenos Aires, 2012
Carlos Penelas es –probablemente– poeta desde siempre, aunque sus primeros trabajos publicados se registren en la convulsionada década del 70. Nació en una familia de inmigrantes gallegos ligada a varias disciplinas del arte: el teatro, el cine, la plástica y la literatura. Fue imposible para el poeta estar ajeno a ese mundo. Su formación en el Normal Mariano Acosta y el profesorado en Letras completaron la tarea. Y el poeta y dibujante se largó a la aventura de imaginar y crear. Buena parte de sus trabajos estuvieron signados por el amor, sus desventuras, las perplejidades del alma, su férreo compromiso anarquista y la memoria que describe geografÃas, siluetas pasionales y dolorosos exilios. El camino al que se lanzó Penelas en su temprana edad no tiene retorno. Es como su poesÃa, no tiene medias tintas. Ahora nos regala la sensualidad de Poemas de Trieste. Aquà aparece –con fuerza exacta– la ética de la memoria, una memoria totalizadora, no fragmentada. Dolorosa pero a la vez esperanzada. Dicen que la de Penelas es una poética del iceberg. Entonces quiere decir que hay otra poética, sumergida, profunda. Una poética que el prolÃfero autor nos conmina a descubrir. En eso estamos. Convengamos que Penelas nos allana la tarea con su claro estilo... a flor de piel.
Editorial Dunken, Buenos Aires, 2012
Carlos Penelas es –probablemente– poeta desde siempre, aunque sus primeros trabajos publicados se registren en la convulsionada década del 70. Nació en una familia de inmigrantes gallegos ligada a varias disciplinas del arte: el teatro, el cine, la plástica y la literatura. Fue imposible para el poeta estar ajeno a ese mundo. Su formación en el Normal Mariano Acosta y el profesorado en Letras completaron la tarea. Y el poeta y dibujante se largó a la aventura de imaginar y crear. Buena parte de sus trabajos estuvieron signados por el amor, sus desventuras, las perplejidades del alma, su férreo compromiso anarquista y la memoria que describe geografÃas, siluetas pasionales y dolorosos exilios. El camino al que se lanzó Penelas en su temprana edad no tiene retorno. Es como su poesÃa, no tiene medias tintas. Ahora nos regala la sensualidad de Poemas de Trieste. Aquà aparece –con fuerza exacta– la ética de la memoria, una memoria totalizadora, no fragmentada. Dolorosa pero a la vez esperanzada. Dicen que la de Penelas es una poética del iceberg. Entonces quiere decir que hay otra poética, sumergida, profunda. Una poética que el prolÃfero autor nos conmina a descubrir. En eso estamos. Convengamos que Penelas nos allana la tarea con su claro estilo... a flor de piel.
Leonardo Busquet
Periódico "Desde Boedo", agosto 2013
Periódico "Desde Boedo", agosto 2013
domingo, septiembre 15, 2013
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Carlos Penelas participará de la Fiesta Nacional de PoesÃa en homenaje a Silvina y Victoria Ocampo. El acto se realizará el sábado 21 de septiembre en la estancia La Rabona, Manuel Ocampo, Pergamino. Organiza el Taller Literario Florilegio de la B.P. Almafuerte, coordina Marta Susana Siciliano.
El poeta, en la oportunidad, hablará de las hermanas Ocampo, su significado en la literatura argentina, su trascendencia como asimismo la valoración poética y la fidelidad a un humanismo casi único en la historia de nuestra cultura.
Tanto Silvina como Victoria Ocampo forman parte de las figuras que más han contribuido a erradicar el provincianismo de la cultura argentina durante el siglo XX.
Tanto Silvina como Victoria Ocampo forman parte de las figuras que más han contribuido a erradicar el provincianismo de la cultura argentina durante el siglo XX.
miércoles, septiembre 11, 2013
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Poemas de Trieste, de Carlos Penelas
(Editorial Dunken, Buenos Aires, 2013, 88 páginas)
La tapa del libro aporta una bella fotografÃa del mar Adriático, que baña las costas de Trieste y constituye uno de los puntales de su belleza natural. Hay en el autor (que también es responsable de esa fotografÃa) un sentido canto de amor y veneración por esta legendaria ciudad que albergó a genios de la talla de Joyce y Rilke, y que es cuna de eximios artistas y escritores. Penelas la evoca como si se tratara de una amante bella y soñadora: “He descubierto, sin saberlo, una aguda y honda /pureza en estas columnas, en estas calles, /en estas terrazas de ociosos latidos”; “A veces dudo si Trieste no fue un espejismo, /una precaria gloria de la felicidad”.
La mujer siempre fue en la obra del poeta un ser sublimado que convoca toda la belleza del mundo. Y en el poemario no cesa de alabarla y cantar sus dones fÃsicos y su esencial espiritualidad, excelsa representación del amor: “Después de estar desnuda, invisible, /secreta de jardines y desvÃos”; “un pez transparente entre las ondas, /pubis bellÃsimo sobre la soledad del lecho /mirada abisal del mundo, /apenas una ingenua ansiedad de los ojos”.
Poemas de Trieste puede gozarse, además, como un paseo literario en el cual se nombran a grandes escritores de todos los tiempos: Umberto Saba, Claudio Magris, Leopardi, Tolstoi, Svevo, Montale, Giorgio Bassani, y muchÃsimos otros.
Otro pilar del libro son sus restallantes imágenes, que también configuran una de las marcas de fábrica del autor: “Por eso evoco los astros en el reverso de la noche /cuando un caballo marino recorre las estrellas”.
En el magistral prólogo de Alejandro Drewes –que desborda sabidurÃa literaria- éste sostiene que estos poemas “son entonces, ante todo y como obra de plena madurez del poeta, una gran metáfora del viaje como iniciación” (…) “Una etapa del camino donde, sin renunciar a los motivos de la iconografÃa poética, el poeta los transforma y resignifica y les da un sentido de unidad, en una obra poética con aspectos de diario de viaje...” (…) que “precisa asimismo del otro viaje que se ha hecho mucho antes por los libros amados”.
Poemas de Trieste es un tÃtulo que deberÃa formar parte de las librerÃas y bibliotecas de esa ciudad, como testimonio fiel de su magnificencia y esplendor artÃstico.
Germán Cáceres
Publicado en Biblioteca Carlos Sánchez Viamonte
(Editorial Dunken, Buenos Aires, 2013, 88 páginas)
La tapa del libro aporta una bella fotografÃa del mar Adriático, que baña las costas de Trieste y constituye uno de los puntales de su belleza natural. Hay en el autor (que también es responsable de esa fotografÃa) un sentido canto de amor y veneración por esta legendaria ciudad que albergó a genios de la talla de Joyce y Rilke, y que es cuna de eximios artistas y escritores. Penelas la evoca como si se tratara de una amante bella y soñadora: “He descubierto, sin saberlo, una aguda y honda /pureza en estas columnas, en estas calles, /en estas terrazas de ociosos latidos”; “A veces dudo si Trieste no fue un espejismo, /una precaria gloria de la felicidad”.
La mujer siempre fue en la obra del poeta un ser sublimado que convoca toda la belleza del mundo. Y en el poemario no cesa de alabarla y cantar sus dones fÃsicos y su esencial espiritualidad, excelsa representación del amor: “Después de estar desnuda, invisible, /secreta de jardines y desvÃos”; “un pez transparente entre las ondas, /pubis bellÃsimo sobre la soledad del lecho /mirada abisal del mundo, /apenas una ingenua ansiedad de los ojos”.
Poemas de Trieste puede gozarse, además, como un paseo literario en el cual se nombran a grandes escritores de todos los tiempos: Umberto Saba, Claudio Magris, Leopardi, Tolstoi, Svevo, Montale, Giorgio Bassani, y muchÃsimos otros.
Otro pilar del libro son sus restallantes imágenes, que también configuran una de las marcas de fábrica del autor: “Por eso evoco los astros en el reverso de la noche /cuando un caballo marino recorre las estrellas”.
En el magistral prólogo de Alejandro Drewes –que desborda sabidurÃa literaria- éste sostiene que estos poemas “son entonces, ante todo y como obra de plena madurez del poeta, una gran metáfora del viaje como iniciación” (…) “Una etapa del camino donde, sin renunciar a los motivos de la iconografÃa poética, el poeta los transforma y resignifica y les da un sentido de unidad, en una obra poética con aspectos de diario de viaje...” (…) que “precisa asimismo del otro viaje que se ha hecho mucho antes por los libros amados”.
Poemas de Trieste es un tÃtulo que deberÃa formar parte de las librerÃas y bibliotecas de esa ciudad, como testimonio fiel de su magnificencia y esplendor artÃstico.
Germán Cáceres
Publicado en Biblioteca Carlos Sánchez Viamonte
lunes, septiembre 02, 2013
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