Homenaje a Vermeer
Buenos Aires, 2015
Editorial Dunken
Ilustración de Juan Manuel Sánchez
Contratapa de Eugenia Limeses
Poesía
Una rosa roja para John Dowland
La nostalgia quiso que evocara a Ovidio,
que la melancolía petrarquista no fuera ilusoria.
La melancolía como ejercicio de retórica.
Como rumor de sueño o elegía inmóvil
flanqueado por casas del siglos XVII
en el canal de Nyhavn.
Huye el día y el ruiseñor dice come again.
(Lo escuché junto a mi amada
en la dicha y la ansiedad del ocio).
Con los ojos cerrados escuché
el vuelo de Sting y Edin Karamazov,
la lluvia, los pastores en Barbara Bonney.
Giovanni Bellucci, Larisa Ezhelenko, Willian Ferguson.
Y las moradas de la hierba o las frías arenas
en los hados del Collegium Vocale Bydgoszcz.
Luego me pregunté que sombras celtas
hacen el milagro del instante.
Y por qué la imagen de Vermeer atestiguaba
la luz, el laúd, el espejo, la duda.
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La casa de Piñeiro
Ahora los cuartos están vacíos.
Y la parra hace tiempo que desapareció.
Sin embargo aún escucho sus risas,
el olor de los platos, el ladrido del perro,
las canciones de la aldea.
Es incierto el rostro de mi tía,
la mirada se nubla en los retratos.
Se presienten primos, novias, vecinos.
Las voces, la bendición de los abuelos.
Estoy de pie frente a una casa.
Soy un hombre duplicado, un solitario
que anhela la transfiguración y su morada.
Como un extraño designio de la vida.
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Navalafuente
Ahora los cuartos están vacíos.
Y la parra hace tiempo que desapareció.
Sin embargo aún escucho sus risas,
el olor de los platos, el ladrido del perro,
las canciones de la aldea.
Es incierto el rostro de mi tía,
la mirada se nubla en los retratos.
Se presienten primos, novias, vecinos.
Las voces, la bendición de los abuelos.
Estoy de pie frente a una casa.
Soy un hombre duplicado, un solitario
que anhela la transfiguración y su morada.
Como un extraño designio de la vida.
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Navalafuente
Voy surcando la sierra. Y llamo.
Desde el mirar llamo sobre el sol y la tarde
despejando las hojas del sendero, la morada
que busca indagar el tiempo en una acequia.
El pueblo es vaporoso y estoy solo.
(La amada agita su cabellera
y recoge el aire entre tanta dispersión).
Siento la tierra, las vacas, el cencerro.
Siento las huertas, el trabajo campesino.
Y unas flores silvestres.
Por las noches recorro otro sendero:
las estrellas, la lengua áspera del viento,
la distancia de una patria despojada.
Junto a mi una perra de rastro olfatea la vida.
Junto a mi una travesía, unas muchachas cálidas,
una abuela laboriosa, una cesta de frutas,
un hombre y una mujer en su destino.
La vida pasa entre encinas o pájaros,
pasa por una ventana con luna y gallos y arboleda.
En ésta nube, en éste olor a pan, en éstas setas.
El humo de mi pipa mece olvido.
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Canción
Sobre la noche la imagen movediza
y lejana del verano
en la palabra de la amada, solitaria.
Sobre la noche la luz.
Y más allá el silencio del día
la ausencia que despide y acompaña
la felicidad callada de los pájaros.
Y más allá el nombre de la tarde
elevada de ansiedad, vacilante.
Desde la orilla, desde la orilla…
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