Los muelles de la infancia
Podría precisar
una calle de Montevideo,
la puerta que
mostraba una galería en la ciudad vieja.
También recordar
un agrietado muro en Valparaíso,
cierta tarde que
abarcó el universo y la soledad del universo.
O el caminar por
Hita o Siracusa hablando de Marat.
Curiosamente
hace días que persiste un sueño.
Estoy en el
cuarto de mi infancia,
estoy en la
esquina de Suipacha y Viamonte,
estoy en la
vereda mirando un monumento.
Creo que es
verano, creo que me alcanza el crepúsculo.
Hay un organito,
un negocio de aromas herbales,
una mueblería
que ennoblece un tango.
Reconozco el
barrio, lo minucioso del destino,
un hálito que
bordea la diáspora,
la demorada voz
y los rituales del hogar.
Veo lo
cotidiano.
Un manual, el
ajedrez, una pelota.
Un buzón rojo,
el coche verde del hielero,
un percherón y
el carro que lleva mimbrería.
En este antiguo
y delicado sueño cifro mi rostro.
En el anverso y
reverso de una ciudad
que alguna vez
tuvo un río color de león.
Carlos Penelas
Abril de 2016
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