El jueves 23 de febrero, al anochecer, se realizó un acto con vecinos y amigos del barrio del poeta. Carlos Penelas escribió el poema "Bar de la esquina" en homenaje al célebre Café Mar Azul, uno de los bares notables de la Ciudad de Buenos Aires.
En la oportunidad, Tito descubrió el poema enmarcado por Martin Schachtl durante el brindis de honor. Estuvieron presentes vecinos, encargados y amigos. Se encontraban en el contertulio, entre otros, el Dr. Samuel Kees, Nolo Correa, Roberto, Ramón, Jorge, Arturo... Su propietario, D. Carlos Encina Alarcón, organizó un lunch para agasajar a los asistentes.
Un acto cálido, pleno de afecto y naturalidad; emotivo. No faltaron anécdotas, recuerdos y camaradería espontánea.
Mar Azul
Desde esta ventana siento las abiertas nubes.Y la noche inconclusa reposando en sus senos.
Por la calle, que alguna vez se llamó De las Garantías,
navegan imágenes del alma,
la vela blanca, el ocio del pocillo,
el viento claro y fugitivo del crepúsculo.
También la amistad dialoga en laberintos,
en un cosmos de espejos y parábolas.
Desde esta ventana las barcazas,
la sombra de los dioses del exilio,
una llanura despidiendo malones.
Y una gaviota de nombre clandestino.
(¡Ay! La sangre del sur sobre la hierba).
De soledad y ásperas banderas
fue soñada esta mesa.
Un bar de una esquina porteña
atesora fugacidad y mito.
Carlos Penelas
Originalmente publicado en Calle de la flor alta (Buenos Aires, Dunken, 2011), también se encuentra en Cafés notables de Buenos Aires II (Buenos Aires, Dirección General de Patrimonio e Instituto Histórico, 2011)
Bar de la esquina
El bar sigue allí, ellos no están.Habrá que recordar los patios de la infancia,
los huéspedes del viento, el eco de los gallos,
la cancha de los rojos, las ventanas del aire.
Habrá que mencionar aquel mozo chileno
el alma mater de este mar azul,
los invisibles nombres de otras mesas,
los tañidos del alma en el oleaje del otoño;
una especie de descuido o de ternura.
(Había eternidades en un día.
Y lugares y torres y jardines y reinos).
Habrá que recordar al diariero, al poeta,
al médico que honraba la ciencia.
Y al generoso Tito que barría la vereda.
Sobre la mesa una copa de vino
y el pocillo de los buenos amigos
que callan sus fantasmas para tejer la vida.
Habrá que evocar el saludo, la mirada, la chanza.
Las puertas de la tarde, el humo
que llena de melancolía los muelles.
Habrá que aludir al estaño,
al morocho de apuestas y de urgencias.
He aquí el mundo, decían. Y no había vértigo
ni proclamas ni heridas. Allí los amores, los hijos,
las etimologías. Estaban destinados a perderse.
Habrá que recordarlos asombrados.
Carlos Penelas
Buenos Aires, 19 de enero de 2023 (inédito)
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