Fracasar, volver a fracasar, y después fracasar mejor.
Samuel Beckett
Don Manuel, mi padre, solía repetirme de niño: “En lo único que creo es en Dios, de lo demás estoy seguro”. También, con ironía, reiteraba que el tema “de las tres personas distintas y un sólo Dios verdadero era algo que ni el Santo Padre lo entiende”. En sus caminatas socráticas por los barrios porteños me contaba que el obispo de Roma era el sucesor de Pedro. Eso lo leí muchas décadas después en Lumen Gentium. Algo recuerdo de la explicación: la Iglesia es el cuerpo místico de Jesús.
Desde los dieciséis años vengo leyendo la Biblia, los evangelios y los evangelios apócrifos, diferentes textos sobre historia de las religiones, documentos notables sobre la quema de hombres y mujeres, vinculaciones económicas con gobiernos de derecha, relaciones claras con el nazismo, el fascismo o el franquismo; libros de autores creyentes y de autores no creyentes. Tengo una biblioteca donde se hallan estos documentos.
Poseo carpetas con recortes de diarios en torno al Banco Ambrosiano, la pedofilia católica en Pennsylvania, abusos sexuales en la Iglesia Católica chilena, los Legionarios de Cristo en México, monseñor George Ratzinger y los niños cantores de Ratisbona, los niños scouts y el padre Bernard Preynat, el banquero Michele Sindona, Ettore Gotti Tedeschi y las cartas de la Santa Sede, artículos sobre el arzobispo estadounidense Paul Marcinkus y su presidencia en el IOR, la misteriosa muerte de Juan Pablo I, el banquero Roberto Calvi…en fin desapariciones, asesinatos, sobornos, la P2, vinculaciones del alto clero con financistas y la mafia siciliana, la entrada en los negocios de la industria de armas, los acuerdos de Letrán, las encíclicas anti-obreras, el colonialismo en Abisinia, la cruzada contra los rojos en España, la Guerra Fría… e moito máis, parvo.
Además de la incorporación por Francisco de la pedofilia en el “Derecho Canónico”, canón 1398. Y las aventuras del padre Julio César Grassi – entre otros - en Argentina, claro está. Naturalmente vi durante estas décadas films, documentales, series. Libros que hablan de la silla gestatoria, del Concilio de Pisa, de la Papisa Juana, de la Iglesia Novaciano, hasta un ejemplar poco hallable - vaya a saber uno por qué - dónde hay biografías de los anti-papas. Y textos donde encontramos verdaderas joyas históricas como las biografías de Silvestre II, el Concilio Cadavérico, San Hipólito, Juan X, Bonifacio VII, el otro Juan XXIII... Resulta interesante releer al Premio Humanista Internacional Karlheinz Deschner (Historia criminal del cristianismo) cuando nos explica, entre otras menudencias, como el emperador Constantino I, que convirtió el cristianismo en «religión de Estado», transformó en “la iglesia de los pacifistas en la iglesia de los capellanes castrenses”.
Camus afirmaba que la única cuestión filosófica seria era el suicidio. Si analizamos un poco el tema de las religiones entendemos que las frustraciones de la teodicea son sombrías. Un ejemplo sencillo es aceptar el dolor, la brutalidad o la injusticia. No comprendemos el sufrimiento inmerecido, los campos de concentración, los bombardeos, las torturas. O las deformidades de un niño recién nacido. El hombre, heredero de una culpabilidad debe sufrir, está marcado por la caída del Edén. Felix culpa. En todas las religiones, entre la magia y la superstición, está el poder. Se cree por las buenas o por las malas. Todo se compensará en la otra vida. Así de simple. No importa el tormento ni las privaciones, la recompensa nos aguarda. Por las dudas el exorcista hará su tarea. El dogma es el dogma. No importan los desastres naturales, las pestes o las hambrunas. George Steiner aclara: “La idea de una intrínseca culpa primordial es moralmente repugnante”. Y también: “El judío ortodoxo que salmodia y gira, un virtuoso del aborrecimiento; el cristiano con sus genuflexiones, el musulmán con sus salutaciones atestiguan la lenta y despilfarradora prehistoria del sentido común”. Es así, caro lector, es así. Millones y millones de seres proclaman la evidencia de Alá, y el credo en un único dios es la profesión de la fe judeo-cristiana. Los argumentos históricos y ontológicos son fácilmente rebatibles. En el fondo es una primitiva verborragia sobre el infinito y el cosmos. El arte, la pintura, la escultura, la literatura religiosa es obra del hombre, a su imagen y semejanza. Recordemos al presocrático Jenófanes de Colofón: “Chatos, negros: así ven los etíopes a sus dioses. De ojos azules y rubios: así ven a sus dioses los tracios. Pero si los bueyes y los caballos y leones tuvieran manos, manos como las personas, para dibujar, para pintar, para crear una obra de arte, entonces los caballos pintarían a los dioses semejantes a los caballos, los bueyes semejantes a bueyes, y a partir de sus figuras crearían
las formas de los cuerpos divinos según su propia imagen: cada uno según la suya”.
Una pregunta final, estimado amigo, ¿conoce si a lo largo de la historia una turba atea o no creyente asesinó pueblos, invadió ciudades o quemó libros? Perdón, ¿conoció alguna turba atea? Por favor, si tiene el dato no deje de escribirme. Agradecido, como siempre.
“Y gritó [el ángel] en fuerte voz, diciendo: ‘Ha caído, ha caído Babilonia la grande,
y se hizo morada de demonios y guarida de todo espíritu inmundo
y guarida de toda ave impura y guarida de toda bestia impura y aborrecible”.
Apocalipsis 18,2
Carlos Penelas
Buenos Aires, 6 de enero de 2023
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