Usted, ¿cómo camina por la calle?
Simplicidad en el carácter, en los modales, en el estilo;
en todas las cosas la excelencia suprema es la simplicidad
Henry W. Longfellow
Foto: Vivian Maier |
Si bien hace dos años escribí sobre el tema creo necesario retomar el tópico. Un ciudadano un poco despabilado lo descubre en los hechos más insignificantes. Es una suerte de atropello de alguien que culturalmente es un bárbaro. Y no lo advierte. Ahí está el drama. Tosco, necio, elemental. Cafre, diría mi madre. Un zafio, afirmaría mi hermano mayor.
Desde hace unos años veo observando, en este país, que la gente es más grosera, más torpe, más agresiva. Y abombada. Esa es la palabra. Algunos los llaman zombis. El término que se hizo usual tiene también sus raíces literarias. Advertimos que Frankenstein inspiró a los estadounidenses Edgar Allan Poe y Ambrose Bierce. El primero escribió dos relatos fundamentales para la narrativa zombi, La caída de la casa Usher, en 1839, y La verdad sobre el caso del señor Valdemar, en 1845. Bierce, años más tarde, hizo palpables las atmósferas terroríficas de los zombis (La muerte de Halpin Frayser, 1893). Por supuesto el término zombi tiene relación directa con la explotación y esclavitud en Haití. Por esta razón digo que prefiero llamarlos abombados. Un abombado es un ser de escaso entendimiento o razón. Le dejo a su coleto otra interpretación. Y no hablo de la prenda de vestir de soldados u oficiales del siglo XVIII.
Advierto como transitan; no piensan, no miran, no oyen. Eso hace que te lleven por delante sin más. No es tema de la barbilla baja, de control muscular, dispraxia o cortedad de vista. No son conscientes si te pisan un pie o te meten un codazo en el hígado. Ocurre en las estaciones de tren, en galerías, en parques, en universidades, en consultorios. Abombados por el mundo hablando con sus aparatitos, mirando vidrieras, sacando fotos sin piedad, metiéndose el dedo índice en el foso de la nariz. O balbuceando entre ellos. Gorjean, barbotean. Cruzan avenidas o calles “a la que te criaste”. No son sólo los jóvenes, también tenemos caballeros y señoras. A las señoritas prefiero no mencionarlas. Desaliñados todos, lamentablemente desaseados, descuidados. Me detengo a mirarlos y pasan. Van por la vida con su andar raudo o breve, sin darse cuenta del otro, del discapacitado o del perro. Manejando un automóvil, la moto o viajando en colectivo. Se los ve torpes en una fila del supermercado, a la salida del cine o de una clínica. Algo más. Las madres llevan los cochecitos de bebés como si fueran furgonetas todoterreno; te lo tiran encima. Por momentos uno cree estar saliendo de un estadio de fútbol. No en Japón, claro. En estas tierras.( Agregar bicicletas subiendo las veredas). La sociedad se ha vuelto incivil, diría mi padre. Ignoran de qué lado se camina si viene alguien en sentido contrario o arman sin escrúpulo una tertulia en el medio de una entrada. Es una suerte de San Fermín cotidiano. Sin toros, por supuesto. Gamberros a diestra y siniestra.
¿Es producto de los avances tecnológicos, de la eclosión del maquinismo, de la sociedad de la información? ¿De un alto grado de sumisión al poder? Tal vez - como explica Ross Douthat columnista en The New York Times - “la sociedad moderna ha entrado en decadencia víctima de su propio y significativo éxito”. Mientras tanto van los niños al garete, las madres atrás o adelante, los padres con sus goles en el cerebelo, las tías blasfemando el estado de las baldosas, los primos empujándose con frenesí, las abuelas pegando bastonazos, los vendedores ambulantes con sus bolsas. Y la cumbia villera al son del tamboril. Perdón, le pregunto por segunda vez ¿usted, cómo camina por la calle?
Carlos Penelas
Buenos Aires, julio de 2023
Desde hace unos años veo observando, en este país, que la gente es más grosera, más torpe, más agresiva. Y abombada. Esa es la palabra. Algunos los llaman zombis. El término que se hizo usual tiene también sus raíces literarias. Advertimos que Frankenstein inspiró a los estadounidenses Edgar Allan Poe y Ambrose Bierce. El primero escribió dos relatos fundamentales para la narrativa zombi, La caída de la casa Usher, en 1839, y La verdad sobre el caso del señor Valdemar, en 1845. Bierce, años más tarde, hizo palpables las atmósferas terroríficas de los zombis (La muerte de Halpin Frayser, 1893). Por supuesto el término zombi tiene relación directa con la explotación y esclavitud en Haití. Por esta razón digo que prefiero llamarlos abombados. Un abombado es un ser de escaso entendimiento o razón. Le dejo a su coleto otra interpretación. Y no hablo de la prenda de vestir de soldados u oficiales del siglo XVIII.
Advierto como transitan; no piensan, no miran, no oyen. Eso hace que te lleven por delante sin más. No es tema de la barbilla baja, de control muscular, dispraxia o cortedad de vista. No son conscientes si te pisan un pie o te meten un codazo en el hígado. Ocurre en las estaciones de tren, en galerías, en parques, en universidades, en consultorios. Abombados por el mundo hablando con sus aparatitos, mirando vidrieras, sacando fotos sin piedad, metiéndose el dedo índice en el foso de la nariz. O balbuceando entre ellos. Gorjean, barbotean. Cruzan avenidas o calles “a la que te criaste”. No son sólo los jóvenes, también tenemos caballeros y señoras. A las señoritas prefiero no mencionarlas. Desaliñados todos, lamentablemente desaseados, descuidados. Me detengo a mirarlos y pasan. Van por la vida con su andar raudo o breve, sin darse cuenta del otro, del discapacitado o del perro. Manejando un automóvil, la moto o viajando en colectivo. Se los ve torpes en una fila del supermercado, a la salida del cine o de una clínica. Algo más. Las madres llevan los cochecitos de bebés como si fueran furgonetas todoterreno; te lo tiran encima. Por momentos uno cree estar saliendo de un estadio de fútbol. No en Japón, claro. En estas tierras.( Agregar bicicletas subiendo las veredas). La sociedad se ha vuelto incivil, diría mi padre. Ignoran de qué lado se camina si viene alguien en sentido contrario o arman sin escrúpulo una tertulia en el medio de una entrada. Es una suerte de San Fermín cotidiano. Sin toros, por supuesto. Gamberros a diestra y siniestra.
¿Es producto de los avances tecnológicos, de la eclosión del maquinismo, de la sociedad de la información? ¿De un alto grado de sumisión al poder? Tal vez - como explica Ross Douthat columnista en The New York Times - “la sociedad moderna ha entrado en decadencia víctima de su propio y significativo éxito”. Mientras tanto van los niños al garete, las madres atrás o adelante, los padres con sus goles en el cerebelo, las tías blasfemando el estado de las baldosas, los primos empujándose con frenesí, las abuelas pegando bastonazos, los vendedores ambulantes con sus bolsas. Y la cumbia villera al son del tamboril. Perdón, le pregunto por segunda vez ¿usted, cómo camina por la calle?
Carlos Penelas
Buenos Aires, julio de 2023
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