La dama del perrito
Foto: Elliott Erwitt |
Invoco su sonrisa.
Su sonrisa era la felicidad,
el regazo señero,
un fulgor que socava el alma.
Era caminar por el parque,
subir callejuelas, soñar lo inmóvil
de las barcas, la terneza del alba
en miradas, dibujos y latidos.
Dialogaba con la lluvia,
con trenes y panaderías.
Le hablaba de Camus, de Alberti, de Mahler.
Ella de Boris. Guiaba a Boris
como un destino de lo mágico
en sus pupilas avezadas.
Encendía el lecho, la palabra, el espejo,
el ceñido fluir del sigilo, lo desmedido,
la voz en la eternidad de la noche.
A veces emergía la inconciencia,
los dones furtivos ante una luz tan alta,
lo impalpable que acosa el hechizo.
La evoco de maestra, de blazer
azul, de itálico apellido.
Pregunté: ¿Cuándo empecé a amarte?
Y ella disponía jazmines sobre su falda.
Frente a mis ojos reinaba su cabellera,
su pubis, los labios entreabiertos.
Era el misterio. Pero era más.
Era la libertad, los frutos, el deseo.
Hoy todo me lleva a ti. Hasta el olvido.
Carlos Penelas
Buenos Aires, agosto de 2023
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