El sueño permanece; es lo único que permanece; la visión permanente.
Miguel de Unamuno
Don Manuel, mi padre, solÃa hacer caminatas socráticas. Padre e hijo eran peripatéticos. Caminar y hablar. Mi padre fue autodidacto, sólo cursó dos perÃodos en su tierra. A los seis años cuidaba cabras en el monte. Me llevaba de la mano e iba recorriendo historias de su infancia; recordaba muñeiras, canciones en gallego, anécdotas de la aldea. Luego el Arcadia, barco en el cual viajó a estas latitudes con dos hermanas menores y mis abuelos.
Debemos decirlo. Pedro Penelas y Manuela Pérez los abuelos paternos. Tomás Abad y Adelaida Perdiz, los maternos. Ninguno sabÃa leer ni escribir. Mi madre: MarÃa Manuela.
Carlitos o Carloncho lo escuchaba de a ratos, perdido en sus divagaciones. El niño era un ser distraÃdo, un tanto perdido en su mundo de imaginación y fantasÃa. Hoy, don Carlos, evoca cenas en donde le escuchaba hablar de Emilio Castelar y Ripoll, un escritor español que fue periodista e historiador. Me hablaba de cuando fue presidente de la Primera República Española. Me hablaba de Rafael de Riego, de los borbones, de Fernando VII, de Juan Sebastián Elcano, de AgustÃn Magaldi, de Fred Galiana, de Santiago Ramón y Cajal, del general Paz, de Santiago de Liniers…de la delación y el fraude.
Para mi padre la figura importante era Francisco Pi y Margall quien traÃa las ideas de Pierre-Joseph Proudhon, autor de FilosofÃa de la miseria. Señalaba que fue uno de los grandes intelectuales de esos tiempos – crÃtico de arte, historiador, polÃtico - y de inmediato se mezclaban nombres, libros, revoluciones. Se sentaban a cenar a nuestra mesa Rousseau, la Guerra Carlista, Federica Montseny, la masonerÃa, las tropas napoleónicas, Simón Radowitzky, Buenaventura Durruti, Chaplin, Buster Keaton y un sinfÃn de nombres: AzorÃn, Castelao, Quevedo, Zola, la condesa Pardo Bazán, Galdós, Cervantes… Y la devoción por Independiente, por su historia y su juego; lo emocionaba. Recordaba, una y otra vez, que Pi y Margall atacaba la monarquÃa, la propiedad y el cristianismo. Y más tarde, con el queso y dulce, venÃan Orsi, LalÃn, de la Mata, Seoane, Canaveri…
(Hoy desperté con evocaciones. Al mismo tiempo recordé el moño con pintas blancas y el cárdigan azul. Los breeches. un álbum de figuritas Starosta. Un retrato del General Paz, el busto de Julio A. Roca, el mausoleo de Sarmiento. Después del desayuno salà a caminar por la Plaza RodrÃguez Peña como lo hago habitualmente. Recordé una novia de ojos claros y apellido itálico de mi adolescencia, un cumpleaños de quince donde me enamoré de una muchacha de cabello negro y senos redondos, la escuela primaria, la escuela secundaria, el profesorado en Letras. Y las bibliotecas de mi casa. La de mi padre, la de cada uno de mis hermanos, la mÃa; la menor de todas. En un café fumé mi pipa y navegué sin lÃmites. Asombrado, vi pasar los dÃas, Evoqué a Hypatia, a Protágoras, Epicuro, Virgilio, Marco Aurelio. Estas caminatas están plenas de divagaciones, de búsquedas, de ensoñaciones sin sentido. Quizá deba detenerme a tomar otro café. Pocos saben que me iba a llamar Jacinto).
Heredé muchas cosas de su vida. La cazurrerÃa, lo mordaz, lo punzante, el desprecio por la imbecilidad cotidiana, la aversión a la demagogia y al populismo, la lucha contra las dictaduras sean de izquierda o de derecha, el contar anécdotas, las conversaciones ocasionales con desconocidos, las tertulias con pocos amigos, la búsqueda de lo estético, el compromiso ético y social. “Les dejo a mis hijos una conducta y una biblioteca”. Y por supuesto la vida cultural, la natación, el fútbol, la cancha de la Doble Visera. Allà voy con mis hijos y mis nietos.
Al caminar por las calles de Buenos Aires, en ocasiones, don Manuel me saluda sonriendo con su sombrero en alto. Lo veo como siempre. Mis hermanos, en silencio, me miran con ternura y con sorna. De lejos escucho el canto de los pájaros. Es verano.
El hombre es el sueño de una sombra.
PÃndaro
Buenos Aires, 2025