El poeta descubre a la amada
entre voces, espejos y recuerdos.
Susurro tu nombre en silencio
mientras las manos buscan
el tacto de la tarde, en la beatitud
infinita que asoma sutilísimo.
Hay un edén, un eco en la avidez
inalcanzable, desnudo.
Entonces surge el lecho,
el vino, la cebolla, el ajo.
Me veo cautivo en ese cielo
de moradas y barcas.
Te poseo secreta en el aliento
de la rosa y del ardor sensible.
Sin saberlo, empujas la memoria
en el instante que late tu vestido.
Hacia el viento,
hacia el presagio del viento.
Carlos Penelas
Buenos Aires, agosto de 2020
Foto: Nahui Olin, por Edward Weston (1923)
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