AristótelesartículoBoileau-DespréauxCalvinoGaspara StampaHipatiaHoracioKenzaburo OéLouise LabéMariana AlcoforadoPaul AusterShakespeare
En torno a la literatura, la mujer y el poema
La mujer habla dos idiomas: uno de ellos es verbal.
Shakespeare
Siempre he sostenido que la lectura es errática, tan errática como las mujeres. Uno siente las palabras, los sonidos, el gesto, la ternura, lo evocado. Como en las mujeres. También es importante saber cómo leemos en nuestra época, de la misma manera en cómo escribimos. Leer, no nos olvidemos, no es descifrar. No es un tema menor, no tengo ganas de escribir mucho pero creo ser claro. Los silencios, los objetos, los mundos son otros. Y por lo general una parte de descerebrados manejan la industria cultural, críticos que son un coro de aprobación, seres que en el fondo son esclavos de su ignorancia. Inconmovibles sin remedio. Como los ortodoxos y los dogmáticos.
En verdad me decepciona, leedor. No es que haya pensado, en algún momento, mucho mejor de usted; pero que se acerque a esta columna para saber algo de las mujeres que he conocido o he amado, me parece de una indiscreción, de un huroneo lamentable. De esta manera advierto lo cursi; lo vulgar, lo ridículo. Hasta lo presumido, me atrevería a decir. Cómo escribir de aquella bella joven con quien descubrí los barrios míticos de La Boca o Barracas; qué mencionar de la pasión desatada por esa mujer de apellido itálico y perfil griego en el Jardín Botánico, mientras evocábamos lecturas y soñamos el mar desde el dolor y la desesperanza. O aquella otra, en el puerto de La Coruña, con la cual corrí, entre adoquines y grúas, una madrugada de verano antes de partir a Lisboa. No, rocambolesco lector, no hablaré jamás de esas mujeres. Le hablaré de otras. La insustancialidad, búsquela en otra parte. En los discursos de nuestros burócratas, en la televisión, en el mercado del arte, en la industria del fútbol, en las teorías de los intelectuales trepadores, por ejemplo. O en nuestros gobernantes.
Hablaré de las musas; de esas hembras eternas, complejas, reticentes. Y tal vez (es una vana esperanza) le sirva para descubrir el universo de Akutagawa o el de Kenzaburo Oé.
En esencia, el primer tratado de ciencia de la literatura o de preceptiva que jamás se haya escrito, es La Poética de Aristóteles (380-322 a. de n.e.). Sus reglas estuvieron en vigencia hasta el romanticismo. La importancia de la obra, su mayor mérito estriba en la capacidad que demuestra para la crítica literaria. Definió, por vez primera, los géneros literarios. Todo lo que es creación es poesía, para Aristóteles. Habla de la poesía homérica, la comedia antigua, la tragedia creada por Esquilo y por Sófocles. Hablará del lenguaje poético, apreciaciones sobre el vocabulario, la necesidad de unidad, entre otros temas.
Menos conocida es La Poética del crítico español Ignacio Luzán Claramunt de Suelves y Gurrea (1702-1754). “El fin de la poesía es el mismo de la poesía moral”, se equivoca don Ignacio. Con esta sentencia niega el arte en sí.
El Ars Poetica de Horacio pertenece a la más larga de las Epístolas de Quinto Horatius Flaccus, compuesta alrededor del año 14 y dedicada a los Pisones. Afirma la regla absoluta de la unidad, sin la cual no existe obra de arte. La originalidad no consiste en la novedad del argumento sino en el proprie dicere. “Tu palabra se distinguirá de la de todos los otros si hace sentir como nuevo el vocablo conocido”. Influirá en el teatro francés a través de la traducción de Boileau. Fue traducida al inglés por Ben Jonson. Horacio perteneció al círculo de los poetas de Augusto, protegidos por el Mecenas. Es considerado uno de los más grandes poetas romanos por la perfección de su forma.
Algo que deberíamos recordar. Nos dice monseñor Eugenio Guasta que “don Ramón Menéndez Pidal, cuando analiza el lenguaje de la santa Teresa de Ávila, señala que el habla de aquella, que escribió en el siglo XVI, es el castellano abulés de fines del XV, el idioma oído en su infancia y añade que la autora de Las moradas, si tenía que elegir entre una palabra culta poco usada y otra de raíz popular, elegía esta última, para quitar toda afectación a lo que escribía.
L' Art Poetique del escritor y poeta francés Nicolas Boileau-Despréaux (1636-1711) se publicó en 1674. Está inspirada en la poética de Horacio. Trata el arte de la poesía como vocación y oficio individual. Le aconseja al poeta un saber gramatical estricto, una autocrítica ceñida y una decorosa sinceridad. Estudia el epigrama, la elegía, el soneto, el madrigal, etc. También la epopeya, la tragedia y la comedia. Hablaré también de cuales deben ser los hábitos y costumbres del escritor. Como normativa individual. Lleva una concepción estética sustentada en la razón, el buen uso y el sentido común. Boileau enseña que la belleza debe buscarse en la simple verdad de la naturaleza. Critica, además, la postura afectada o enfática. Para él son requisitos esenciales: una inspiración controlada por la razón, un estilo espontáneo reforzado por el oficio y la técnica a imitación de los antiguos. Pone, finalmente, el acento en el oficio literario y en la responsabilidad técnica y artesanal del escritor.
En verdad me decepciona, leedor. No es que haya pensado, en algún momento, mucho mejor de usted; pero que se acerque a esta columna para saber algo de las mujeres que he conocido o he amado, me parece de una indiscreción, de un huroneo lamentable. De esta manera advierto lo cursi; lo vulgar, lo ridículo. Hasta lo presumido, me atrevería a decir. Cómo escribir de aquella bella joven con quien descubrí los barrios míticos de La Boca o Barracas; qué mencionar de la pasión desatada por esa mujer de apellido itálico y perfil griego en el Jardín Botánico, mientras evocábamos lecturas y soñamos el mar desde el dolor y la desesperanza. O aquella otra, en el puerto de La Coruña, con la cual corrí, entre adoquines y grúas, una madrugada de verano antes de partir a Lisboa. No, rocambolesco lector, no hablaré jamás de esas mujeres. Le hablaré de otras. La insustancialidad, búsquela en otra parte. En los discursos de nuestros burócratas, en la televisión, en el mercado del arte, en la industria del fútbol, en las teorías de los intelectuales trepadores, por ejemplo. O en nuestros gobernantes.
Hablaré de las musas; de esas hembras eternas, complejas, reticentes. Y tal vez (es una vana esperanza) le sirva para descubrir el universo de Akutagawa o el de Kenzaburo Oé.
En esencia, el primer tratado de ciencia de la literatura o de preceptiva que jamás se haya escrito, es La Poética de Aristóteles (380-322 a. de n.e.). Sus reglas estuvieron en vigencia hasta el romanticismo. La importancia de la obra, su mayor mérito estriba en la capacidad que demuestra para la crítica literaria. Definió, por vez primera, los géneros literarios. Todo lo que es creación es poesía, para Aristóteles. Habla de la poesía homérica, la comedia antigua, la tragedia creada por Esquilo y por Sófocles. Hablará del lenguaje poético, apreciaciones sobre el vocabulario, la necesidad de unidad, entre otros temas.
Menos conocida es La Poética del crítico español Ignacio Luzán Claramunt de Suelves y Gurrea (1702-1754). “El fin de la poesía es el mismo de la poesía moral”, se equivoca don Ignacio. Con esta sentencia niega el arte en sí.
El Ars Poetica de Horacio pertenece a la más larga de las Epístolas de Quinto Horatius Flaccus, compuesta alrededor del año 14 y dedicada a los Pisones. Afirma la regla absoluta de la unidad, sin la cual no existe obra de arte. La originalidad no consiste en la novedad del argumento sino en el proprie dicere. “Tu palabra se distinguirá de la de todos los otros si hace sentir como nuevo el vocablo conocido”. Influirá en el teatro francés a través de la traducción de Boileau. Fue traducida al inglés por Ben Jonson. Horacio perteneció al círculo de los poetas de Augusto, protegidos por el Mecenas. Es considerado uno de los más grandes poetas romanos por la perfección de su forma.
Algo que deberíamos recordar. Nos dice monseñor Eugenio Guasta que “don Ramón Menéndez Pidal, cuando analiza el lenguaje de la santa Teresa de Ávila, señala que el habla de aquella, que escribió en el siglo XVI, es el castellano abulés de fines del XV, el idioma oído en su infancia y añade que la autora de Las moradas, si tenía que elegir entre una palabra culta poco usada y otra de raíz popular, elegía esta última, para quitar toda afectación a lo que escribía.
L' Art Poetique del escritor y poeta francés Nicolas Boileau-Despréaux (1636-1711) se publicó en 1674. Está inspirada en la poética de Horacio. Trata el arte de la poesía como vocación y oficio individual. Le aconseja al poeta un saber gramatical estricto, una autocrítica ceñida y una decorosa sinceridad. Estudia el epigrama, la elegía, el soneto, el madrigal, etc. También la epopeya, la tragedia y la comedia. Hablaré también de cuales deben ser los hábitos y costumbres del escritor. Como normativa individual. Lleva una concepción estética sustentada en la razón, el buen uso y el sentido común. Boileau enseña que la belleza debe buscarse en la simple verdad de la naturaleza. Critica, además, la postura afectada o enfática. Para él son requisitos esenciales: una inspiración controlada por la razón, un estilo espontáneo reforzado por el oficio y la técnica a imitación de los antiguos. Pone, finalmente, el acento en el oficio literario y en la responsabilidad técnica y artesanal del escritor.
Aquí están las musas, ingenuo lector. Y en las páginas de Mariana Alcoforado o en los poemas de Louise Labé, “la bella cordelera”, poemas líricos sobre el amor insatisfecho. Y en una de las grandes poetas de la literatura universal, Gaspara Stampa (1523-1554), conmovedora. En sus Rimas veremos la desesperada pasión, la trágica y apasionada mirada de una mujer que nos recuerda a la pintora caravaggista Artemisa Gentileschi (marginada de los libros de historia del arte hasta hace dos décadas) o a la tormentosa y desenfrenada Camille Claudel, una mujer donde el genio iba de la mano con la belleza. Le recomiendo, por ahora, que descubra a Gaspara Stampa, la poeta del Cinquecento veneciano, que sostiene el código poético pretrarquista. Estas son parte de las mejores mujeres de la humanidad. Juntas a Hipatia, claro.
Me gusta pensar lo que postulaba Italo Calvino: “Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir”. Caro lector, hábleme de sus mujeres. Algo más: casi no utilizo el teléfono celular. No es una virtud, es sólo un placer de caminar por las calles, por las plazas sin necesidad de él. Y vivo, rio, nado, voy a la cancha de Independiente y fumo en pipa. Tabaco holandés, claro. Y, mientras leo, miro mujeres bellísimas. Esas mujeres elegantes - cada vez se ven menos - con porte decidido, de caminar con buena postura. Esas mujeres que nos dan confianza, que al observar la posición de los pies nos hablan de un atractivo, del atractivo de sus caderas. Pues nos estamos despidiendo. Soy un deambulador de la ciudad, un flâneur. No se olvide. Y vuelva a leer a Paul Auster.
Carlos Penelas
Buenos Aires, noviembre 2024
Me gusta pensar lo que postulaba Italo Calvino: “Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir”. Caro lector, hábleme de sus mujeres. Algo más: casi no utilizo el teléfono celular. No es una virtud, es sólo un placer de caminar por las calles, por las plazas sin necesidad de él. Y vivo, rio, nado, voy a la cancha de Independiente y fumo en pipa. Tabaco holandés, claro. Y, mientras leo, miro mujeres bellísimas. Esas mujeres elegantes - cada vez se ven menos - con porte decidido, de caminar con buena postura. Esas mujeres que nos dan confianza, que al observar la posición de los pies nos hablan de un atractivo, del atractivo de sus caderas. Pues nos estamos despidiendo. Soy un deambulador de la ciudad, un flâneur. No se olvide. Y vuelva a leer a Paul Auster.
Carlos Penelas
Buenos Aires, noviembre 2024
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