El bar sigue allí, ellos no están.
Habrá que recordar los patios de la infancia,
los huéspedes del viento, el eco de los gallos,
la cancha de los rojos, las ventanas del aire.
Habrá que mencionar aquel mozo chileno
el alma mater de este mar azul,
los invisibles nombres de otras mesas,
los tañidos del alma en el oleaje del otoño;
una especie de descuido o de ternura.
(Había eternidades en un día.
Y lugares y torres y jardines y reinos).
Habrá que recordar al diariero, al poeta,
al médico que honraba la ciencia.
Y al generoso Tito que barría la vereda.
Sobre la mesa una copa de vino
y el pocillo de los buenos amigos
que callan sus fantasmas para tejer la vida.
Habrá que evocar el saludo, la mirada, la chanza.
Las puertas de la tarde, el humo
que llena de melancolía los muelles.
Habrá que aludir al estaño,
al morocho de apuestas y de urgencias.
He aquí el mundo, decían. Y no había vértigo
ni proclamas ni heridas. Allí los amores, los hijos,
las etimologías. Estaban destinados a perderse.
Habrá que recordarlos asombrados.
Carlos Penelas
Buenos Aires, 19 de enero de 2023
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