a Aníbal Vázquez Gil
¿Recuerdas, amigo, las tarde de verano
mirando las flores, los tomates,
la acequia de la quinta de Lomas de Zamora?
¿Y el vendedor de globos, las muchachas
hermosas de los balcones altos?
¿O las valijas con la aduana de España,
el cine continuado, Buster Keaton,
el bar Dante, el ping-pong de los sábados?
Era la época donde el clown de la plaza
imaginaba trapecios, barquillos, azucenas.
Era la magia de la infancia
protegida en figuritas y baleros,
los pantalones cortos y los moños azules,
en la radio Tarzán y Poncho Negro.
Bellas estampillas de Londres o del Congo.
El olor de las panaderías,
las tardes donde padres y sueños
viajaban en tranvías, ventanillas libres
descubriendo perros extraviados
y obreros leyendo las estrellas.
Había un puerto, una fragata histórica,
un asombro de almacenes y de fútbol.
Decíamos Fangio, Grillo, Pascualito Pérez…
Era la época en que una ciudad
llamada Buenos Aires, iluminaba el cielo.
Carlos Penelas
Enero de 2020