Nuestra imaginación, nuestro sentir provienen del pensamiento y de la sensibilidad helénica. Homero, Heráclito, Aristóteles, Sócrates, Parménides, Esquilo... forman parte de nuestra visión, de nuestra búsqueda ética y estética. La mirada de estos dioses terrenales llevaron el fuego de la humanidad. Los poetas, el mundo mágico, la representación y lo utópico, la palabra refinada son ejemplos de ese universo único que nos llega y nos ayuda a la formación moral e intelectual.
La experiencia de la vida siempre condiciona al poeta. Hay un mundo que se crea ante la decadencia de todo lo que existe. Y debemos observar que la dualidad de la poesía frente al existir es sólo aparente.
Como toda obra de trascendencia la de Borges actúa en un ámbito literario universal. Sin duda hay otras convergencias, la hispanoamericana, la europea. En Argentina, durante décadas se la ha tildado de extranjerizante. Sin duda es argentina por la avidez cultural cosmopolita, ente otras cosas. En primer lugar – son varios los enfoques que intentaremos señalar de forma sintética – la insularidad de su prosa, la novedad de la prosa borgeana es una realización privilegiada de la tradición hispanoamericana. Pero en toda su obra admiramos la mirada de un escritor dotado para la especulación intelectual. Y hay, además, una reelaboración de nuestra realidad cultural. Recuperamos en sus páginas la complejidad de su mundo pero también nuestra propia invención del hecho creador.
Creemos oportuno recordar que muchos de sus detractores no vieron, o no quisieron ver, sus textos y sólo glosaron sus opiniones periodísticas. Allí está, como ejemplo, el poema Cristo en la cruz, perteneciente al libro Los conjurados. Este poema no puede ajustarse a un régimen fascista, se llame Pinochet o Videla. Ni al populismo que amenaza la soledad y la étcia. Escribió además: “…desconfiaríamos de la inteligencia de un Dios que mantuviera cielos e infiernos”.
La teología era para Borges lo más fascinante de la literatura fantástica. La particularidad de su poética está en haber interpretado el arte como continuidad y superación, más que como ruptura con la tradición. El poeta aspira a un arte intemporal desde una visión metafórica de su existencia. Su lírica significa un renovado lenguaje de condensación. Sus raíces son parte de la tradición de la poesía metafísica. Y fundamenta, a su vez, una ética no dogmática. En su temática encontramos los antepasados, la patria, la memoria y el olvido, el ejercicio de la literatura. La soledad y la muerte.
Es importante recordar ciertos hitos, ciertos contextos. Al leer Las ruinas circulares, tal vez uno de los mejores cuentos del autor, deberíamos releer La última visita del caballero enfermo de Giovanni Pappini. Obras que nos remiten a la creación más profunda, más íntima. También la lectura - son viajes, laberintos, espejos - de La fiesta del monstruo de H.Bustos Domecq (Borges-Bioy Casares), relato de 1947, que se inicia con unos versos de La Refalosa de Hilario Ascasubi y que tiene como fuente El Matadero de Esteban Echeverría, nos indica el pathos de lo oculto, una suerte de comprensión de nuestra naturaleza, de nuestro enigma. Luego El simulacro, publicado en El Hacedor (1960) con las representaciones y el luto universalmente impuesto en el país. Allí hablará Borges de "la fúnebre farsa" y de "la crasa mitología, temas que conviven en la decadencia de nuestro país.
La literatura argentina cuenta, después de Sarmiento, con escritores que tuvieron fama internacional: Lugones. Sábato, Cortázar y Borges. Y otros que formaron la frondosidad de la literatura nacional como Molinari, Franco, Mujica Láinez, Marechal, Martínez Estrada o Quiroga. Divergencias y convergencias, sin duda, pero estamos intentando hacer una lectura estilística. La estética de Borges es la de un creador de metáforas. Enfatiza la metáfora como núcleo del lenguaje literario.
Entre los símbolos más conocidos en su obra se encuentran el laberinto y el espejo. Símbolo de la prisión (real o imaginaria) el primero; revelación del propio ser, el segundo. Desde luego, hay otras interpretaciones. Estas son las más afines a nuestro sentir.
Para finalizar recordemos un juicio de Julio Ortega. “Como ocurre con Mallarmé y con Joyce, y también con Vallejo y Neruda, la crítica sobre Borges forma parte ya de la misma obra de Borges: no porque sea su paciente tributo, sino porque desarrolla su existencia intelectual, diseña el ámbito de su aventura creadora y, en fin, da cuenta de su radical renovación del acto literario”.
La excepcionalidad, no es un dato menor, se licua entre la multitud. La omnipotencia se transforma – de más está decir en estos tiempos – en carencia. La literatura un resquicio, en algunos casos una obstinada ostentación. La literatura edificante no se ha detenido, como sostiene David Viñas, en las sacristías ni en las congregaciones beatas.
La literatura -en una época de globalización, banalidad y decadencia generalizada - tiende a polarizarse, a esfumarse. Se hipertrofia la espiritualidad, se crea una escenografía en torno a lo inmediato. La creación necesita silencio, tiempo, maduración. Y advertimos que las contraposiciones resultan cada día más homogéneas. Sin pedestales, entonces. Sin apelaciones a lo sentimental.
Quien lea sus páginas encontrará a uno de los creadores más lúcidos y de inevitable pluralidad, una voz propia que pertenece al tiempo. Conforma una emoción intelectual, una pasión por el idioma, una búsqueda emotiva del símbolo, la integración equilibrada de lo nacional con lo universal. Eso es lo que hay, eso es lo que leemos. Su vigencia continuará dentro de un mundo cultural cada vez más asediado. Pero también necesitamos preguntarnos – sin ingenuidad, sin idealizaciones – quién lee en estos tiempos a Victor Hugo, a Pérez Galdós, a Rubén Darío. Si jóvenes universitarios desconocen la Guerra Civil Española o La Comuna de París, estudiantes de teatro ignoran a Meyerhold, jóvenes escritores no leyeron a Molinari o Góngora me es muy difícil hablar de su vigencia. El legado existe, está en su poesía y en su prosa. El resto forma parte de una sociedad hipócrita, rodeada de astucia y grosería. Quedan islas, sin duda. Lugares donde se crea, se trabaja y se siente lo utópico del hombre.
Entre las amenazadas virtudes nacionales la lectura de Sarmiento, Lugones, Franco o Borges comparten el cielo traslúcido de lo intemporal. Allí la poesía, el tiempo de la utopía. Volver a ellos -como a otros poetas de infinitud- nos da aliento en un territorio de ríos oscuros y soledad durísima. El lenguaje dialéctico entra en la mitología pública. De allí la lectura necesaria de los clásicos.
Carlos Penelas
Buenos Aires, mayo de 2018
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