Frente al reloj de péndulo de la biblioteca
Uno sabe que dios no existe.
Que no existen los ángeles
ni Lilliput o el doctor Gulliver.
Ni la paloma herida del poema
o los laberintos de las islas suspensas.
Sabemos que la espuma del mar
desvanece navegaciones, estelas,
la lumbre de los sueños,
el ondular amatista de la tarde.
Uno sabe que la leyenda del Nilo y el faraón,
la ingenuidad de la mirada.
o el silencio de los terraplenes
se ausentan como un aura en la noche.
Ni la cábala ni Jano nos amparan,
ni la cintura de Locche o de Bochini;
ahora el smartphone socorre lo insomne.
Con las cenizas de mis padres de Thoreau o las de Auster
uno descubre lo abisal y la sombra.
Carlos Penelas
Buenos Aires, 7 de mayo de 2024
Que no existen los ángeles
ni Lilliput o el doctor Gulliver.
Ni la paloma herida del poema
o los laberintos de las islas suspensas.
Sabemos que la espuma del mar
desvanece navegaciones, estelas,
la lumbre de los sueños,
el ondular amatista de la tarde.
Uno sabe que la leyenda del Nilo y el faraón,
la ingenuidad de la mirada.
o el silencio de los terraplenes
se ausentan como un aura en la noche.
Ni la cábala ni Jano nos amparan,
ni la cintura de Locche o de Bochini;
ahora el smartphone socorre lo insomne.
Con las cenizas de mis padres de Thoreau o las de Auster
uno descubre lo abisal y la sombra.
Carlos Penelas
Buenos Aires, 7 de mayo de 2024
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