En esta soledad el sonido del mar,
palabras lejanas de mis padres.
En esas voces el sentido de la tierra.
A veces hay un silencio parecido a la quietud.
(¿Qué respiración intensa olvidamos?)
A veces ojos celestes miran el vacío
como si sus antepasados
lo hubieran mirado todo por ellos.
Uno siente pudor y culpa; fragilidad.
Es como si les estuviese prohibido hablar
de aquello que les dolía.
(¿Nos hemos olvidado de las lluvias,
de las casas de teito?)
Entonces, el hijo descubrió
que no podía vivir sin ser amado.
En esta soledad la luz huele a salitre,
a manzana, a cimborrio románico.
Huele, por las tardes de inmóviles veranos,
a almidón con agua dorada.
El tabaco del padre
anunciaba el secreto de la honradez.
Cuando el hijo cierra los ojos
aparece la madre llevando
una sombrilla blanca de encaje.
Y sus cabellos negros recogidos
en una trenza triple rodeándole la cabeza.
Carlos Penelas
Buenos Aires, 2019
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