Sobre Poesía esencial, por Sandra Figueroa
Hace unos días, hablábamos del habitar. El habitar del poeta.
Y es otro planeta, no es el mismo diario, entre innúmeras violencias, violaciones, injusticias, mal habidas, todas.
¿Pero donde habitamos?
¿En la patria del poema, exiliados, errantes, taciturnos?
¿En la palabra?¿En el texto?
¿En los poemas de otros, extranjeros, cósmicos?
En otros cielos, claramente.
Otras voces nos hablan y nos dicen, nos ubican tan lejos y tan cerca;
otros caminos errantes el camino.
El ultimo jueves, Carlos Penelas me regala su nuevo poemario, Poesía Esencial.
Quisiera describirlo, intelectual; y soy autodidacta. Silenciosa.No obstante, leyendo sus poemas siempre me pregunté cual es el pais que habita Carlos.
De donde sus metáforas casi etéreas, en un mar de tinieblas donde las palabras son pájaros levemente sobrevolando las estaciones invisibles de su patria:
el pasado, la literatura, el amor, libertad, la tierra: Galicia, los mitos, la ética -esa insurrección- nuestros inmigrantes, el paisaje, la ternura.
Me atrevería a decir que es allí donde habita, esa es la materia de su lenguaje.
No podría decir mas tan solo admirar aquellas nubes casi silenciosas que pasan por la realidad dejándonos entrever ese mundo fantástico y real a la vez, por donde él transita con la verdad de su tiempo y de su vida.
Gracias maestro, Carlos Penelas.
Sandra Figueroa
Sur y Poema
DE LA NIÑEZ
Miro las imágenes.
Veo la rueca, la nieve, los espejos.
Miro las botas rojas, el mar,
La ballena, la barca. Descubro un sello
con la daga sobre una capa oscura.
Hay una cruz, un bosque, una cesta.
Otra rueca y caminos que llevan
a una torre del castillo con fantasmas.
Ahora otro mar, otra nave, un malayo.
También me maravillan la reina,
una bella durmiente, el vizconde.
Y un caballo blanco, sorpresivo.
Esto miro y descubro en los libros
la infancia que regresa.
Y no deseo despertar
porque mi madre acomoda la almohada.
PREGUNTAS PARA LA AMANTE DE UNA MAGNOLIA
¿Acaso fui yo quien sintió
el hálito o el destierro
de una memoria desprendida?
¿Acaso la lluvia percibe la inquietud
de su voz llamándome del lecho?
¿Está en el aire, en su capelina azul,
en su sonrisa? ¿O tal vez la percibo
al evocar la soledad de un bosque
-desprende luz y beatitud-
mientra cerrabas los ojos, buscándome?
¿Es esta la amada espléndida?
Y mi alma suspensa, temblorosa.
LOS HERMANOS
Hoy estuve con mis hermanos,
un sueño encontrarme con ellos.
Generosos, nobles. Soy el menor.
Hablan con cariño, sonrientes.
Una de mis hermanas y mi hermano
muestran sus ojos clarísimos, celestes.
La otra como yo los llevamos castaños.
Se los oye mencionar utopías, bosques.
Una, emocionada, nombra a Soldi.
Otra a Tennessee Williams, el gótico sureño.
El hermano mayor revive Los pazos de Ulloa.
En un momento convocan a mis padres.
Tan buenos, tan nobles, tan muertos.
DE LA QUIETUD PERECIBLE
No es fácil invocar el abandono.
Es un símbolo errante, intemporal.
Tal vez sea el hechizo de una mitología
pero debo preguntar lo irrevocable,
la incertidumbre de los cielos.
¿Qué es la muerte, de dónde llega,
en cuál mar abruma la clepsidra?
No hablo de callejas ni de bibliotecas.
No hablo de epopeyas cotidianas, íntimas,
o de plegarias cobijando el azar.
Ni del amor perdido en unos ojos.
Sucede, padre, que hubo cosas
que pasaron a mi lado sin que las viera.
¿Qué he de decir, entonces?
¿Qué alba o brújula o ventura circular
puedes responder desde la nada?
Tu soledad ¿Está lejos de este aliento?
Late mi pulso. Y la tiniebla crece.
DE LA NIÑEZ
Miro las imágenes.
Veo la rueca, la nieve, los espejos.
Miro las botas rojas, el mar,
La ballena, la barca. Descubro un sello
con la daga sobre una capa oscura.
Hay una cruz, un bosque, una cesta.
Otra rueca y caminos que llevan
a una torre del castillo con fantasmas.
Ahora otro mar, otra nave, un malayo.
También me maravillan la reina,
una bella durmiente, el vizconde.
Y un caballo blanco, sorpresivo.
Esto miro y descubro en los libros
la infancia que regresa.
Y no deseo despertar
porque mi madre acomoda la almohada.
PREGUNTAS PARA LA AMANTE DE UNA MAGNOLIA
¿Acaso fui yo quien sintió
el hálito o el destierro
de una memoria desprendida?
¿Acaso la lluvia percibe la inquietud
de su voz llamándome del lecho?
¿Está en el aire, en su capelina azul,
en su sonrisa? ¿O tal vez la percibo
al evocar la soledad de un bosque
-desprende luz y beatitud-
mientra cerrabas los ojos, buscándome?
¿Es esta la amada espléndida?
Y mi alma suspensa, temblorosa.
LOS HERMANOS
Hoy estuve con mis hermanos,
un sueño encontrarme con ellos.
Generosos, nobles. Soy el menor.
Hablan con cariño, sonrientes.
Una de mis hermanas y mi hermano
muestran sus ojos clarísimos, celestes.
La otra como yo los llevamos castaños.
Se los oye mencionar utopías, bosques.
Una, emocionada, nombra a Soldi.
Otra a Tennessee Williams, el gótico sureño.
El hermano mayor revive Los pazos de Ulloa.
En un momento convocan a mis padres.
Tan buenos, tan nobles, tan muertos.
DE LA QUIETUD PERECIBLE
No es fácil invocar el abandono.
Es un símbolo errante, intemporal.
Tal vez sea el hechizo de una mitología
pero debo preguntar lo irrevocable,
la incertidumbre de los cielos.
¿Qué es la muerte, de dónde llega,
en cuál mar abruma la clepsidra?
No hablo de callejas ni de bibliotecas.
No hablo de epopeyas cotidianas, íntimas,
o de plegarias cobijando el azar.
Ni del amor perdido en unos ojos.
Sucede, padre, que hubo cosas
que pasaron a mi lado sin que las viera.
¿Qué he de decir, entonces?
¿Qué alba o brújula o ventura circular
puedes responder desde la nada?
Tu soledad ¿Está lejos de este aliento?
Late mi pulso. Y la tiniebla crece.
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