Comentario a Poesía esencial, de Carlos Penelas, por Alejandro Drewes
Es siempre una dicha, de entre las selectas y pocas, un motivo de celebración, la salida a luz de un poemario de un autor, de un pensador, de la envergadura de Carlos Penelas.
Con un mundo propio inconfundible y un escenario lírico personalísimo, capaz de abordar con igual maestría cada uno de los grandes motivos de la poesía universal–el tiempo y el devenir, el amor, la fe, la soledad existencial- , su obra gravita por su propio peso y destaca nítidamente por sí misma dentro del desangelado escenario de la poesía actual, y especialmente argentina.
Cabalmente poeta, pero también narrador y ensayista, con una obra desarrollada sin paisa ni pausa hace más de 50 años, Penelas se muestra, a través de su palabra y de su mirada, como un testigo excepcionalmente lúcido de su tiempo y circunstancias, y de la realidad, a menudo decadente y cínica –de la tragedia de Historia devenida en farsa-, que le ha tocado habitar.
Siempre lejos de los experimentalismos al uso, de los fuegos de artificio de la fama, y de los múltiples embelecos e imposturas de la industria editorial y cultural, se nos presenta en este libro - resultado de la selección de su escritura poética de los últimos cinco años-, en el momento más alto de su madurez, en el que puede sopesar, serenamente, casi sin amargura, las piedras miliares, el camino duramente recorrido.
Poeta lector en el mejor sentido de Bonnefoy, y por tanto hombre de biblioteca de la vieja guardia, Penelas logra consumar el difícil arte de ser él mismo -una voz-, sin por ello abandonar el legado de sus maestros, desde la fuente griega hasta Catulo, Horacio y los grandes vates latinos; y de Dante a la poesía gallega medieval, hasta los poetas del Siglo de Oro español y los poetas y novelistas modernos.
Plenamente consciente de haber nacido en un país que raramente ha sabido valorar en vida y menos aún suele recordar a sus grandes poetas, Carlos Penelas se aferra en defensa a las raíces invisibles; al mundo inefable de la infancia, a la sombra de los padres, a la ruta de la inmigración gallega, a la mujer que fue y es el amor de su vida.
Tal como otros grandes poetas argentinos –como Enrique Banchs, Juan L. Ortiz u Oscar Portela -, nuestro autor sabe sobrellevar con altura eso que Octavio Paz percibiera ya en estas latitudes hace un largo medio siglo -“la inclemencia de los discursos y la gritería, la opacidad general de las especies pensantes.”-
Esa relación con oficio de vivir del poeta, en ese nudo que ata inextricablemente vida y escritura, Penelas nos dice por ejemplo en el poema intitulado “Quietud predecible”:
Sucede, padre, que hubo cosas/ que pasaron a mi lado sin que las viera./ ¿Qué he de decir, entonces?/ ¿Qué alba o brújula o ventura circular/puedes responder desde la nada?/ Tu soledad ¿Está lejos de este aliento? /Late mi pulso. Y la tiniebla crece.
Donde abreva en la mejor tradición literaria sobre la muerte del padre, en silencioso diálogo con su sombra ausente.
En otro de los altos momentos del libro, en el poema “A una mujer de Cambre”, Penelas nos ofrece el prístino retablo de un tiempo inasible, irremisiblemente perdido pero salvado en la memoria, en estos versos
Sabía de los barcos, de su alcoba, de muelles./ (Hoy vago una patria sin amparo/ entre botellas rotas y voces impasibles.)/ Basta decir que ella reía como el mar /con desvanes voraces sobre el aire.
Coronando una serie de evocaciones memorables que retoman el supremo motivo romántico y de la poética celta en torno a la muerte de la Amada.
La patria de la infancia es evocada, en un escenario presidido por la eterna batalla de piezas blancas y negras sobe un tablero de ajedrez, junto con todos sus hondos simbolismos, desde Khayyam a Borges, en la singular belleza del poema “Apertura Ruy López”; tópico recurrente en la obra, que retoma al comienzo de la sección intitulada “Cinco poemas”, cuyos poemas pasan a adoptar un clima de honda melancolía, y recuerdan por momentos a Molinari, por caso en “De la desolación”.
Más adelante, el gran motivo del Viaje, insinuando en otros poemas previos, reaparece en “Flâneur”, y con él Baudelaire; y la ciudad real y las ciudades imaginarias de Calvino.
En los poemas finales y en especial en “Epitalamio”, el poeta urde delicadamente la trama entre el lejano pasado y el futuro, ente la infancia y la muerte: el inapelable dictum de aquel Memento mori.
Palabra en su pura desnudez, a su modo único, desde su irreparable tiempo, la poesía de Carlos Penelas claramente nos interpela.
Alejandro Drewes
(Buenos Aires, 1963). Académico y profesor universitario. Poeta y traductor [alemán / inglés / francés / sueco / catalán], con premios nacionales e internacionales. Colabora con revistas y publicaciones en la Argentina y el exterior.
Cabalmente poeta, pero también narrador y ensayista, con una obra desarrollada sin paisa ni pausa hace más de 50 años, Penelas se muestra, a través de su palabra y de su mirada, como un testigo excepcionalmente lúcido de su tiempo y circunstancias, y de la realidad, a menudo decadente y cínica –de la tragedia de Historia devenida en farsa-, que le ha tocado habitar.
Siempre lejos de los experimentalismos al uso, de los fuegos de artificio de la fama, y de los múltiples embelecos e imposturas de la industria editorial y cultural, se nos presenta en este libro - resultado de la selección de su escritura poética de los últimos cinco años-, en el momento más alto de su madurez, en el que puede sopesar, serenamente, casi sin amargura, las piedras miliares, el camino duramente recorrido.
Poeta lector en el mejor sentido de Bonnefoy, y por tanto hombre de biblioteca de la vieja guardia, Penelas logra consumar el difícil arte de ser él mismo -una voz-, sin por ello abandonar el legado de sus maestros, desde la fuente griega hasta Catulo, Horacio y los grandes vates latinos; y de Dante a la poesía gallega medieval, hasta los poetas del Siglo de Oro español y los poetas y novelistas modernos.
Plenamente consciente de haber nacido en un país que raramente ha sabido valorar en vida y menos aún suele recordar a sus grandes poetas, Carlos Penelas se aferra en defensa a las raíces invisibles; al mundo inefable de la infancia, a la sombra de los padres, a la ruta de la inmigración gallega, a la mujer que fue y es el amor de su vida.
Tal como otros grandes poetas argentinos –como Enrique Banchs, Juan L. Ortiz u Oscar Portela -, nuestro autor sabe sobrellevar con altura eso que Octavio Paz percibiera ya en estas latitudes hace un largo medio siglo -“la inclemencia de los discursos y la gritería, la opacidad general de las especies pensantes.”-
Esa relación con oficio de vivir del poeta, en ese nudo que ata inextricablemente vida y escritura, Penelas nos dice por ejemplo en el poema intitulado “Quietud predecible”:
Sucede, padre, que hubo cosas/ que pasaron a mi lado sin que las viera./ ¿Qué he de decir, entonces?/ ¿Qué alba o brújula o ventura circular/puedes responder desde la nada?/ Tu soledad ¿Está lejos de este aliento? /Late mi pulso. Y la tiniebla crece.
Donde abreva en la mejor tradición literaria sobre la muerte del padre, en silencioso diálogo con su sombra ausente.
En otro de los altos momentos del libro, en el poema “A una mujer de Cambre”, Penelas nos ofrece el prístino retablo de un tiempo inasible, irremisiblemente perdido pero salvado en la memoria, en estos versos
Sabía de los barcos, de su alcoba, de muelles./ (Hoy vago una patria sin amparo/ entre botellas rotas y voces impasibles.)/ Basta decir que ella reía como el mar /con desvanes voraces sobre el aire.
Coronando una serie de evocaciones memorables que retoman el supremo motivo romántico y de la poética celta en torno a la muerte de la Amada.
La patria de la infancia es evocada, en un escenario presidido por la eterna batalla de piezas blancas y negras sobe un tablero de ajedrez, junto con todos sus hondos simbolismos, desde Khayyam a Borges, en la singular belleza del poema “Apertura Ruy López”; tópico recurrente en la obra, que retoma al comienzo de la sección intitulada “Cinco poemas”, cuyos poemas pasan a adoptar un clima de honda melancolía, y recuerdan por momentos a Molinari, por caso en “De la desolación”.
Más adelante, el gran motivo del Viaje, insinuando en otros poemas previos, reaparece en “Flâneur”, y con él Baudelaire; y la ciudad real y las ciudades imaginarias de Calvino.
En los poemas finales y en especial en “Epitalamio”, el poeta urde delicadamente la trama entre el lejano pasado y el futuro, ente la infancia y la muerte: el inapelable dictum de aquel Memento mori.
Palabra en su pura desnudez, a su modo único, desde su irreparable tiempo, la poesía de Carlos Penelas claramente nos interpela.
Alejandro Drewes
(Buenos Aires, 1963). Académico y profesor universitario. Poeta y traductor [alemán / inglés / francés / sueco / catalán], con premios nacionales e internacionales. Colabora con revistas y publicaciones en la Argentina y el exterior.
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