Periódico El Duende entrevista a Carlos Penelas
El lunes 10 de abril se presentó en el Salón de la Editorial Dunken El huésped y el olvido.
"En un ensayo que publiqué hace unos años, Fragilidad de lo visible, utilicé como acápite un verso de Horacio que pertenece a la Oda 7, del libro IV: Somos polvo y sombra. El título del libro que hoy presentamos tiene ese verso como referencia. Lo inmedible provoca pavor, se torna misterio y búsqueda. Lo cósmico es parte del cuerpo, forma un todo con el infinito al mismo tiempo que aflora, fluye el amor - recatado, sensual - de una visión que interroga el cosmos".
Tuvo también el colorido de la lectura de algunos de los poemas por parte de Rocío Danussi, entre los cuales estaba este.
NAVEGACIÓN DE LA ALDEA
Sobre el vacío, en la agonía del hambre,
perseguidos por el horror y el despojo,
en naves que buscaban otro universo,
dejando atrás liturgias, señoritos,
lo doliente que acuña la sombra y la tragedia.
Iban con el miedo, iban libres.
No tuvieron espejos ni calma ni balanzas.
Había palabras cálidas atravesando
la tristeza en los ojos perdidos de los hijos.
Volaba la ternura callada de las noches.
Era un viaje de herida y griterío.
Dejaron la aldea para buscar
el paraíso perdido de los mártires
la acumulada realidad del cansancio,
el viento en la alborada de la rosa.
Esta es la mitología de mi nombre,
la generosa herencia de mis padres.
- ¿Qué fue lo que te llevó a ser un estudioso del período medieval y dedicarte a escribir poesía como dice en el pórtico de El huésped y el olvido? - En realidad todo comenzó con mis padres. Mi padre, Manuel Penelas, trabajó desde los seis años cuidando cabras en Espenuca, La Coruña, Galicia. Mi madre, María Manuela, aprendió a leer y a escribir casi a los treinta y cinco años. A los trece años en Buenos Aires, mi padre comenzó a trabajar en una fábrica. Allí conoce compañeros anarquistas, socialistas -hombres mayores que él - los cuales le dan a leer textos del príncipe Kropotkin, diarios pero también libros de Zola, la novelística rusa del siglo XIX, textos de Galdós, Shopenhauer. Crecí - soy el menor de cinco hermanos - en un clima donde lo social y lo cultural iban de la mano. La libertad, la lucha contra la demagogia y los totalitarismos de la misma manera que el gusto estético por la música clásica, el teatro, el cine, las artes plásticas. Ese fue el comienzo. Luego, ya en el profesorado en Letras Mariano Acosta - donde pasaron Marechal, Cortázar y tantos otros - me introdujo en la literatura medieval española, italiana, inglesa y francesa. Los años hicieron el resto. Y mis hermanos mayores que me ayudaron a crecer intelectualmente. También me acompañó toda mi vida el amor a la natación, el deporte, el placer por la naturaleza.
- Hay un tema recurrente sobre la soledad a ¿qué se debe? Así lo vemos en el poema "Recogimiento en una plaza del sur", o también en "Vestigios del silencio" y se repite en "Desolación de lo invisible"?
- En realidad el creador es un solitario. Todo creador es un solitario, más allá de su actitud o el trabajo específico. Quiero decir: un director de cine o un actor tal vez no lo parezcan porque están más expuestos. Pero el poeta, el músico o el artista plástico es introvertido, busca su mundo interior, su forma de expresión. En mi caso doy conferencias, clases, viajo al interior del país o a Europa pero soy solitario, me gusta la naturaleza, la soledad, pensar y sentir en soledad. Eso no significa, insisto, que sea un anacoreta.
- Se puede observar un delicado tono seductor como en "Andante" o también en "Vigilia". ¿Cuál ¿Cuál sería tu musa?
- La musa son los sueños, los recuerdos, la evocación, "la realidad y el deseo" como muy bien señaló Cernuda. La seducción es parte de la sensualidad, del erotismo, de los afectos, de la ternura. La musa es una cadera, una mujer mirando el mar, una fotografía, la memoria de una fotografía, una conversación, el silencio de una pareja, la calidez de un beso, la piedad de la hembra, la belleza de una caricia. La musa es la vida si se sabe mirar y sentir.
- Se nota la repetición de la cita a tu historia personal como "En los muelles de la infancia" y "Liber Liberart", ¿cómo lo podrías explicar?
- Desde lo poético tengo, por suerte, varios tonos. Uno es lo personal, lo interior, lo referente a la infancia. La infancia es la patria del poeta, lo sagrado, lo vital. En esa línea también se encuentra una poética relacionada con mis raíces, mis ancestros. La pobreza, el dolor de mis mayores y el esfuerzo enorme para con una mirada ética, transparente, trabajadora, salir de ese mundo y poder apreciar lo noble, la fineza, lo bello del mundo.
- En "Somerset" te referís especialmente al olvido, cuando empieza diciendo "Hay una purificación y un olvido en estas calles que fueron de mi infancia", ¿por qué, lo podrías contar?
- En realidad es un juego que suelo hacer con ciertos mitos interiores. El olvido tiene relación con el paso del tiempo, con nuevas generaciones pero también con el desconocimiento, la ignorancia, la degradación de una época. Entonces el olvido es exterior, el olvido es del otro, no es mío, no es del poeta. Él lo reconoce, reconoce ese ayer y lo vuelca en emoción, en silencio, en palabra. El poema es también una fotografía como las de Vivian Maier, Robert Capa o Cartier-Bresson. Una escena del teatro de Shakespeare o un cuadro de Vermeer.
Bueno en parte lo fui respondiendo con las inteligentes búsquedas que me fuiste planteando. Los recuerdos son parte de la formación y la sensibilidad. Y de la intuición, otra forma de nuestra capacidad. Desde Virgilio, Ovidio, Horacio, la creación se nutre de los recuerdos, de esa suerte de palabras que provienen de otro lado del mundo, al decir de John Berger. En ese clima el poeta intenta ser simple - que no es lo mismo que simplificar - es decir, su voz se reduce a lo esencial.
María Riccheri
Periódico "El duende", Buenos Aires, 1 de mayo de 2017
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