Parloteos, carnaval y otras yerbas
Es evidente que los tiempos son otros, que la sociedad está cada vez más enferma, más decadente. El pasado no fue tan pleno como nos dicen, pero fue - por momentos - menos trágico. La fragilidad del populismo, el engaño sistemático, el robo sin tapujos, el delito desde el Estado, es palpable. Curiosamente hay caballeros que no lo quieren ver, o lo disfrazan, o son sinvergüenzas sin retorno. El modo despiadado de ejercer el poder no es nuevo. Desde tiempos inmemoriales hemos visto castas, asesinatos, escaramuzas, voces corporativas, quemas de libros, campos de concentración, torturas. En nombre siempre de la patria, la libertad, el futuro, el líder, la bandera. Como decía mi padre con sorna: "Ni el Vaticano se salva". Pero sin duda es muy difícil, en nuestros tiempos, vivir una desintegración tan enorme como sufrió en las últimas décadas nuestro país. Educación, cultura, salud, instituciones... Todo, absolutamente todo, se encuentra contaminado. Décadas para salir del fango. Si salimos.
¿De qué santa hablamos, de cuál ángel o héroe o sacralizado templo? ¿Otra vez con lo mismo? Parece que no leyeron a León Felipe. Cuando era chico, es decir cuando no era grande, mi madre solía decir de alguien, elegante o supuestamente adinerado, que “seguramente jugaba al bacará”. Pobre madre, pobre. Con los años supe que se jugaba en los casinos, que era un juego de naipes. Luego lo pude ver a James Bond. Descubrí, con el tiempo, que también se llamaba baccarat o bacarrá. De adulto fui conociendo vocablos: timar, crupier, bandeja de descartes, banquero, caja de propinas. En verdad nunca jugué a las cartas ni pisé un casino. Creo que todo lo fui descubriendo leyendo los diarios, tomando café en diferentes bares, caminando por las calles. Me di cuenta que vivía en una especie de garito sin límites donde se desplumaba a la gente. Una suerte de timba continuada, como el cine de la infancia. Entonces todo es común: escándalos, ilícitos, condenas, hacinamiento, reelecciones, víctimas. bolsos, conventos, muros, tragedias, engaños. Y se puede descender más, claro que se puede. Tenemos gente peor, la tenemos. Fíjese usted a dónde llegamos. Nombramos por casualidad bacará y llegamos a la palabra corrupción. ¿Analogías, destino, predestinación? Qué pasará si llego a decir funcionario, político, fondos económicos, poder, carta, honestidad. Es curioso, tal vez uno llegue a circunstancias nefastas, poco creíbles. Surrealistas, dice el diariero.
Hablamos de hipocresías, caballeros. De montajes de espectáculos, señores. De aventureros mass mediáticos. De imágenes que se construyen porque son distintas a los políticos profesionales. De la honradez del devocionario. Que mienten, que engañan, que proponen. Y dicen y prometen. Que mienten como ladrones. Que la bondad humana y la honradez cambian las cosas. Miseria del lenguaje. Sin remilgos, olviden. No dicen estructuras. Estafan y son estafados. Con la moralina de “políticos decentes”, “militantes patriotas”, “empresarios honestos”, “sindicatos participativos”, “intelectuales éticos”. Zonas de fraude, borran las huellas del evangelio. Y santos y relicarios. Plagios. Crean la sobreactuación como aquella Mani Pulite. Fascina el engaño, la esperanza, el novio perfecto y la señorita casta. Mecanismos ocultos que construyen el poder, las sectas. Me repliego, nos replegamos. Y crece el fetichismo organizado. Al don, al don, al don Pirulero, cada cual, cada cual atiende su juego. Y el que no, y el que no, una prenda tendrá. La acomodación, el deslizarse. Ruptura, autoexclusión. Pragmático, compañeros, de rodillas.
Hay alguien que me está diciendo: “perturbador del statu quo”. Estereotipos, señores, estereotipos. Hagan juego, caballeros, hagan juego. A la genuflexión, al oportunismo. Con el sayo del tecnócrata. Al beneficio personal, al asesor, al académico. Sin transgresión ética. Seamos asépticos, burócratas, dispendiosos. Seamos populistas, oligárquicos, militaristas, nacionalistas, reformistas, cagones. La picaresca criolla. A engañar, a la política mezquina, realista. Seamos imbéciles, seamos beatos. En todo. A emplear la sexualidad mecanizada, a levantar las banderas de una sexualidad empobrecida, institucionalizada, castradora. Hermenéutica y promiscuidad. De la eficacia hablan los caballeros. De la eficacia, de los placebos, de las armaduras góticas. Hagan juego señores, hagan juego.
Para pensar, para dar vuelta a la veracidad y a la idealización. Para ser irrespetuosos. ¡Ah, el olfato del predestinado! El sainete es nuestro género. El mejor eslogan de la confusión es ese saber político, reaccionario. Se hace evidente. Hay que descubrirlo. Nos constriñen. ¡Ah, el estilo de vida! La marginalidad, la desocupación, la manipulación indirecta.
Viven en sus ficciones, territorios de abstracción. Representan las estrategias de los mitos. Ante la declinación de la cultura política la autoexclusión. Sórdido, señores, sórdido. Honorables camaradas, prestigiosos compañeros, militantes revolucionarios. Cimas, torres y estrategias. Chorros, chorritos y chorrazos. Contra los exaltadores optimistas, contra los que pontifican desde lo anacrónico. Todo se manipula. Burocracia sindical, ídolos, asesores de imagen. Ignoran o subliman los componentes psicosociales. Cosmética emocional o simbólica. Se recluye, se privatiza al sujeto social. Se lo atomiza. Se consume, se seduce. La cultura de fachada en nuestro medio es un símbolo, un repertorio de monólogos, susurros y conversos. Luces, bambalinas y aplausos.La supuesta izquierda y la derecha se saludan en la ortodoxia. No hablamos de pornografía, hablamos de obscenidad, caro lector.
Carlos Penelas
Buenos Aires, agosto de 2016
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