La demencia hizo que destrozara
el reloj de mi padre, un Longines de faltriquera.
Tal vez todo fue una visión, el deliro o la ira
que me impulsó a empuñar un martillo.
Mi padre ya había muerto; el reloj era lo único
que su eternidad protegía mi universo.
Con el tiempo vinieron sueños,
el hundirme y ahogarme en un mar helado,
perderme por senderos de barro, errante,
la lágrima de la desventura de lo que pudo ser
en callejuelas sin nombre y sin destino.
Eran pesadillas borrosas, alegorías sin duda
del abismo, una máscara que el tiempo
fue haciendo de la vida. Luego acudieron
talismanes, astrolabios, unicornios, libros,
para ocultar o fingir la tribulación
en mitologías, lo intemporal de otra memoria.
Ahora, pienso en el silbido de las embarcaciones.
En la realidad de la niebla imagino Ítaca.
Carlos Penelas
Buenos Aires, 19 de abril de 2022
0 comments