Un poncho de Belén
He revelado, en diferentes oportunidades, que en 1978 - plena dictadura militar- logré editar Conversaciones con Luis Franco. En esa primera edición, casi clandestina, colaboraron algunos amigos de manera anónima. De modo especial el Dr. Alejandro Gómez – ex vicepresidente de la Nación, compañero de fórmula del Dr. Arturo Frondizi, quien discrepó con las políticas petroleras de su gobierno - admirador de la obra del poeta y ensayista catamarqueño. Vale recordar que otro presidente, el Dr. Arturo Umberto Illia, también fue amigo y admirador de Franco. Poco tiempo antes de asumir, lo visitó en su humilde casa de Ciudadela para ofrecerle el Ministerio de Cultura. Don Luis le respondió: “Le agradezco profundamente, pero no quiero perder un amigo”.
Volvamos a nuestra historia. A meses de la publicación del libro, me llama el Dr. René Favaloro, lector entusiasta de Ezequiel Martínez Estrada y de Luis Franco. Desea conocerme, conversar sobre el libro, hablar de Luis Franco. Ya en Estados Unidos le interesaba su estilo, su ética, su conducta, su forma de vida. Esa primera reunión duró casi dos horas. Más adelante, los tres almorzamos juntos. Al poco tiempo me integro activamente al proyecto único y trascendente del Dr. Favaloro.
Desde entonces estuvimos juntos durante veintidós años. Ocupé varios cargos al mismo tiempo: Jefe de Relaciones Públicas, Sub-Director de las Ediciones de la Fundación, Miembro del Comité de Ética y Jefe de Coordinación de Pacientes.
El Dr. René Favaloro, es necesario decirlo, ayudó a su familia de manera permanente. No puedo afirmar si todos los integrantes de ese grupo actuaron con reciprocidad. También colaboró notablemente de manera anónima con gente común. Asimismo con escritores y artistas, entre otros con Carlos Alberto Brocato y Luis Franco. No es impropio recordar – es de público conocimiento - que renuncié a la Fundación al mes de su suicidio.
Don Luis, el poeta, ahora descansa en su querida Catamarca. Acompañé sus restos desde Londres hasta Belén entre hombres a caballo, peones, músicos, maestras, niños y el resto del pueblo al costado del camino. En una sentida pancarta se leía: “Luis Franco es Belén”.
Por aquellos años, hablamos de la década de los ochenta, conocí y me hice amigo de algunos de los médicos de la institución. Entre ellos el querido Mario Racki, cardiólogo clínico y colaborador permanente de Favaloro.
Hace unos meses me llama y me comenta que una de sus pacientes, la señora Hilda Rosa Levin, hija de un reconocido librero, le lleva un presente significativo que pertenecía a su padre. José Levin era un experto librero de viejo que le conseguía al Dr. René Favaloro textos inhallables de Luis Franco, José Ingenieros, Alberto Palcos, Enrique de Gandía o Joaquín V. González. A la vez Levin era amigo de Luis Franco.
El obsequio pertenecía a don Luis quien, sobre el final de su vida, le ofreció a su padre. Mario, conmovido, piensa un destino. Y le dice: “No se haga problema, sé quién lo protegerá mejor que nadie”.
Hace unos días estuve en el consultorio del Dr. Racki. Me revisó con meticulosidad, anotó datos en la ficha, corroboró estudios. Luego hablamos del cosmos, de Betanzos de los Caballeros, de Varsovia, de nuestros hijos. En un momento me entrega un paquete; la emoción me embarga. Escucho la voz de Mario: “aquí te dejo el poncho de don Luis, está en buenas manos.”
Carlos Penelas
Buenos Aires, enero de 2019
1 comments
Gracias maestro Penelas!
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